Fase 2. Ira

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Melina le había pedido ya tres veces que volviese a casa en lo que llevaban de conversación telefónica, y esta no había sido particularmente larga. Tal vez no había sido muy considerado por parte de la rubia irse sin avisar pero, en su defensa, había sido todo muy repentino, y Valentina había insistido en que debía ser rápido o se lo encargaría a otra persona. No es que creyese de verdad que fuera a hacerlo; si tuviese tantas opciones no habría ido a buscarla en sus vacaciones, pero no había querido arriesgarse, tampoco. Barton era suyo.

Así pues, decidió que lo mejor era avisar de su viaje una vez aterrizase en Nueva York. Si hubiese crecido en una educación más tradicional, Yelena estaba segura de que su lema habría sido "mejor pedir perdón que permiso".

— No tardaré, mamá. — prometió, también por tercera vez, sin dejar de teclear en el portátil, que había encendido nada más llegar al hotel y justo antes de llamar — Terminaré el trabajo rápidamente, y subiré al primer avión que haya a Ohio.

El silencio al otro lado de la línea hablaba más de lo que la experimentada espía creía. Belova podía leer ese vacío con claridad, y sabía que a su madre no le gustaba que hubiese vuelto al negocio, pero no decía nada. Melina creía que la joven viuda se había ganado más que nadie el derecho a decidir qué hacer con su vida, ya que había luchado y sacrificado tanto para otorgarle esa libertad a las demás, ella incluida. Pero, pese a que la familia que habían formado no podía ser más desestructurada, la rubia era su hija, su pequeña, la había criado, en cierto modo, y luego había aprendido a conocerla de nuevo. Yelena no había dejado ir del todo a la niña que había sido, y ella lo agradecía, pero por eso mismo sabía que la joven no sería feliz en ese camino de cuentas en rojo.

— Pero te perderás la Navidad. — el tono de la mayor estaba tan lleno de reproche maternal que la chica sintió cómo se le llenaba el corazón de esa calidez que tanto había extrañado en sus días en la Sala Roja — ¿Qué trabajo puede ser tan importante?

No contestó, ¿qué iba a decir? Iba a terminar con el responsable de la muerte de Natasha, que resultaba ser también su mejor amigo. No, sus padres tendrían algo que decir sobre eso, seguro, así que prefería ahorrarse ese pequeño detalle.

— Volveré a tiempo. — prometió, en vez de responder.

Entendía por qué era importante para su madre que celebrasen estas fechas. No habían podido hacerlo desde que Nat y ella eran unas niñas. Luego ocurrió la huida de Ohio, años sin contacto y, cuando volvieron a reunirse... Thanos. Los tres habían desaparecido, y la vengadora se había quedado sola. Nunca llegarían a celebrar unas navidades verdaderas con ella, y recordar eso hizo que teclease con una fuerza renovada, apoyada en la fría ira.

Hubo un leve forcejeo al otro lado del teléfono, y entonces fue la voz de su padre la que le llegó desde allí.

— Cielo, Santa no se pasará si no mueves el culo para estar aquí en Navidad.

El interior de Yelena se calmó un tanto, e incluso esbozó una sonrisa al oírle. Siendo pequeña, veía en Alexei un héroe, no porque fuese el Guardián Rojo, sino simplemente porque era su padre. Era grande, era fuerte, la cuidaba, mimaba y la hacía reír. Jugaba con ella y celebraba cada pequeño triunfo de la niña; tenía en él un cómplice cuando quería librarse de comer las verduras y nunca le resultó difícil que cediese a sus caprichos infantiles.

En sus años en la Sala Roja, tras separarse, cuando no se contaba cuentos sobre su familia, intentaba convencerse de que no todo había sido falso, de que sus padres y su hermana también pensaban en ella. Por eso, cuando por fin se produjo la tan ansiada reunión y no fue como siempre había deseado, no solo se sintió decepcionada, sino también traicionada. Sobre todo por él, que solo parecía tener malos recuerdos de su tiempo en América, donde no era el Guardián Rojo, solo era papá, un título insignificante para quien había sido el gran héroe de Rusia.

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