«Linda Ferrer», citaban las negras letras de la plaquita blanca, al lado de la puerta de su despacho.
Con un cansado suspiro, abrió la puerta y se dejó caer en su sillón. Llegaban las Navidades y todo lo que tenía eran su piso, su trabajo, su gato, sus amigos y sus torres de libros y películas. Nada de príncipes, apoteósicos y dulces finales llenos de risas, encuentros románticos o apasionantes aventuras. ¡Menos mal que, siendo cirujana, no tenía problemas con las facturas!
Pero Linda ansiaba algo más. Salvaba algunas vidas, perdía otras. Ayudaba a la gente y su trabajo era algo que la apasionaba, pero ¿qué tenía a parte de un empleo maravilloso? Unos amigos de fábula que siempre la apoyarían, pero que no estaban ahí con ella cuando llegaba la noche y volvía a casa.
Con ganas de llorar, encendió el ordenador y la radio, pasando canales distraída mientras la pantalla comenzaba a mostrar las imágenes de carga.
De repente, escuchó a su amigo Malcolm. Y sonrió.
A veces ocurría. Se sentía vacía, deprimida... pero eso eran tonterías. Tenía un piso precioso en el centro, unos amigos maravillosos, un trabajo que no sólo la llenaba sino con el que ayudaba a la gente y un gato un tanto peculiar al que quería con locura.
Escuchando a su amigo, repasó un rato las fichas de sus pacientes, pero estaba tan cansada que no pudo continuar. Volvió a apagar la máquina y se cambió a su atuendo habitual.
Estaba cansada. Últimamente no paraba en el hospital. Había tenido que volver a cancelar la cita con sus amigos de toda la vida. Una más y la secuestrarían para sacarla de casa o del centro.
Cerró, ya cambiada a sus ropas de diario, la puerta de su despacho y salió. Saludando aquí y allí a compañeros de trabajo, llegó hasta su coche y enfiló hacia casa.
Puso la emisora de Malcom, pero estaba sonando una canción. Se animó y empezó a cantarla cuando la reconoció.
―Why you gotta be so rude? Don't you know I'm human, too? Why you gotta be so rude? I'm gonna marry her anyway. Marry that girl, no matter what you say. Marry that...
Las palabras murieron en su boca cuando divisó una caravana morada en medio de una acera. Era encantadora, estaba llena de luces y colores y quedaba totalmente fuera de lugar en medio de una calle a la que ni si quiera habían llegado aún los adornos navideños.
Como hipnotizada, aparcó el coche y se dirigió hacia el vehículo. Incluso mientras escuchaba la campanita que se meneó al abrir la puerta, no se lo creía. ¿Qué hacía ella ahí? Si no soportaba esas cosas... ¡Por Dios, era cirujana! Sabía perfectamente que prácticamente todo tenía una explicación científica. Y mantenía firmemente que, lo que no, era porque aún no se disponía de los medios necesarios para su estudio.
―Buenas noches ―saludó una anciana, encorvada en una sillita, con expresión afable en su cara arrugada.
―Buenas noches ―respondió Linda.
Se sentó en la otra silla disponible, siguiendo las indicaciones de la pequeña mujer, y se quedó quieta, mirando a su alrededor.
Era la típica caravana gitana, con sus pañuelos, sus bordados, sus colores, sus figuras de estrellas, lunas y líneas incomprensibles y sus extraños símbolos por todas partes.
―¿Le gusta mi casa?
―Es lo que me imaginaría de una adivina ―respondió Linda, sin contestar ni «sí» ni «no».
La anciana rió.
―¿Quieres que te lea la mano? ¿Las cartas? Siento no tener bola de cristal ―bromeó.
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Unas locas, mágicas, catastróficas Navidades
ChickLitRelato incluido en la antología 7 Deseos de Navidad. Ésta es la historia de Linda y sus locas, mágicas y catastróficas Navidades. ¿Crees que tu día ha sido malo? No tienes ni idea... ¡Las risas están aseguradas.