El reino de Wood estaba en búsqueda de señuelos para encontrar a la bestia. Mes a mes las personas desaparecían, siendo encontradas sin vida días después. Cuerpos despedazados e irreconocibles. A veces solía ser solo uno pero en otras ocasiones eran muchos más. El reino ofrecía montones de oro a cambio de persuadir al animal y llevarlo hasta las cercanías del castillo para conseguir su captura. Sin embargo, desde que eso había iniciado ninguna persona volvía con vida del bosque, muy conveniente para la realeza pues el trato jamás era cumplido y el oro se mantenía en manos de los más ricos a costillas del pobre.
La gente del pueblo necesitaba de regreso la tranquilidad en que la vivieron por años. Algunos decían que el monstruo fue una bendición que solo se llevaba a aquellos de mal camino, otros lo consideraban una aberración del infierno. Todos contaban diferentes historias pero tenían el mismo miedo a ser el próximo.
Seungmin era un explorador un poco obsesivo y hablador cuando algo bueno encontraba, durante su viaje le recomendaron seguir el camino del bosque hasta el próximo pueblo. Mala elección a su destino porque a las pocas horas de recorrer entre los árboles fue capturado por los guardias justo cinco días antes de luna llena. Él sólo intentaba contemplar los alrededores por simple curiosidad.El muchacho apoyó la espalda contra la fría pared de la celda, analizando los musgos y plantas que de estas crecían, las manchas y el olor le indicaban que no era el único en dicha situación y que su prisión le perteneció a alguien más.
Sus manos temblaban, al igual que sus piernas cuando las abrazó en un intento de calmarse, sabía que nadie vendría por él y que probablemente moriría en ese lúgubre lugar.
Al quinto día Seungmin contemplaba los últimos minutos del ocaso a través de la diminuta ventana de la mazmorra. Tenía miedo. Sentía el peso de su cuerpo cansado por dormir muy poco. Aún no le habían traído su ración de pan duro y agua turbia, tampoco parecía que tuviesen intención de hacerlo. Aunque, de todas formas, no habría llegado a tocar la comida. El sonido de las armaduras era una tortura para sus oídos. No sabía en qué momento llegaría su final, por mucho que preguntara y gritara por respuestas, ninguno era capaz de siquiera mirarlo, simplemente pasan por su celda ignorando completamente que él existía.
Hasta ese momento.
—El Rey te ha llamado, ponte de pie ahora.
El joven se sobresaltó e inmediatamente obedeció sacudiendo su ropa, lo poco y nada que le pertenecía. Tenía mil preguntas que hacerle. Cuando la jaula se abrió, dos grilletes presionaron sus muñecas al instante, entre estos una gruesa cadena. El pasillo era oscuro pero el susurro que se escuchaba entre las celdas le provocaba temor. «Es el señuelo», «pobre muchacho, se ve muy joven», «al menos no fui yo». ¿De qué se trataba todo? ¿Señuelo? Recorrieron un largo camino antes de cruzar una enorme y dorada puerta. Al fondo de una larga alfombra se divisaba el trono del rey protegido por dos sujetos. Al acercarse un poco más consiguió ver como el monarca lo contempla inexpresivo desde su asiento. Se sentía como una insignificante hormiga.
—No me importa en absoluto la razón de que estés en prisión —dijo sin mirarlo—, sólo tendrás una posibilidad para redimir tu falta. ¿Aceptarás o deseas volver a la celda por el resto de tu vida? —cuestionó, o más bien, le avisó que su destino sería terrible en ambas opciones.
—Quiero reclamar mi libertad.
—¿Quieres? ¿Libertad? —repitió el soberano mientras se ponía de pie y bajaba del estribo parándose frente a él. —Estás en mi territorio. Te di dos alternativas, toma una y cierra la boca —alzó la voz.
Ahora podía mirarlo mucho mejor. El rey tenía casi su edad, era muy alto y delgado. Su rostro refinado le hacía sentir miserable; lo era. Bajo la corona lucía una cabellera rubia y hasta los hombros que daba la sensación de estar frente a alguien de ensueños. Parecía perfecto en todo su esplendor, vestido con telas suaves y lujosas. Seungmin retrocedió pero a su espalda un soldado le impedía dar otro paso más al picarle con una espada. Reaccionó.
—¿Qué debo hacer para que su alteza perdone mi terrible actuar? —bajó la mirada y el rey sonrió volviendo a su silla.
Tras largos minutos de explicación por parte de los lacayos, el joven prisionero aceptó su pronta muerte. Sólo debía cazar a la bestia y llevarlo hasta el rey. Sólo bastaba con hacer su mayor esfuerzo para correr y usar su inteligencia. Sólo... necesitaba sobrevivir.
—Tienes hasta el amanecer, una oportunidad.
Las palabras del guardia le hicieron tragar saliva. En unos minutos el sol desaparecería por completo, dando paso a la brillante luna llena. Los grilletes de sus muñecas se abrieron al igual que las puertas del reino hacia el bosque, el mismo donde su captura se llevó a cabo y que hoy sería también quien decidiría su próximo destino.
Respiró por fin el aire de una amarga libertad. Su rostro demostraba angustia, la mirada de un joven condenado a muerte, de un prisionero sentenciado al olvido.
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Werewolf and the Prisoner
RandomCada vez que veía el brillo de la luna llena Chris olvidaba la palabra serenidad y no recordaba lo que hacía en esas noches. Creía que aquella esfera en la lejanía era su peor enemigo. Todo era un conflicto al despertar hasta que lo conoció, esta v...