Nuncanoche

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En la aldea de Kotaro había cientos de animales diferentes: dragones de colores, conejos con sombrero, aves con plumas de oro o incluso pequeños peces con alas brillantes que de vez en cuando salían a saludar por las calles. La vida allí siempre era divertida y... ¡mágica!

Las gentes del pueblo aprendían a convivir con aquellas criaturas desde que nacían, cuando elegían al que sería su compañero durante el resto de sus días. Y Kotaro no había sido una excepción.

El destino le había mandado un travieso dragón de escamas rojas y doradas, como si el atardecer mismo se reflejara en ellas eternamente; por eso le había puesto el nombre de Nuncanoche.

Desde el primer momento habían sido inseparables y, tras diez años de correr aventuras, se conocían cada rincón perdido de su aldea y el bosque que la rodeaba. Eran los reyes de aquel lugar.
Sin embargo, llegó una mañana en la que la rutina de Kotaro cambió por completo. El dragón no estaba a su lado cuando abrió los ojos.

-¡Mamá! ¿Dónde está Nuncanoche?
Preguntó, inquieto.

-No lo he visto. Creía que estaría en tu habitación...

Kotaro frunció el ceño y su mente se puso en movimiento. No podía quedarse esperando en la cama a que su compañero apareciera por arte de magia; eso solo pasaba en los cuentos y él no podía estarse quieto sin hacer nada. Tenía una misión nueva aquel día: encontrar a su mejor amigo. Así que se lanzó hacia la mesa, agarró los lápices de colores que tanto le gustaban y empezó a dibujar.

Necesitaba un cartel de búsqueda, uno en el que se viera perfectamente a Nuncanoche. Y eso hizo. No le costó trabajo plasmar sobre el papel la imagen del dragón, con esas escamas que a él le parecían piedras preciosas sobre el fondo blanco y sus grandes alas extendidas como si fuera a escapar del dibujo para regresar con él en cualquier momento.

-Esto servirá...

Susurró y salió corriendo de su habitación para avisar a sus padres de que se marchaba en busca de su amigo.
Recorrió las calles de la aldea con su obra de arte en la mano, preguntando a todas las personas con las que se cruzaba si habían visto a un dragón como el del dibujo. Pero todo lo que el niño recibía eran negaciones y caras de sorpresa. Ni siquiera el resto de animales parecían haberlo visto.

Nunca, jamás, se había escuchado que una de las criaturas fantásticas con las que vivían abandonara a su compañero.

A pesar de todo, Kotaro no se dio por vencido. Comprendió entonces que se había convertido en el protagonista de una nueva aventura e imaginó que se trataba de un juego más, de esos en los que perder le dejaba triste todo el día.
Solo tenía que concentrarse en ganar la partida... Y sabía que era su turno.

Exploró todos y cada uno de los rincones secretos de la aldea, también los lugares favoritos de Nuncanoche y donde ellos solían pasar las tardes... Pero no lo encontró.

Derrotado y limpiándose las lágrimas con las manos, regresó a su casa sin saber qué más podía hacer. ¿Y si su mejor amigo había desaparecido para siempre? ¿Qué haría él?

Abrió la puerta de su hogar, sorbiendo por la nariz y con los ojos enrojecidos por el llanto.

-¡Mamá! No he encontrado a Nuncanoche... ¡No está en ningún lado!
Se abrazó a su madre mientras lloraba.

-Ya está, mi amor. No pasa nada. -Respondió ella, acariciándole la cabeza con suavidad-. ¿Por qué no vas a descansar a tu habitación?

Kotaro negó con la cabeza.

-Ve... -insistió su madre.

-Pero...

-Hazme caso, Kotaro.

Y no le quedó más remedio que obedecer; estaba tan cansado que no tenía fuerzas para protestar. Subió las escaleras y abrió la puerta de su cuarto, y entonces...

-¡Nuncanoche!

El dragón de las escamas del color del atardecer se lanzó sobre él y le lamió la cara con ilusión. Kotaro lo abrazó y rio mientras las lágrimas lo abandonaban por completo; se iban mucho más lejos de lo que se había marchado su amigo.

-¿Se puede saber dónde estabas? ¡Me tenías preocupado!

-Nuncanoche tenía una misión secreta que hacer hoy. Debía ir a la ciudad a buscar un regalo especial... -dijo su madre desde la entrada-. Feliz cumpleaños, Kotaro.

Y le tendió un paquete envuelto. El niño tardó en reaccionar... ¡Pues claro que era su cumpleaños! Con todo el lío de la mañana, lo había olvidado.

Abrió el presente con curiosidad y no pudo evitar sonreír al ver qué había en su interior: un par de muñecas; un príncipe con la corona real y una caballera con su reluciente espada en la mano.

-¡Son... perfectos! ¡Muchísimas gracias, mamá! -La abrazó y se volvió hacia el dragón-. Y a ti también, Nuncanoche. Aunque, no vuelvas a dejarme solo, ¿vale? ¡No podría volver a vivir aventuras!

Kotaro abrazó a su amigo y rio contra sus escamas.

Sin duda, el mejor regalo de cumpleaños siempre había sido Nuncanoche.

Belén Trueba Peñuelas
3-11-2022

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⏰ Última actualización: Nov 08, 2022 ⏰

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