2| Los sueños que no fueron...

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Los sueños que no fueron...

Ádara.

Es de madrugada, el silencio de las calles es inspirador y la melodía de mi cabeza no se va. Hoy es mi primer descanso después de seis días de ir al bar y desearía estar en todos lados menos en casa.

Me remuevo entre las sábanas rozando mi piel con la ligera tela. Con la mirada perdida en el techo, sintiendo los latidos de mi corazón lentos, pausados. Limpio mi frente del sudor y trato de respirar, despacio.

Ignoro la música que atraviesa la sala de estar, así como las risas de esas mujeres que entran a lo que se puede llamar casa, que hurgan entre el espacio que nos pertenece a Maya, a mí.

Respirar ya no cuesta tanto y me volteo quedando frente a la ventana abierta que ondea las cortinas y entra un poco de aire fresco, lo recibo con gusto.

La melodía sigue en mi cabeza.

Es suave, cautivadora, es como exprimir mis emociones y vaciarlas en un vaso de cristal vacío. Es una especie de necesidad, como si de pronto quisiera escupir todo lo que me está ahogando, pero existe cierto miedo.

Ruedo los ojos y prendo la lámpara de noche, me siento de golpe agarrando mi libreta pequeña donde a punto ideas, estrofas, sueños rotos.

Vuelvo a recordarte...

Estás aquí, cerca de mí, con un abrazo en mis hombros y me vuelvo a sentir en casa.

Son las tres de la mañana, curioso que fue a la misma hora que mi corazón se rompió.

Y siento un vacío cuando lo suelto, no el que libera, el que te ata.

Dejo la libreta sobre mis rodillas. Escucho algo romperse, pero no me levanto.

Mis ojos se llenan de lágrimas al escuchar los gritos de mi hermana pidiendo que se vayan, es egoísta, pero lo único que hago es recostarme de nuevo con la lámpara encendida y la libreta en mi pecho llenando mis mejillas de un torrente lluvia que parece un huracán.

*

La mañana comienza como todos los días, son las cinco de la madrugada y me alisto para ir a la panadería y comenzar a hornear. Me ducho y me coloco unos pantalones de algodón junto a un top deportivo y una sudadera, salgo casi corriendo con los tenis en la mano fingiendo que no me duele la espalda por cargar tantos bultos esta semana.

Veo en el sofá a Maya con libros a su alrededor y su mochila tirada, el olor a marihuana me marea un momento y abro las ventanas para que desaparezca.

En la noche no abrí la puerta, dejé que se encargará de esto y no es su responsabilidad, ella no es la hermana mayor, solo es una universitaria.

Bajo las escaleras a tropezones y me encuentro con Bianca, se acaba de levantar seguro.

—Te preparé un café, llévatelo y desayuna algo decente—ordena bostezando y quiero abrazarla.

—Lo siento por lo de anoche—es lo primero que digo al agarrar la taza de café. Ella solo asiente con un intento de sonrisa.

—Te aprecio demasiado Ada, pero necesito que eso se deje de repetir—pide con amabilidad y la entiendo, ha soportado demasiado.

Afirmo con mi cabeza e intento sonreír.

—Nos vemos luego.

Busco mi bicicleta y pedaleo hasta el local que era de mamá. Es lo único que queda de ella, está bien conservado y limpio como tanto le gustaba. Antonella, mi madre era un ser lleno de luz, brillaba y la gente del vecindario la adoraba.

El Lugar Donde Albergan Los Sueños RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora