Capítulo 4. La chica que me gusta.

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A los dieciséis años había una chica que me gustaba mucho, desde que la vi, no podía apartar mi mirada de ella.

Pero, ella era imposible.

Primero, era heterosexual.

Segundo, tenía un novio de nombre Dylan.

Tercero, era mayor que yo... sí, ella tenía veintiséis y era mi maestra de Literatura. Se llamaba Nicole.

Todo mal porque puse mis ojos en una mujer que no debía.

Como todos los lunes a viernes, me encantaba y al mismo tiempo odiaba ir al colegio.

Fácil, me encantaba porque la veía en casi todas las aulas y la odiaba porque cuando la veía, yo tenía la mala suerte de encontrarla con su novio que la iba a visitar frecuentemente.

Y ese día no era la excepción, ahí estaban los dos riéndose como si no hubiese un mañana. Cosa que me pareció hermoso porque por lo menos la veía feliz y podía admirar de sus hermosos dientes blancos y perfectos.

En eso habían tocado el timbre, que significaba fin del receso y el inicio de la segunda clase.

Todos habíamos entrado y sentado en su lugar que les correspondía.

En eso mi maestra se levanta de su asiento y nos dijo:

—Alumnos, como muchos ya saben... —hizo una pausa de cinco segundos— ¡Me voy a casar en dos semanas! —gritó con mucha emoción.

Todos comenzaron a aplaudirle, excepto yo. No podía aplaudir porque no estaba feliz y quería arrancarme las uñas de los dedos de mi mano por la ansiedad que me estaba dando, o sea, la chica que que me gustó desde inicio de clases, se iba a casar en dos semanas.

Pensaba en si suicidarme era la mejor opción. No, suena muy exagerado.

Mi abuela no pararía de llorar y moriría de la depresión.

Los días iban pasando y mi tristeza aumentaba más y más.

Cada noche, lloraba en mi habitación. Mis padres no sabían que me estaba pasando, ellos seguramente pensaban que algún chico me había roto el corazón.

No. Lloraba porque la chica que me gustaba desde la primera vez que la vi, me rompió el corazón y ni siquiera lo sabía, sin embargo, yo no pude declararme ante a ella.

Así que decidí hacerlo. Me iba a declarar.

Tres días antes de la boda, como siempre mi maestra apareció, ella dijo que no le importaba si tenía muchas cosas que hacer, quería pasar sus últimos días con sus alumnos favoritos.

Pensaba en declararme en el último receso, ya que ella siempre se iba a otra aula.

Las hora pasaban y tocó ese receso que tanto me ponía nerviosa, que me hacía tener ganas de vomitar o llorar.

Todos mis compañeros se habían ido y yo me quedé con ella... A solas.

—Señorita Aiyana, ¿no irá a su último receso? —me preguntó, mirándome a los ojos y eso provocó que me ponga más nerviosa— Mire que después le toca con la maestra Nogales y no la va a dejar salir en su clase.

—Maestra... tengo algo importante que decirle.

Ella me miró, su mirada siempre me transmitía paz, algo que me encantaba de ella.

—Dígame.

—No sé cómo decirle, pero siento algo por alguien... creo que me enamoré de esa persona, y no puedo ser correspondida por dos razones.

Mis manos no paraban de sudar y odiaba la sensación de pasarlas por mi falda para secar el sudor.

—El amor siempre ha sido así, señorita. Es duro —dio un suspiro de agonía, parecía que recordaba algo que le pasó—, pero lo va a poder resolver todo con el tiempo.

—Es una chica.

—¿Hay algo de malo con eso?

—No, esa no es la primera razón... la primera razón es que... es mayor que yo y... es usted.

Mi maestra abrió los ojos muy asombrada. Obvio, una de sus alumnas se le estaba declarando cuando ella en tres días se iba a casar.

Cambió su mirada por una tranquila, dio un suspiró y me miró.

—Aiyana, no te puedo corresponder, lo siento. Me casaré en tres días y no le quiero ser infiel a mi futuro marido, además, eres una niña a mi lado. Espero que lo puedas entender, sé que habrá una chica que sí pueda corresponderte.

Agarró sus cosa ya preparadas y se fue casi corriendo del aula. No me di cuenta cuando las preparó...

Ella se fue, dejándome a mí sola en ese lugar.

Mi corazón le dolía todo esto, pero por lo menos me saqué un gran peso sobre mis hombros.

¿Así se sentía ser rechazada? Pues, es la cosa más horrible que he experimentado en mi corta vida.

Papá... sí, soy una débil porque si no fuera débil, no estaría llorando en el baño del colegio.

Sólo me faltaba decirle a mi familia, caso que será difícil.

Iré preparando mis maletas. Nadie me va a humillar, porque a Aiyana Rodríguez, nadie la humilla ni le quita su dignidad.

Soy lesbiana, ¿y qué?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora