house of wolves: intenabo!

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Gustabo miró con una ceja alzada a su jefe, preguntándose como coño el viejo podía dormirse teniendo a su lado a Horacio cantando.

"Horacio, baja la voz. Que el abuelo se esta echando una siesta." Dijo con una sonrisa socarrona, tratando de ocultar la preocupación que lo carcomía hace días.

No era casualidad que este su hermano y el superintendente en su apartamento. Desde hace unas semanas Conway había adoptado un comportamiento de lo más peculiar, para ser exactos desde el día en que habían hecho los entrenamientos en el bosque.

Gustabo había notado las ojeras, los ojos inyectados en sangre y su falta de atención al día siguiente. Echaba la culpa a sus inútiles sentimientos, nadie en su sano juicio le prestaba tanta atencion al viejo desalmado.

Horacio cayó en cuenta unos días atrás, suplicando al superintendente que lo acompañara durante la tarde a hacer sus informes, con la excusa de que le costaba hacerlos. Luego, como el niño no tenía ni una pizca de agallas en su cuerpo, había arrastrado a Gustabo a sus reuniones.

La única condición que había puesto el rubio era que vinieran a su hogar, así cuando los echaba a la calle podía quedarse a ver sus series sin perder tiempo.

Horacio había tratado de veinte formas diferentes sacarle información a Conway, hasta llegar a usar la triste historia del huérfano herido, maltratado por la vida y preocupado por su figura paterna. Pero el viejo, como era un miserable, lo había ignorado como un profesional.

Gustabo ni lo intentó, sabiendo de sobra que si el superintendente no quería hablar, no lo iba a hacer, aún si el de cresta hiciera un berrinche toda la tarde.

El solo se tragaba su malestar y seguía adelante. No podía hacer más.

Su hermano parpadeó, cerrando la boca de inmediato. Miró con abierta preocupación al hombre dormido en el sofá.

El rubio empujó lejos de su mente sus inoportunos celos. En ocasiones le costaba no sentir cierta envidia de Horacio. La manera en la que el podía mostrar de forma tan transparente sus sentimientos lo enfermaba y lo maravillaba a la vez. El ni siquiera sabía lo que sentía la mitad del tiempo: ¿ese dolor en su pecho era tristeza, nostalgia o solo un ataque al corazón? nunca lo sabía.

"Gustabo, he estado pensando en lo que me has dicho." Murmuró su hermano, levantándose ruidosamente de su lugar para ir al lado del rubio. El tipo no podia ser discreto aún si de ello dependiera su vida.

Gustabo bufó, mordiéndose la lengua para no burlarse de él espantado menor. "Tendrás que ser más específico, osito. Hablamos todo el día mi rey."

"¡Lo del campamento! ¿Qué tal si en verdad se convirtió en un hombre lobo? ¿Qué haremos?"

Horacio lo miraba con ojos desenfocados, temblando levemente. Gustabo lo intentó, pero era una preocupación tan ridícula que sólo atinó a reírse. Había bromeado durante su patrullaje sobre la posible licantropía del viejo. El bosque al que habían ido era famoso por sus historias fantásticas sobre hombres peludos y hambrientos, no podía desperdiciar la oportunidad de asustar al de cresta.

Hasta había comprado agua bendita y una daga de, supuesta, plata en honor a esa estupidez.

"Horacio, te adoro y lo sabes." Posó una mano en el hombro del aterrorizado subinspector. "Pero es más seguro que el viejo solo este cansado de cargar con ese humor de mierda todo el día." Bromeó, suspirando aliviado cuando el de cresta rió más calmado.

Fingió ver su reloj de muñeca, aun si sabia que no iba a poder comprenderlo. Nunca aprendió a leer el analógico. "No te quiero echar, pero son las seis y media, crestitas. Es hora de ver alguna serie e irme a dormir."

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