Capítulo 1 La visitante

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         Los árboles eran altos, tan altos que parecían tocar el cielo, y entre las ramas se colaba la claridad de una mañana que comenzaba trayendo serenidad y esperanza al alma de Ashia. Levantaba sus pies para no tropezar con las rocas que adornaban el paso decorado de distintas clases de plantas verdes. Alejada del camino principal, atrevesaba pequeños montes para llegar a un simple arroyo, y con mucho cuidado de no echar a perder la jarra de cristal que llevaba en su mochila. Se detuvo por un momento y cerrؚó sus ojos para identificar el sonido del agua discurriéndose por su cauce, y luego al saber hacia dónde dirigirse, prosiguió. Al cabo de unos pocos minutos había llegado. Sacó de su mochila la jarra, y comenzó a llenarla del agua que corría lentamente buscando su destino. Mientras tanto, observaba a través del agua cristalina cómo

        Ashia escuchó un ruido cuando terminó de guardar la jarra en su mochila. Movió su cabeza y buscó si había alguien entre los árboles pero no vio a nadie, ni volvió a escuchar nada. Esperó un momento antes de regresar, por si aparecía algo o alguien pero solo se escuchaba algunos insectos y aves que habitaban en el bosque. Se retiró del lugar dando grandes pasos para avanzar a llegar a dónde su hermana y darle a tomar del agua, ya que según la leyenda del lugar ésta tenía propiedades curativas. Al llegar al patio de la casa, su padre se le quedó mirando.

       —Otra vez recogiendo agua —murmuró su padre mientras se apoyaba en el rastrillo con el cual recogía las hojas secas del patio.

      —Sip, papá—respondió Ashia. No se detuvo ni siquiera a mirarlo. Tenía prisa por encontrarse con Daya, su hermana.

     Ashia subió las escaleras para ir a la habitación de Daya. La casa tenía las habitaciones en la segunda planta. Respiraba agitada y tenía la boca seca por el esfuerzo realizado en buscar el agua y regresar. Tocó la puerta dos veces y su hermana respondió.

     —Pasa, Ashia —indicó Daya con su voz pastosa.

     Ashia entró sonriendo, sacó la jarra, y soltó la mochila cayendo ésta en una esquina. Solo importaba lo que llevaba en sus manos.

     —Te traje el agua del arroyo, ya que se terminó la que te había traído ayer —le expresó con emoción. Para ella era un deleite poder traerle del agua del arroyo porque quería que su hermana se mejorara pronto.

     —Ashia, no tienes que traer agua cada vez. Ya me siento mejor.

     —Eso dices pero a veces te veo débil.

     —¿No será que tú eres la que estás débil?

     —No hermanita, yo estoy bien. Solo me falta un poco de color pero es por la falta de sol. ¿Qué haces? No tienes que sujetarme por el brazo, yo estoy bien. ¿Te sientes bien Daya? —preguntó Ashia confundida.

     —Me siento muy bien y quiero que tú estés bien también, así que descansa a mi lado. Ven y leamos un rato —le pidió Daya a modo casi de exigencia.

     Ashia no entendía porque siempre que trataba de ayudar a su hermana, que estaba tan enferma, ésta siempre buscaba ayudarle como si la enferma fuera ella.

     —Voy para la cocina a buscar algo de comer, ¿deseas que te traiga algo? —Ashia le preguntó con deseos de complacerla.

     —Ashia, estoy bien. Cuando busques en la cocina lo que vayas a comer, vuelve. Me acompañarás para leer un ratito.

     —¡Vale! Ya mismo regreso —respondió Ashia muy animada y salió de la habitación.

     Su hermana se le quedó observando un poco compungida pero buscó distraerse en lo que regresaba Ashia, y volvió a leer la sinopsis del libro que había comenzado. Al poco rato llegó su mamá del trabajo y subió directo a la habitación de Daya.

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