El macabro prometeo

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Eran las 11:00 de la tarde noche y yo había perdido el auto bus. Quería llegar antes de que empezara el concierto así que no tuve de otra que caminar. La calle estaba completamente desierta, sol éramos yo y mi sombra. Minutos después, un auto detrás de mí con las luces encendidas empezó a disminuir su velocidad hasta quedar al lado mío. Quien conducía el auto era un chico de mi edad, era blanco, delgado, rubio y usaba lentes redondos. Me pregunto si quería un habentón, yo le respondí que quería ir al concierto y él se ofreció a llevarme y yo acepte. No lo pensé lo suficiente. Me subí al asiento del copiloto.

Durante el trayecto él tipo estuvo callado todo el tiempo y de vez en cuando me miraba. Su mirada era extraña, era penetrante, como si estuviera pensando intensamente en algo, fue incómodo. En un momento dijo que tenía que pasar a su casa a por algo, dijo que no quedaba muy lejos del lugar del concierto así que dije que estaba bien. Llegamos a su casa y estaciono su auto en su patio, él se bajó del auto y me pregunto si quería bajar yo también, dije que sí, supongo que pensé que si yo lo ayudaba nos demoraríamos menos. Entramos en su casa, el interior era muy pequeño, casi todo estaba en la misma habitación. Le pregunte qué era lo que necesitaba hacer, pero él no respondió. Encendió su televisor, en el que estaban dando el clima en el que decinan que en la próxima noche iba a haber tormenta eléctrica. Él tipo fue a su cocina y abrió el refrigerador, saco dos botellas de cerveza, y me pregunto si quería una. En ese momento me di cuenta de que el tipo quería cualquier cosa menos llevarme al concierto, así que mejor me iba. Cuando estaba a punto de abrir la puerta para irme, algo como una soga empezó a apretar con fuerza alrededor mi cuello. Sentí como el aire salía de mi cuerpo, no podía respirar, intente sacarme la soga del cuello, pero apretaba muy fuerte. Con mi mano llegue a tocar la cara de quien me estaba ahorcando y sentí unos lentes, era el sujeto. Caí al suelo, se me estaban acabando las fuerzas. Yo pataleaba, golpeaba y arañaba e intentaba gritar pero me era imposible. Ya no podía pensar, empezaba a quedarme inconsciente, poco a poco fui serrando los ojos, hasta que los serré y deje de moverme. El tipo en ningún momento dijo ni una palabra o produjo algún sonido.

Cuando desperté estaba en un lugar muy oscuro, una especie de sótano. Yo estaba casi completamente sumergido en un líquido viscoso en una especie de tina. De repente un intenso y agudo dolor me recorrió, como si mis nervios hubieran tardado en darse cuenta del daño que estaba pasando, eran muchas agujas clavadas por todo mi cuerpo. Al principio me costó gritar pero cuando puede, un montón de alaridos escaparon de mi boca. El pánico y el miedo se apoderaron de mí. Intente moverme pero mis piernas y brazos estaban inmovilizados con correas. Y escuche la voz de mi captor.

-tranquilo-dijo con tono calmado e indiferente- en cualquier momento debería caer otro. Pronto terminaremos el proceso.

Y a lo lejos sonaron truenos de tormenta.

-en cualquier momento...-repitió él.

De la nada sentí que las agujas se calentaban y sentí que fuego corría por todo mi cuerpo, inyectado por las agujas. Empecé a convulsionar y a gritar tan fuerte que mis cuerdas vocales debieron romperse por deje de hacer ruido pero seguía con la mandíbula abierta, como si estuviera gritando. Seguí sintiendo como yo me quemaba por dentro. El líquido viscoso empezó a burbujear y hervir, y sentí como mi piel lo absorbía. No sé cuánto tiempo paso en realidad, pero se sintió como horas y horas de sufrimiento. Y tampoco sé en qué momento pero volví a perder la conciencia, y luego volví a despertar. Ojalá no lo hubiera hecho.

Desperté en la sala de la casa, yo estaba tendido en el sofá, completamente desnudo. Me di cuenta de que el sujeto estaba parado frente a mi mirando me con esa extraña mirada. Mi cuerpo esta completamente tieso, no podía moverme ni hablar porque mi boca...estaba cosida con hilo. De pronto él dijo:

-levántate – y yo me levante. Yo no quería hacerlo pero mi cuerpo ya no me obedecía, lo obedecía a él. Y solo podía hacer lo que él quisiera.

Y eso fueron los siguientes días de mi existencia. Cada vez que él no estaba en la casa me guardaba en su sótano y me quedaba ahí, sentado o de pie, sin moverme, sin vivir o morir. Y cuando él volvía...

Lo que más le gustaba era que me recostara en su cama mientras él, con herramientas y cuchillos de cocina. Me cortaba, habría y descuartizaba. Yo sentía todo eso, pero no podía gritar ni moverme, ni siquiera una mueca. Tampoco me moría, ni aunque perdiera litros y litros de sangre o que mis órganos vitales no estuvieran donde deberían. Yo simplemente sanaba y el volvía a cortarme, sacar pequeños pedazos de mí y comerlos, saboreando cada mordisco. Eso, por los siguientes meses...hasta que de alguna forma...acabe.

Fin

Cosas que creo que yo escribíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora