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Cuando el antihéroe y la
vigilante justiciera se encuentran.
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El cementerio nunca fue el lugar favorito de Félix Graham, en realidad, ese era el lugar que más detestaba, porque siempre creyó que era estúpido hablarle al aire deseando que los huesos enterrados de quienes alguna vez estuvieron vivos contestaran o salieran como zombis despertando de la muerte.

Sin embargo, ahí estaba él con su corazón abierto y un ramo de flores en mano.

—Ya pasaron tres meses —susurró con un nudo en la garganta— Aún siento que te perdí ayer.

Dejó con lentitud el ramo de flores y soltó un suspiro mientras metía sus manos en los bolsillos de su pantalón, como si de alguna forma pudiera contenerse de gritar lo impotente que aún se sentía.

Miró el nombre escrito en la lápida.

Bridgette Dupain Cheng.

—Te extraño cada día más.

Una corriente de aire bailó alrededor de él, moviendo su cabello y causándole un escalofrío inusual.

—Marinette también te extraña —se atrevió a decir— Ella... la ha estado pasando muy mal, he querido ayudarla, pero a veces es un poco difícil. Es entendible, supongo, eras su hermana, claro que le duele.

Cada vez que iba a visitar a su exesposa el tiempo pasaba volando y se maldecía siempre que en su mente aparecía la palabra 'ex', cuando ellos nunca se divorciaron, hasta la fecha se supone que seguían casados.

Pero entonces llega ese momento en donde en la ceremonia religiosa la oración "hasta que la muerte los separe" cobra sentido. Se supone que en el lecho de muerte todo se ve claro, pero si era así, ¿por qué él sentía que lo de ellos no había muerto aún?

Es cierto, la muerte de Bridgette lo había separado no solo de ella, sino también de las pocas relaciones que con esfuerzo formó. Era su culpa, él sabía que él mismo era el problema.

Pasó lo que le restó de tiempo limpiando su lápida y vigilando que la cera de las velas se agotase ante el cansancio de lo efímera que es la vida: todo lo que se enciende, tiene que apagarse.

—¿Quién anda ahí?

Félix escuchó la vocecilla risueña y al mismo tiempo apagada de Marinette a sus espaldas.

—Soy yo —dijo Félix.

—Hola —dijo Marinette.

Ambos se regalaron una diminuta sonrisa y Félix se puso de pie, dándole un poco de espacio a la nueva llegada.

Aprovechó esos momentos para verla con atención: su cabello estaba más corto de lo que recordaba y eso que la había visto hacía una semana, su cuerpo estaba cubierto por una ropa más casual a la que ella estaba acostumbrada a usar, así como su rostro parecía más pálido de lo que debería ser.

Al escuchar que Marinette comenzaba a hablarle a su fallecida hermana se alejó, pues no quería ser imprudente y mucho menos una molestia para la mujer.

Hasta hacía un mes atrás, Marinette no se había atrevido a visitar a Bridgette en el cementerio, él mismo tuvo que acompañarla por el increíble dolor que la chica aún sentía en el pecho.

Quizás esa era una de las tantas cosas que admiraba de Marinette: como aún con su corazón roto en pedazos y con el alma deshaciéndose de su ser, ella siempre pensaba en el bien de los demás; en este caso, pensaba en que a su hermana le gustaría ser visitada.

Don't answer the phone at midnight [MLB]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora