Capítulo 2. Cosas del diablo.

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Muy bien, ya les he contado como fue mi primer beso, pero no les conté cómo los años me atacaron hasta los dieciocho.

Cuando entré a primer año del colegio, me sentía muy emocionada porque:

"Oye, por fin, soy una adolescente y estoy en primero de secundaria."

Como toda niña de trece o de catorce años, me sentía toda una "perra" con el solo el echo de estar en el colegio, porque quería sentirme una "adulta". ¿No les ha pasado eso?

Mi rutina de siempre fue levantarme a las seis de la mañana, bañarme, vestirme, peinarme e ir al colegio. También volver del colegio y rezar.

Sí, rezar.

Un día cuando hice toda mi rutina, estaba con mi abuela rezando el Padre Nuestro. Cosa que yo no hacía, en mi mente siempre estaba la ideas de cómo escapara del gran "consejo" o sermón que mi querida y amada abuela me decí todos los días.

—Bueno —mi abuela dejó su rosario al lado de su biblia—, mira, Aiyana, como siempre te digo, el aborto es un pecado contra la ley de Dios. Eso es un crimen. Las mujeres que abortan son mujeres sin corazón que no les importan abrir las piernas por su calentura.

—Pero abu... ¿y la libertad de expresión? ¿Dónde queda eso?

—Si me preguntas eso, entonces ¿dónde quedan las vidas de esos pobres bebés?

Sí, mi abuela haciéndome preguntas pro-vidas, ojo, no tengo nada en contra con las personas pro-vidas. Siempre me dije que cada uno piensa como quiere.

—Y los homosexuales... hijita, ellos son un error de la vida, cosas del diablo.

—¿Cosas del diablo?

—Sí. Son personas que les falta el amor de Dios.

—Abu... y si te dijera que me gustan las chicas, ¿me vas a seguir queriendo?

—¿Cómo puedes decir eso? Obvio que no te gustan las chicas, eso es pecado, Aiyana. No te dejaré de querer, pero te llevaré con el padre Lucas para que te haga un exorcismo. ¿A caso te gustan las chicas?

—No, abu. Me gustan los chicos, solo era un decir.

—Más te vale.

Muy bien, como ven, esa es mi yo de trece años, sintiéndose mal porque tenía miedo en que su abuela la odie.

Así pasaron los días y no dejaba de pensar sobre las palabras de mi abuela, no dejaba de pensar en cómo sería mi exorcismo, si mi familia se llegase a enterar de que su única y adorada Aiyana le gusta las chicas. Me olvidé decirles que soy la única mujer menor de mi familia, solo tengo primos varones, puros hombres.

Seguramente me llamarían "anormal" o "pecadora"... tal vez, solo tal vez "hija del diablo".

Hasta que llegó un día, en el que uno de mis primos se declaró gay.

Ese día mi abuela comenzó a llorar y a golpearse el pecho, diciendo "¿Qué hice mal, Dios?".

Mis tíos le dijeron a mi primo que era una vergüenza para la familia, que no tenía el derecho de llevar el apellido Rodríguez.

Cosas que hasta a mí me dolió.

¿Qué pasó con mi primo?

Pues, no sé. Después de haberse declarado gay, mi familia lo corrió de la casa y mi tío le quitó el apellido. El maldito dejó a su suerte a mi primo

Siempre quise saber qué le pasó, si se casó con algún hombre, si tiene una buena vida o si adoptó a un niño.

En el momento en que mis tíos lo corrieron, él tenía diecisiete años, pronto por cumplir los dieciocho.

Cuando llegó la noche, a la hora de dormir, no podía parar de llorar.

¿Por qué?

Porque tenía miedo de que mi familia, también me sacaran a patadas de la casa.

Siempre me imaginé la escena de como le diría a mi familia que soy lesbiana. Siempre fue la misma escena.

"Aiyana, eres una vergüenza. No te hagas llamar mi hija. Fuera de mi casa."

Sí, eso es lo que me imaginé a mis trece años de vida.

Pero como dice mi abuela, soy cosa del diablo.

Soy lesbiana, ¿y qué?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora