Empezar desde cero

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(Verano) Junio de 1998

En la primavera del '98 mi madre firmó los papeles del divorcio porque mi padre andaba "de visita en casa de otra mujer" —aquel año había sido bastante abrumador— así que al comenzar las vacaciones de verano empacamos nuestras cosas y  nos fuimos al sur de México a un pueblo llamado "Kolem'ja" (en cierta manera resulta difícil de pronunciar, pero si tienes buen oído y la lengua no se te enreda en el intento; es probable que en uno o dos años domines el dialecto).

— Les va encantar —había dicho mamá mientras estaba en el volante sonriendo de oreja a oreja— K'otan, —por aquel entonces casi tenía seis años, y digo casi, porque mi cumpleaños era hasta octubre. Me gustaba mirar por la ventana, íbamos subiendo cerros en espiral cuando de repente tuvimos que hacer una parada para que Shun pudiera vomitar, de tantas curvas en subidas y bajada la cabeza le daba vueltas y el estómago se le había hecho jirones, pese a ello; a mamá nada le quitaba aquella euforia de vivir lejos de la civilización ni siquiera el hecho de ver a su hijo soltar lágrimas durante el arqueado— Ko' —reiteró una vez que nos hubimos acomodado dentro del coche, un Volkswagen blanco al que solíamos llamar "el escarabajo" —...será una buena experiencia empezar la primaria, hacer amigos, ir a los festivales, comer comida típica ¡niños!—apretó el volante— ustedes son afortunados. Ya lo verás, Ko'.

A veces a mamá se le daba bien exagerar las cosas, en todo caso lo único a lo cual nos mantenía un poco interesados era eso de conocer la casa de la que tanto se decía ser la última maravilla del mundo.

— ...Pues Ko' no tiene amigos —gruño mi hermano mayor, Daniel— te dije que quería quedarme en la ciudad ¿qué hay de bonito en vivir en un pueblo?

Lastimosamente él si tenía amigos y montones de recuerdos a los que tuvo que renunciar.

— Hicimos un trato, no lo olviden.
El trato consistía en el pasar del tiempo. Es decir; cumplir la mayoría de edad para abandonar el nido, por lógica ninguno podía ahuecar el ala y ser libre.

— Si,si, si, si, el trato —arremetió—, espero tener mi propia habitación.

Miro por la ventana, se acomodo los audiófonos y le subió el volumen al Wolkman.

— Una bonita recámara te espera.

Mamá perdió a sus padres desde muy temprana edad; así que los bisabuelos la criaron como su hija, un año antes del divorcio ellos fallecieron y le dejaron la casa junto con algunas tierras de cultivos, algo raro, ya que para los campesinos ninguna mujer puede heredar tierras, sino que se casan y el hombre le provee. Sin embargo, mamá era un caso distinto.

— Al menos debiste dejarnos vacacionar con papá.
Dijo en voz alta, pues como había explicado antes los audífonos a un volumen insano le impedían mantener un tono congruente al hablar.
—Él ni siquiera nos quiere cerca.
Le respondí.

— Lo qué pasa es que a ti no te quiere —dijo en tono jocoso al volverse a mi, noté que un audífono se le había caído en el cuello.

— Si te quisiera te hubiera pedido quedarte con él y eligió a...

— ¡niños! —exclamó mamá— Debemos limpiar la casa durante las vacaciones, es antigua y ha de hacercele cambio de madera, tubería, piso, electricidad, techo... —Mamá tenía razón— son muchas cosas —miro su reloj de mano— espero encontrar una tlapalería abierta en fin de semana, necesitamos mosquiteros.

—¡¿Qué?! —dijimos en unísono.

— Si y no pongan esa cara —suspiro—, hable con una antigua amiga de la infancia y mencionó que las calles no son como antes, ya hay pavimento y drenaje —se acomodó el gorro y los anteojos—, ustedes no saben lo que su madre tuvo que pasar en temporada de invierno, ya les conté de ...

—Si-si-si lo sabemos —la interrumpió Daniel— los zapatos se te cubrían de barro al ir a la escuela, cagaban en letrinas o a cielo abierto, les salía ronchas en verano por picaduras de mosquito, el vestido se te estropeaba en tiempos de lluvia —suspiro— a sabiendas de los malos recuerdos también quieres hacernos pasar por lo mismo, en pocas palabras eso te vuele una madre poco convencional y egoísta.

Mamá sonrió apenada.

— Supongo que están cansados de escuchar mis anécdotas, tanto tengo malos recuerdos como también tengo buenos —mantuvo en su cara una sonrisa amplia mientras se recordaba a ella misma la gran diferencia entre su infancia y la nuestra— gracias a ustedes reconozco el gran lío que les provoque a los abuelos.
Resoplo cansada, no supe si por los viejos recuerdos o por haber conducido once horas de norte a sur, quizá fuera por las dos cosas.

— ¿Falta mucho? —las nalgas se me estaban entumeciendo— tengo hambre.

— tranquila —me miró desde el retrovisor— antes de llegar a Kolem'ja hay puestos de comida.

— Quiero pizza —Daniel, mi hermano mayor se quitó los audífonos— De preferencia de peperoni.

— Aquí no venden pizza, ni hamburguesa o pollo frito.

— Ya no quiero comer nada.

Mi hermano estaba en la pubertad —cursaría quinto de primaria en aquel entonces—, le molestaba todo, excepto la música que escuchaba en el Walman Sony que le había regalado papá antes de la separación.

— Pero hay otras cosas comestibles que podrían gustarles ya lo verán.

— ¿Y helado? —preguntó Shun, en realidad ese no era el nombre de pila de mi hermano menor sino Ja'al (lluvia) pero mamá siguió la tradición de decirle "Shun" al ser el último de los tres—, tengo calor.

— Helado creo que si venden.

Apeamos tan pronto a un puesto de aspecto rústico. Vimos salir a una familia con pequeñas bolsas en manos —afuera había un letrero de anuncios ¿Qué promocionaba algo? quizá dulces tradicionales o comida...

— ¡Si hay helado! —grito Shun emocionado—, quiero uno de coco.

Adentro en el puesto sólo tenían una mesa para una familia y afuera una barra de golosinas tradicional en el que se apilaron bancos altos para comer y troncos gruesos cortados para descansar al aire libre.

—...de coco por favor —la delgada voz de Shun hizo eco frente al señor del puesto, quien usaba una camisa blanca con su nombre bordado en el lado derecho del pecho y un pequeño remolino al final—...Ko' ¿de qué vas a querer tu helado?

Pero ya no escuchaba la voz de mamá sino que mi ojos se habían clavado en un cartel con la foto de una niña, llevaba el cabello recogido en dos moños, parecía disgustada, tal vez —sus ojos rasgados— sugerían tensión en el cuero cabelludo, sin embargo parte de aquello llamaba la atención las letras grandes en rojo:

"¿Me has visto?" Comunícate al: 919...

Dulces recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora