único

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Fue una buena compra. Eso le dijeron el agente inmobiliario, su mejor amigo, su madre e incluso Greg, su antiguo compañero de trabajo (y el más aburrido de la historia, por eso sus palabras tenían tanto peso).

Mirando a su alrededor, Louis se los creyó.

La casa se construyó siglos atrás, pero seguía guardando la elegancia de un lugar postmoderno después de tantas modificaciones. Vigas de madera laminada en el techo, formando una estructura bonita y bastante sólida. Las paredes eran lisas y brillantes, pintadas de un color crema que daba mucha luz, sumadas a los ventanales abiertos. Incluso el suelo de roble era bonito y quedaba mucho mejor con los refinados muebles – algunos ya venían con la casa, otros fueron de cosecha propia.

Era enorme también. Tenía tres baños que jamás utilizaría, cinco habitaciones, un cuarto de lavado, una gran cocina que se ampliaba a un salón-comedor, el cual daba a un jardín. A Louis le gustaba particularmente la biblioteca desde la que se veía el porche delantero. Los dueños anteriores lo cuidaron bien, tanto que todavía quedaban vestigios de sus vidas ahí. Había margaritas plantadas que estaban muriendo por la llegada del otoño, pero que Louis no se vio capaz de arrancar.

La casa de sus sueños, así la describió Zayn. La casa con la que había soñado desde que ascendió. Esperaba que sus horas muertas frente al ordenador valieran la pena, y lo hicieron, por supuesto, pero todavía se sentía demasiado... solitario.

Louis nunca fue un gran fan de la soledad. Le hacía angustiarse y ponerse ansioso. Pero también hubo un tiempo donde estuvo acompañado y el sentimiento seguía ahí. Quería aprender, de alguna forma, a estar solo y no depender de nadie.

Suspiró.

Llevaba tres días dejando sus pocas pertenencias esparcidas por la casa. Lo primero que preparó fue su ordenador personal, cerca de la cama para no tener que tardar mucho de un lado a otro. Usó su propio baño y verificó si la lavadora y la secadora funcionaban correctamente. No tenía sótano ni ático, agradecía por eso. Y esa tarde, se pasó a la cocina. Abrió los muebles y los vio igual de vacíos que la casa, y se sintió mal por ellos.

El frío de la calle era igual que la última vez que salió esa mañana a verificar la vida de las margaritas. Tenía que llevar su bufanda favorita y una gabardina larga. El supermercado más cercano estaba a tres calles y debatió un único segundo si debía tomar el coche o no. Pero entonces recordó que le esperaba una larga noche postrado contra su escritorio para trabajar y tomó el Mercedes.

La chica tras la caja alzó sus cejas en un saludo aburrido cuando vio al único cliente de esa noche. Louis no se molestó en ser demasiado amable con ella, solo sacó el carrito y cruzó la primera calle. Había stands que se alzaban llenos de caramelos, disfraces y cualquier cosa que tuviese que ver con calabazas: puré de calabaza, mermelada de calabaza, patatas fritas de calabaza y helado de calabaza.

Louis tomó lo último.

Lo único que se oía por los pasillos eran las suelas de sus zapatos, el tintineo de su carrito de compra y una vaga y lejana melodía que, en sus mejores tiempos, Louis supuso, había alegrado la vida en el lugar.

Este pueblo no fue su primera opción y estaba descubriendo por qué. Se había formado, según sus investigaciones, muchos años atrás, antes de que las grandes ciudades como Londres se alzaran con la modernidad de entonces. El lugar era largo y no muy poblado. La mayoría de sus habitantes eran personas ancianas que fueron a jubilarse o eran demasiado mayores como para marcharse. Descubrió una escuela el primer día allí, pero pensó que también tenían que haber niños. Los había en todos lados, a todas horas.

Cuando pasó por la caja otra vez, la muchacha musitó el precio y luego bostezó.

El camino de vuelta fue igual de aburrido que el de ida.

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