Chris era un reconocido cazador en el pueblo Wood, el mejor de su tipo. Sobre sus hombros cargaba la muerte de animales salvajes de toda clase, desde el más grande hasta el más escurridizo pero no por diversión, en aquellos años la pobreza aumentaba del mismo modo en que lo hacía la muerte. Debía sobrevivir como fuese, y aunque su alma se rompía cada vez que el cuchillo se enterraba en la piel de un inocente ser, era su egoísmo y el miedo a la muerte que lo controlaba, al igual que la recompensa que recibía al final del día repartiéndola entre los aldeanos que no podían trabajar.
El infierno comenzó hace dos noches al llegar a casa con tres profundos rasguños de un lobo salvaje que no pudo matar en el bosque pero acabó con una infección que le provocó convulsiones y desvanecimientos por ratos, todo como consecuencia de la intensa fiebre. No era la primera vez que se enfrentaba a animales o que alguno lo atacaba pero nunca había sufrido tanto como en el momento en que las garras del lobo destrozaron su carne.
Se retorció entre las sábanas, empapado de sudor. En los últimos días no fue capaz de comer un solo bocado de lo poco que tenía sobre la mesa. La herida empeoraba, dolía como los mil demonios y le impedía moverse. Cayó de la cama aterrizando justo sobre su brazo, soltando de entre sus fríos labios descoloridos un gemido de dolor. Jadeaba, sentía su respiración acelerada, al igual que el latir de su corazón.
En un enorme esfuerzo trató de levantarse, tuvo que sobreponerse al dolor en varias ocasiones pero finalmente logró incorporarse y mantenerse sentado, apoyando su adolorido cuerpo en la cama. Repasó su pequeña casa con la mirada, buscando algo que le ayudase a mitigar el dolor, alguna hierba o medicina casera que solían obsequiarle, pero la oscuridad de la noche, tan solo rasgada por los tenues rayos de luna que se filtraban por las ventanas, dificultaba notablemente la búsqueda. Se fijó en cada rincón, en cada pared, pero enseguida se dio cuenta de que no encontraría nada útil en su humilde caseta.Entonces solo la puerta sería su salvación.
Bastaba con acercarse a la aldea y alguien le ayudaría. Chris no confiaba mucho en sus fuerzas, pero no le quedaba otra opción. Se puso de pie a duras penas, aferrándose a las paredes como si la vida se le fuese en ello en cada paso. Tal vez así debía ser y su muerte estaba cerca.
Llegó hasta la entrada justo cuando sus piernas comenzaban a ceder, abriéndola en un torpe y desesperado intento para precipitarse al exterior. Perdió el equilibrio unos instantes, pero lo recuperó sin caer al suelo afirmándose del soporte. Podía ver las luces de la aldea a través de los árboles. Sin embargo, algo no encajaba, algo estaba muy mal. Su brazo ya no ardía ni sentía dolor alguno. La luna bañaba dulcemente su rostro pálido y enfermizo, reflejándose en sus ojos bicolor, como si quisiera llevarse todo su dolor pero Chris sabía que aquello no era más que una aparente ilusión de su delirio.
Parecía que la luna escuchó sus pensamientos, pues todo el dolor volvió de golpe a él, doblándole de rodillas en el suelo. La cabeza le daba vueltas y su corazón latía a toda velocidad. El dolor era mucho más intenso y persistente. Chris no pudo evitar gritar con todas sus fuerzas y apretar la herida de la extremidad que ardía como si de fuego se tratase. Su vista se nubló y segundos después perdió el conocimiento.
Chris despertó rodeado de sangre. Sus ropas estaban hechas jirones y manchadas del líquido rojo, al igual que sus manos y labios. Se sentía exhausto y no recordaba nada de lo ocurrido la noche anterior. Sentía que la cabeza le iba a estallar pero el dolor de su brazo había remitido por completo. Estaba asombrado cuando revisó la herida y la infección era prácticamente inexistente, como si todo lo vivido en los últimos días fuese un sueño trivial.
Unos segundos después se percató del cuerpo a pocos metros de donde se encontraba, no hacía falta ser médico para comprender que aquella mujer estaba muerta y enterarse que fue él quien lo provocó.
Lo mismo ocurría una vez al mes durante ese año, consiguiendo que Chris sólo se escondiera en su hogar cada noche con temor a repetir la historia. El pueblo le temía a lo desconocido y el cuento sobre un monstruo rondando la zona ya estaba en boca de todos, incluso del mismo reino que puso precio a la cabeza del causante de tantos asesinatos.
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Werewolf and the Prisoner
RandomCada vez que veía el brillo de la luna llena Chris olvidaba la palabra serenidad y no recordaba lo que hacía en esas noches. Creía que aquella esfera en la lejanía era su peor enemigo. Todo era un conflicto al despertar hasta que lo conoció, esta v...