capítulo 10

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–Ahí llega Harry –canturreó Sofia al oído de Rosie–. ¡Te dije que vendría! Nunca se pierde una de las fiestas de papá.
Rosie centro la atención en el grupo que se había formado al otro extremo de la habitación. Veía la parte de arriba de la arrogante cabeza de Harry, porque era más alto que los hombres que lo rodeaban. Su labio superior se perló de sudor y apretó las manos. Había dejado la isla hacia una semana y Harry no se había puesto en contacto con ella. ¡Ni una sola vez! Ella, en cambio, necesitaba de todo su autocontrol para mantener la distancia y no entendía por qué; se preguntaba qué le había pasado a su orgullo.
–¿Quién es toda esa gente que está con él? –preguntó, incapaz de controlar su curiosidad.
–Siempre lo acosan en público. Es un hombre muy poderoso. Los hombres quieren parte de su negocio y las mujeres quieren parte de él –comentó su tía con una risita sugerente.
Socrates había elegido celebrar la fiesta en su hotel de la ciudad y había insistido en comprarle a Rosie un vestido en nuevo para la ocasión, a pesar de que estaba segura era adecuado. Sí no hubiera sido por el torbellino emocional que había sufrido al dejar a Harry, habría disfrutando mucho de la semana pasada en compañía de su abuelo. Rosie y Socrates se habían relajado y creado vínculos, descubriendo que tenía un sentido del humor muy similar y que ambos preferían llevar una vida poco pretenciosa.
Rosie iba de blanco, lo que resaltaba el color dorado que había adquirido su piel en la playa, y se había peinado de forma especial para la ocasión, dejando que los claros mechones cayeron rectos y en cascada por debajo de sus hombros. El vestido era más revelador de lo habitual en ello y se sentía un poco incómoda. Sofía había llevado a Rosie de compras y llevarle la contraria no era nada fácil. Rosie pensaba que su tía y ella eran demasiado distintas para llegar a intimar, pero Sofía había controlado su lengua viperina desde su llegada y sus descaradas opiniones eran, a decir verdad, informativas y a menudo divertidas. Las mujer conocía a toda  la gente de cada escándalo y secreto que merecía la pena oír. Rosie estaba segura de que todos los invitados ya sabían que estaba embarazada y de quién, porque no consideraba a Sofía capaz de guardar algo tan jugoso en secreto.
–¿Quién es ella? –preguntó Rosie con la boca seca, cuando se abrió un hueco entre la gente y vio a una impresionante morena que lucía un minivestido azul brillante, agarrada al brazo del padre de su hijo con ademán posesivo. Sí, se recordó Rosie con acidez, era el padre de su hijo y era vulgar y de mal gusto que Harry apareciera en su fiesta acompañado de otra mujer.
–Yannina Demas... Naviera Demás es de su familia –dijo Sofía con autoridad–. Son viejos amigos, pero Nina siempre ha querido más. No lo mires, Rosie. Nunca muestres tu corazón a un hombre, y menos a uno con tantas opciones disponibles.
De inmediato, Rosie volvió la cabeza, sonrojada como si la hubiera abofeteado. No sabía que sus sentimientos por Harry eran tan obvios. Apenas podía comer y no dormía. Estaba baja de ánimo. Cada día que pasaba sin una visita o una llamada de teléfono incrementaba su sufrimiento y le costaba mucho controlar sus emisiones. En su momento de desesperación, había estado a  punto de llamar a Harry y decirle que no fuera tan estúpido, pero había conseguido contenerse. «¿Viejos amigos? ¿Compañeros de cama o solo amigos?», se preguntó. Nina Demas se agarraba a Harry  como si fuera un salvavidas en una tormenta. Rosie borró la imagen de su mente y sonrió al alto joven que la invitó a bailar.
Harry observó a Rosie ir hacia la pista de baile: parecía distinta. Ese vestido no pertenecía al vestuario conservador que había encargado para ella. Era muy corto, con un corpiño ajustado que dejaba los hombros al aire y realzaba su pecho, mientras que la falda se abombaba bajo la cintura y estaba decorada con flores de tela. En otro tiempo ella habría rechazado un vestido tan femenino como frívolo y ridículo, pero el efecto era sofisticados y deslumbrante, y representaba todas las cualidades que Harry habría preferido que Rosie no adquiriera nunca.
Le había gustado su sencillez, su voluntariosa carencia de glamour y vanidad. No le gustaba que exhibiera sus pechos abultados por el embarazo ni su esbeltas y bonitas piernas, que animarían a cualquier hombre a pensar en estar entre ellas. Sí no hubiera sido por el detalle de que era él quien la había dejado, Harry habría corrido hacia ella y la habría envuelto en su chaqueta para ocultar a las miradas masculinas que estaba atrayendo. Eso tampoco le gustaba nada. Y le gustaba aún menos cómo bambolea a las  caderas al ritmo de la música. Aunque hervir de ira, respondió a un comentario de Nina esbozando una sonrisa cortes.
–Si tienes cinco minutos, papá quiere verte arriba. En su suite –le dijo su tía a Rosie cuando abandonó la pista de baile.
Jadeante tras sus esfuerzos en la pista, Rosie entró en el ascensor que la conduciría a la suite privada de Socrates. Se preguntaba si habría ocurrido algo y si el anciano se había esforzado demasiado y se encontraba mal. El reposo era un reto para un hombre tan vital como Socrates Seferis. La puerta de la suite estaba abierta, así que entró y la sorprendió no ver a nadie. Un momento después, entró Harry, que se quedó parado al verla allí.
–¿Socrates?
–Aún  no está aquí –dijo Rosie con tersura, enfrentándose a los ojos de mercurio líquido que la dejaban sin aliento. Harry estaba espectacular con traje formal y una camisa blanca que contrastaba con su piel bronceada. Pero  su rostro estaba tenso y serio–. ¿También quería hablar contigo?
–Me de la impresión de que quería que hablamos nosotros –respondió Harry con cinismo, cerrando la puerta.
–No tengo nada que decirte –protestó Rosie.
–Da igual, ¡yo si que tengo mucho que decir!  –replicó Harry, estudiando con desdén la esbelta figura expuesta por el ajustado vestido. El escote  realzaba los recién hinchados senos y, cuando recordó sus rosados pezones, sintió una indeseada pesadez en la entrepierna–. ¿Cómo se te ocurre aparecer en público vestida así? ¿Vestida cómo? –exigió Rosie desafiante, intimidada a su pesar por su tamaño, mientras su mente sufría un bombardeo de imágenes: Harry haciéndola arder  con sus manos y su erótica boca; Harry volviéndola loca del amanecer a la puesta de sol, insaciable–. ¿Qué tiene de malo mi ropa?
–Enseñas demasiado para ser una mujer embarazada –declaró Harry sin  dudarlo–. Es indecente.
–¡Ni siquiera se nota el embarazo aún –le devolvió Rosie con furia, preguntándose sí la leve curva de su vientre llamaba la atención hasta el punto de darle un aspecto ridículo.
–Pero estás embarazada –le recordó Harry con cierta satisfacción–. Y lanzarte a la pista de baile en tu estado no es nada sensato.
–¿Qué sabes tú de eso? –protestó Rosie–. Nunca hemos bailado juntos, y eso lo dice todo sobre nosotros. Nunca hemos bailado. Ni siquiera hemos tenido una primera cita.
–Es un poco tarde para preocuparse de eso.
–¡Te odió! –le lanzó Rosie. Al ver que no daba importancia a algo que para ella sí la tenía–. Intentas sentar la ley y no tienes ningún derecho a hacerlo. ¡Lo que me ponga y como me comporte no es asunto tuyo!
–Pero el bebé siempre será asunto mío –le recordó Harry–. Y no me odias.
–¿Cómo lo sabes? ¡Me dejaste! –escupió Rosie con amargura–. ¿Crees que eso fue bueno para mí y para el bebé? ¿Y qué me dice de todo el sexo?
–Disfrutamos el uno del otro –aseveró Harry con seguridad absoluta, estudiando en delicioso mohín de su boca con ojos como diamantes–. No recuerdo que te quejaras. Su mirada hizo que ella ardiera dentro del vestido, tensando sus pezones y provocado tal oleada de calor entre sus muslos que tuvo que apretarlos. Cerró los puños para controlar su deseo de él. Harry agarró sus muñecas y la atrajo hacia su cuerpo.
–¡No¡ –gritó Rosie con fiereza, aterrorizaba porque la tocara y obtuviera la  respuesta que ya no tenía derecho a recibir.
Pero su boca capturó la de ella, sumiendo la en una mezcla de cielo e infierno. El cielo fue la dulce oleada de anhelo que liberó, el infierno su incapacidad de contener su respuesta. Su lengua invadió su boca hasta hacer que se estremeciera. Después la alzó contra su poderoso torso aplastando sus senos contra él, mientras deslizaba las manos bajo su falda para agarrar sus muslos y abrirlos para que rodearan su cintura.
–¿A que diablos juegas? –exigió Rosie, atrapada por su fuerza y por la debilidad mental propia, que le impedía resistirse.
–Te deseo  y me deseas, moraki mou. Es así de simple –gruño Harry contra su boca–. Vuelve a casa conmigo.
–No. Hemos terminado, lo dejaste muy claro.
–No pensaba con lucidez . ¡Me sorprendiste y te fuiste antes de que pudiera hacer nada al respecto! –¡Suéltame! –le gritó Rosie desesperada por liberarse de su ansia de aferrarse a él–. Me fui hace una semana y no has hecho nada, ¡ni siquiera telefoneaste una vez!
–Pensé que tú me llamarías a mí –dijo Harry, mirándola con expresión reflexiva.
Era verdad: había creído que ella telefonearía. Era una parlanchina, siempre tenía mil cosas que quería compartir. Había supuesto que no podría resistirse a la tentación de hablarle, y había odiado su silencio casi tanto como su ausencia.
Rosie flexionó los muslos y consiguió deslizarse hacia el suelo, no sin notar su potente erección y pensar que Solo el sexo podía motivar a Harry para hablar así.
Se apartó de él con furia.
–¿Cómo te atreves a pedirme que vaya a tu casa? –preguntó, taladrando lo  con sus ojos verdes.
–Es donde debes estar, en casa conmigo.
–¡Me dejaste! –le gritó Rosie.
–Te quiero de vuelta. De vuelta en mi casa, en mi cama, conmigo.
–¡Eso no va a ocurrir! –rugió Rosie, yendo hacia la puerta y abriéndola–. Tuviste tu oportunidad y la fastidiastes. Harry estaba indignado. Estaba dispuesto a compensarla, a hablar, no a suplicar audiencia. Había cometido errores, pero ella también.
Las puertas del ascensor se abrieron y Rosie se encontró de frente con su abuelo.
–¿Has hablado con Harry? –preguntó él.
–¿Has preparado tú el encuentro?
–Cualquier cosa era preferible a veros actuar como adolescente enfurruñados en extremos opuestos del salón –admitió Socrates.
–Hemos discutido –dijo Rosie a regañadientes.
–Pero puedes  anunciar nuestro compromiso está tarde –Harry entró en el ascensor antes de que las puertas se cerraran–. Tengo toda la intención de solucionar nuestras diferencias.
–Anunciar ¿Qué? ¿Un compromiso? ¿Estás loco? ¡No quiero solucionar nada contigo! –clamó Rosie enfurecida, entrando al ascensor tras él.
–¿He dicho acaso que tuvieras otra opción? –preguntó Harry, apretando los labios.
–¿Y cómo vas a hacerme escucharte? –le lanzó Rosie–. ¿Te escuchas a ti mismo alguna vez?
–¿Sabes tú cuándo callarte? –replicó Harry–. ¿Sabes por qué estás discutiendo conmigo?
–Me dejaste... Te odio –respondió Rosie sin titubear. Se abrieron las puertas del ascensor.
–lo superarás –afirmó Harry. Se lanzó sobre ella y se la echo sobre el hombro sin previo aviso–. Te vienes a casa conmigo ahora mismo.
–No, ¡de eso nada! Suéltame –gimió Rosie mientras él cruzaba el vestíbulo hacia la puerta y los invitados los miraban con asombro. Roja de vergüenza, golpeó su espalda con los puños–. No lo diré una vez más. Harry
¡déjame en el suelo! –Ya tendrías que saber que nunca hago lo que dices y que me resisto incluso a los buenos consejos –dijo Harry.
Rosie parpadeó con horror cuando los flashes se dispararon a su alrededor, iluminándolos a ellos y a un mar de caras sonrientes.
Harry... –aulló, aún asombrada por su comportamiento.
Harry la depósito con cuidado en el interior de la limusina y se sentó a su lado. Contempló, divertido, cómo intentaba incorporarse y se apartaba el pelo del rostro arrebolado.
–¿Cómo has podido hacerme eso?
–No me has dado otra opción. Me de igual que publiquen un par de fotos cómicas –dijo él con una serenidad que a ella la desconcertó.
–¿Adónde diablos me llevas?
–A la isla, donde podremos pelear en privado.
–No voy a volver a la isla –refutó ella. –Por favor, no me obligué a cruzar el aeropuerto contigo en brazos pataleando y gritando –urgió Harry con impaciencia–. No tengo palabras para persuadirte y a veces las acciones lo dicen todo alto y claro.
–No has intentado persuadirme.
–Te he dicho que te quería de vuelta.
–¿A eso lo llamas persuasión? –Rosie estaba boquiabierta por lo primitivo de la idea–. Nunca te perdonaré por el espectáculo que has montado. Harry aperentó induterencia ante ese comentario e incluso se atrevió a sonreír cuando Rosie bajó de la limusina en el aeropuerto y no demostró el menor deseo de junio. Lo cierto era que Rosie había sufrido un enorme shock al comprobar que Harry estaba dispuesto a llegar a esos extremos para recuperarla, hasta el punto de exhibirse en público. Y en una cosa tenía razón: tenía que hablar sobre futuro de forma civilizada, por el bien de su hijo. A Rosie le había llegado al alma que su abuelo los considerara adolescentes enfurruñados.
Otro despliegue de cámaras los recibió en el aeropuerto, seguramente avisados por sus colegas del hotel. Pero no hubo más exhibiciones, Harry y Rosie pasaron a su lado con decoro y subieron al avión. Entonces, Rosie se acordó de Bas.
–¡Bas está en casa del abuelo! – exclamó.
–No. Me ocupé de eso antes de ir a la fiesta.
–¿Qué quieres decir? –Rosie lo miró atónita.
–Bas y tú ropa volaron a la isla está tarde –admitió Harry con desgana–. Puede que no sea romántico, pero soy práctico,  glyka mou.
–¿Y cómo te recibió Bas al verte llegar?
–Como a cualquier secuestrador, ¡con ladridos y mordiscos! Pero lo atrapé de todas formas –la informó Harry sonriente. Volvían a la isla y se sentía mejor que en toda la semana. Aunque aún le faltaba las palabras y el enfoque apropiado, estaba convencido de que, si persistía, salvaría todas las barreras.
Rosie, debilitada, apoyó la cabeza en el asiento. Se preguntaba por qué Harry le había dicho a Socrates que anunciara su compromiso. Parecía creer que podía convencerla de que se casara con él. Tal vez pretendía que, por el bien de su hijo, se conformara con un tipo que solo la quería por ese «sexo fantástico». Tal vez esperaba demasiado de Harry, nadie podía amar por obligación. El amor surgió o no. Pero no tenía ningún derecho a criticar su ropa o su comportamiento en el baile. Tal vez estaba celoso.
«¿Harry, celoso?», su boca se curvó con ironía, a pesar de que ella misma había sentido celos al verlo con Yannina Demas. Había sido como si le clavaran cuchillos por todo el cuerpo. Sin embargo, él había dejado la fiesta sin Yannina, así que sus celos no tenían sentido.
Se  recordó que no podía jugar a dos bandas. O se casaba con Harry o le daba libertad. Y, si se casaba con él, tendría que aceptar que no sería el marido de sus sueños. Sin embargo, pocas mujeres se casaban con su sueño. Harry era el de ella, aunque el sentimiento no fuera recíproco. No la amaba, al final todo acababa en eso. No sabía si podría vivir sin su amor. Sí sería más fácil aceptar un matrimonio práctico que vivir sin él. Lo cierto era que, sin él, su vida era pura miseria.
El helicóptero aterrizó en Banos se madrugada. La casa estaba iluminada y Bas salió corriendo a recibirlos. Ella lo alzó en brazos y lo tranquilizó con caricias y arrumacos.
–Esta tiene que ser la mayor locura que has hecho en tu vida –le dijo a Harry en el vestíbulo, con tono entre incrédulo y frustrado–. ¿Por qué no me telefoneaste?
–No sabía qué decir. Me daba miedo empeorar las cosas y perderte para siempre.
«Me daba miedo» era algo que Rosie nunca había esperado oír de sus labios, la amocionó e hizo que deseara escucharlo para variar.
–No soporto está casa sin ti –admitió él, entrando en la sala–.
Tenía que hacer algo.
–Yo diría que ese algo ha sido excesivo...
–Desde mi punto de vista, no –afirmó Harry–. Mi mundo está lleno de vida cuando estás conmigo, pero se muere sin ti.
–¿Me has echado de menos? pregunto ella con los ojos como platos.
–!Claro que te echado de manos! ¿Qué crees que soy? ¿Una piedra?
–Me lo he preguntado alguna vez
–Rosie se sentó en un opulento sofá y, con un suspiro s de alivio, se quitó las zapatos, que la estaban matando. La había echado de menos pero no había sido capaz de llamarla. El hombre era un amasijo de complejidad y contradicciones que tal vez nunca entendiera; ella era mucho más directa.
–Te quiero aquí. Quiero casarme contigo.
–Eso ya lo has dicho –concedió Rosie, sin saber qué decir. Su rechazo se había difuminado según lo iba necesitando más y más.
–Sería un buen matrimonio –siseó Harry–. Tú y el bebé seríais lo más importante de mi mundo.
–¿Cómo puedes decir eso ? –Rosie lo miró dubitativa.
–Es la verdad –declaró él–. La verdad pura y dura, moraki mou.
–¿Y cuando se ha producido este asombroso cambio de actitud? –inquirió Rosie, anhelando que la convenciera, desesperada por dar ese salto.
–Cuando dejaste de estar aquí –admitió Harry–. No se cómo, desde el principio te metiste bajo mi piel...
–¿Estás seguro de que no se trata de algo temporal?
–No he mirado a otra mujer desde el día que te conocí –Harry alzó la cabeza, incómodo.
–Esta noche estabas con esa mujer, Demas –le recordó, teniendo esperanzarse, temiendo creerlo.
–Nina me llamó para preguntarme si podía ir a la fiesta conmigo. Es una amiga, nada más.
–¿ Y de verdad no te has acostado con nadie desde que me conociste?
–inquirió Rosie.
–De verdad –farfulló él–. No deseo a nadie más que a tí.
A ella se le desbocó el corazón y estudió su rostro, más esperanzada que nunca.
–Entonces me podría plantear quedarme para siempre esta vez.
Harry asintió lentamente. Metió la mano en el bolsillo y sacó una cajita.
–Me harías muy feliz se te pusieras esto.
Su seriedad desconcentró a Rosie.
«esto» era un magnífico anillo de diamantes que destelló  bajo la luz. Recordó que él le había dicho a su abuelo que anuncia el compromiso, pero seguía anonadada, un gesto tan tradicional de parte de Harry.
–Lo dices en serio, ¿Verdad? –susurró. Saco el anillo de la caja y se lo puso en el dedo adecuado–. No hacía falta que me comprarás un anillo...
–si hacia falta –la contradijo él–. Lo hemos hecho todo al revés. Esto quería hacerlo  bien.
–¿Quién dice que ha sido al revés? –preguntó Rosie, admirando los destellos de luz del anillo cuando lo movía.
–Lo digo yo. Tarde demasiado en entender cuanto significaban para mí... he estado a punto de perderte –rezongó Harry.
–Te quiero, Harry. Desde el principio –murmuró Rosie con  dignidad–. Te habría resultado difícil perderme.
–Te necesito –la levantó del sofá y la apretó contra su pecho–. No me gusta mi mundo si tú no estás en él.
¿Eso es amor?
–solo tú puedes decirlo. Yo me siento muy infeliz cuando me despierto sin tenerte a mi lado –admitió Rosie–. Esta última semana...
–... ha sido un infierno –interrumpió él, metiendo una mano entre su cabello para echar hacia atrás su cabeza y contemplar con ojos brillantes de ternura y aprecio–. He estado contando las horas que faltaban para verte otra vez. Y cuando te vi, todo fue de pena.
–Si. Tenías atrás mujer a tu lado.
–Y tu no parecía tú con ese vestido. No me gusta que otros hombres te miren. Soy muy posesivo con respecto a ti, y nunca me había pasado eso antes. Cuando sonriste a ese idiota con el que estabas bailado, ¡deseé matarlo! Rosie le sonrió, empezando a creer que por fin era suyo, y más suyo de lo que había esperado.
–Te quiero, Harry.
–Nos casaremos en cuanto pueda organizarlo –dijo Harry–. Dime ya si vas a discutir sobre eso.
–No discutiré. Me necesitas, te preocupas por mí y creo que en tu corazón también hay sitio para el bebé –dijo ella, con el corazón desbordante de esperanza y felicidad.
–Para nuestro bebé –dijo Harry metiendo la mano bajo su falda y posándola sobre su vientre –. Estás ensanchando, agape mou.
Saber que mi bebé está ahí dentro es muy sexy.
Rosie se estremeció cuando su pulgar empezó a acariciarla, despertando de nuevo el instinto sexual que era una constante entre ellos. Él la alzó en brazos y puso rumbo hacia la escalera.
–Te aviso, no sé nada respecto a ser padre –dijo, con tono preocupado.
–Yo no sé mucho sobre cómo ser madre –le devolvió ella acariciando su mandíbula–. Aprenderemos juntos. Tenemos todo el tiempo del mundo.
–Se que te amo y que nunca dejaré de amarte –dijo él, depositando la  con cuidado sobre la cama –. Me desconcierta pensar que podríamos no habernos conocido nunca
–pero nos hemos conocido –Rosie lo atrajo hacia ella, hambrienta de sus besos, ansiosa por tranquilizarlo y envolverlo en su amor –. Y ahora estamos juntos.
–Juntos para siempre –puntualizó Harry, mirando su rostro con ternura–. Me temo que será cadena perpetua,  agape mou.  No habrá reducción de condena por buen comportamiento.
–Puedo vivir con eso, pero no puedo vivir sin ti –susurró Rosie con un suspiro de placer cuando él posó sus sensuales labios en los suyos.

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