Un miércoles por la tarde, iniciaba mi labor docente en una escuela nueva. Bah, nueva para mí, porque en sus paredes y pisos se notaba que hacía mucho tiempo niños, niñas y adolescentes las transitaban.
La mañana de ese día también fue algo diferente, no vi a 6to y mis horas en 4to fueron de caminata y revisión de trabajos, quedaron atrás las charlas expositivas/ explicativas del tema que estábamos abordando. Cuando se hicieron las 12 40hs, hora de salida del turno mañana, y momento en que mi amiga y colega, me llevara en su auto, para poder llegar a tiempo a la nueva escuela un rato antes y así hablar con las autoridades, cargué la mochila, saludé y como hacemos cotidianamente, fuimos poniéndonos al día de lo sucedido en la semana. Sin ningún inconveniente, con el vaivén del día y la emoción de encontrarme con un nuevo grupo de adolescentes, un nuevo desafío y nuevas personas para socializar (lo que se me da fácilmente), caminé esa cuadra llena de menores que salían del turno mañana.
Ingresé a la institución con un grupo de estudiantes, entre puteadas, cargoseadas y chistes, intenté comunicarme con la auxiliar que, gentilmente, me sonrió y giró un poco su cabeza como para intentar entender mi sonrisa y mi pedido, (si hay algo que he aprendido en estos años es que, tu cara es lo primero que la gente ve y el primer efecto que provoques es el que abre o cierra relaciones). Así que sonreía mostrando todos los dientes y hablaba a los gritos para que me deje pasar. Finalmente, ingresé y ella me acompañó hasta una pequeña oficina en donde se hallaba el director. Ese es el director, va a recibirte, me dijo con una sonrisa. Justo Martín estaba a punto de irse. Sin embargo, se sentó, intentó buscar el libro que debía llenar con mis datos y, entre comentarios y presentaciones del personal, fuimos charlando, algo que ayudó a que me sintiera cómoda y que prestara atención a lo importante, el nombre de la preceptora y el vicedirector.
Hecha la parte administrativa, me quedaba pendiente lo más emocionante del día, conocer a los chicos. Así que me acerqué al pasillo de ingreso (única parte de la escuela que hasta ahora me era reconocible y familiar), y otra vez ensanché mi boca y empecé a saludar. Mi expectativa era dar una primera impresión positiva. Pero maravillosamente, me encontré con alguien que se preparó igual que yo y entre una sonrisa mucho más preciosa que la mía y unos ojos más brillantes y llenos de mucha vitalidad, se acercó me saludó y se presentó: soy Camila (creo que dijo Cami, pero no recuerdo bien), bienvenida.
Y soltó con una agradable voz, la palabra: bienvenida. Mucho pude leer en ese saludo. Ella era una niña bien educada, respetuosa, sociable y buena persona. Después descubrí otros detalles que me encantaron: le gustaba leer, era hincha de river y quería decorar su habitación con frases de Silvina Ocampo. De Cami descubrí que también tiene detalles de muestra de cariño con su mamá, como dejarle un bonobon antes de irse a la escuela, porque no la había podido cruzar durante el día. Maravillada, entré al diálogo, compartiendo mucho en común con ella. También supe que es buena compañera y muy atenta a la clase. Ahí muy cerquita de Cami, se sumó Milagros, una ferviente luchadora de los derechos de la mujer, buena líder y cebadora de mates.
La clase fue muy agradable. En la presentación conocí a Bruno (diamante en bruto, solo hay que tallarlo), chicas que les encantaba el fútbol o les gustaba la estética en manos. Preciosas debo decir. Y otros tantos chicos gamer y futboleros. Pero hubo uno que también captó mucho mi atención, Kevin. Se notaba que era un chico con el que se podría tener una charlar entre mates y bizcochitos. Tenía pensamientos muy profundos y mucha creatividad. Hacía unos dibujos realmente impactantes, aunque dibujar no sea lo suyo. Es muy silencioso, sin embargo, su semblante meláncolico y actitud corporal, expresaban muchas cosas. Aunque guardaba silencio, sus aportes fueron buenos y enriquecedores.
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Más allá de los ojos
NouvellesBreves historias de encuentros diarios, experiencias en la docencia.