Capítulo 1

2.3K 126 16
                                    

Ada

Las ramas crujen bajo mis pies con cada paso que doy. La luz de la luna es la única que ilumina mi camino, y el cantar del espeluznante búho que me observa desde arriba de un árbol hace que me sienta como en una mala película de terror.

No estaría aquí si no fuese por mi abuela. No, no estaría aquí ahora mismo si no me hubiese quedado dormida apoyada en el tronco de un árbol. No planeaba hacer una parada en medio del bosque para descansar, pero debí haber adivinado que apenas mis ojos se cerraran, el sueño tomaría control de mi cuerpo. Cuando logré despertar el sol estaba escondiéndose, y tuve que retomar mi camino lo más rápido que pude.

Esto es mi culpa.

La noche anterior no conseguí descasar lo suficiente porque me estaba divirtiendo con mi mano entre mis muslos. Conseguí dormir apenas dos horas. Luego, mi madre me puso de pie a las seis de la mañana para que la ayudara a terminar de hornear los pastelillos para mi abuela. Sus favoritos son los de fresa con crema. Saben muy bien, la verdad. Lo sé porque ahora estoy llevándome uno a la boca, aun sintiendo los ojos del animal nocturno sobre mí.

Hace algunos años, mi abuela decidió irse a vivir al interior del bosque. Nunca entendí la razón por la cual prefiere estar en este temeroso lugar sola, viviendo lejos de cualquier otro humano, y no en la aldea junto a mi madre y a mí. Es una vieja chiflada. ¿Quién podrá ayudarla si tiene alguna emergencia? Y si se enferma, como en este momento, ¿quién estará al pendiente de ella?, ¿quién le dará sus medicinas y le llevará la comida a la cama?

Me preocupo por mi abuela, sí, pero no demasiado. Lo puedo comprobar después de haberme quedado dormida una buena cantidad de horas, sabiendo que en este momento, ella debe estar tirada en su cama sintiéndose fatal. Mi madre decidió que era una buena idea enviarme al bosque con una canasta llena de pastelillos y medicamentos luego de que se enterara que mi abuela lleva semanas enferma. Según los cálculos de mi madre, ya tendría que estar de regreso en la aldea, pero en realidad, aún me quedan algunas horas para llegar a la casa de mi abuelita.

Me meto el último pedazo de pastelillo a la boca, y chupo la crema blanca que se me ha quedado en los dedos. Paso la mano por mi vestido, secándola, y cubro mis brazos y pecho con la capa roja que traigo sobre mis hombros. Mientras continúo, el viento sopla mi vestido, haciendo que la ligera tela choque contra mi cuerpo y se eleve unos centímetros.

Un ruido bajo y lento hace que mis pies se detengan de inmediato. Casi pienso que ha sido mi mente queriendo asustarme por ser una mala nieta, pero oigo algo más. ¿Acaso eso fue un...? El ruido vuelve a escucharse, más fuerte y ronco esta vez. Es un gruñido, el de un animal salvaje. El corazón me golpea el pecho, y trago saliva. Esto no puede estar pasándome. Sin moverme de mi lugar, giro lentamente mi cabeza hacia la izquierda, y ahí en cuando lo veo. Sus ojos color plata brillan en la oscuridad, acechándome, y de repente, soy consciente de que no fue un sueño lo que vi entre las sombras cuando desperté. Alguien estaba observándome mientras dormía.

El animal suelta otro gruñido, haciendo que el suelo vibre bajo mis pies, y avanza, permitiéndome ver su pelaje oscuro bajo la luz de la luna. Mierda. Es un lobo. Uno grande y malditamente molesto. Me sorprendo cuando noto que está parado en dos patas, y no en cuatro, como suele ser. Su gran altura lo hace ver amenazante y peligroso desde mi metro con cincuenta y siete centímetros. Él parece saberlo, porque da otro paso hacia mí, dejándose ver por completo. Ahogo un jadeo al verlo con más claridad. Sus orejas puntiagudas y peludas están apuntando hacia el oscuro cielo, y pelo negro cubre su rostro. Tiene los ojos de un hermoso color plateado que iluminan como la misma luna. Su hocico es idéntico al de un perro, con la nariz oscura y húmeda, y con colmillos afilados especiales para triturar carne. Mis ojos caen sobre su pecho duro y ancho, con músculos grandes y definidos como el resto de su cuerpo. Hay pelo allí también. Me enfoco en los pantalones que cuelgan de sus caderas. La tela está haciendo una carpa con la polla gorda y erecta que está por debajo. El material está tan desgastado que puedo ver con facilidad el contorno de lo que pretende ocultar.

Su pecho sube y baja con respiraciones profundas, y lo veo olfatear el aire, soltando un quejido ansioso.

Mi cuerpo tiembla, y no puedo diferenciar si es por el aire frío que pasa a través de los árboles, o por el miedo que me golpea al verlo acercarse, y arrastrar su hocico por mi cuello.

—Sabía que ese dulce olor venía de tu coño, y no de la canasta —susurra con la voz ronca.

Sus palabras no deberían gustarme, pero lo hacen. Y me hace pensar que tal vez hay algo malo conmigo, porque mi cuerpo debería estar preparándose para correr, no excitándose y haciendo que mis pezones empujen de manera vergonzosa contra la tela de mi vestido.

Me quedo quieta, sintiendo sus garras aferrarse a mis caderas y apretar mi carne de manera brusca. Dejo salir un gemido cuando siento su erección presionando mi estómago. Su nariz húmeda sube por mi garganta, pasa por mi oreja y olfatea mi cabello, intensificando su agarre.

—Nadie me dijo que hoy iba a tener una buena cena. Una puta cena de reyes. —Aleja su hocico de mí para observarme—. ¿Cómo te llamas, coño dulce? —Muerdo la punta de mi lengua, y sacudo mi cabeza de lado a lado—. ¿No me dirás? —pregunta luciendo divertido. Niego otra vez—. ¿Por qué no?

—Porque mi madre dice que no debo hablar con extraños.

Una sonrisa grande se posa en su hocico, y sé que la he cagado.

—Volk. Ese es mi nombre —señala—. Ahora repítelo —ordena.

—Volk —susurro, temiendo que mi madre me escuche, aunque estoy lo suficientemente lejos de la aldea para que alguien me oiga gritar.

—Bien. Ya no soy un completo extraño, ¿o sí?

Dudo antes de responder.

—Supongo que no.

—No lo soy —asegura, pasando una de sus garras por mi capa. Mira hacia el piso—. ¿Qué es lo que traes en la canasta?

Miro hacia abajo, notando que mis dedos aprietan con fuerza el asa de esta misma. Aflojo mi mano, y agito el cesto para que pueda oler lo que hay dentro.

—Pastelillos y medicamentos para mi abuelita.

—Está enferma, ¿eh? —Su garra sube hasta mi rostro, y lo observo quitar un mechón de cabello que se me ha venido al frente. Su cercanía hace que me sienta más en confianza, así que le cuento de todos modos donde me dirijo.

—Sí. Tiene una casa en el bosque. Debía llevarle esto antes de que anocheciera, pero me quedé dormida mientras tomaba un descanso, y ahora estoy muy atrasada.

Él luce sorprendido.

—Oye, pero yo sé dónde vive tu abuelita.

—¿De verdad? —pregunto con los ojos bien abiertos. Creí que mi abuela no era buena sociabilizando.

Volk asiente con seguridad.

—Conozco este lugar como la palma de mi pata. Sé de un buen atajo para que no tardes demasiado —una sonrisa se planta en mi rostro, y sus ojos bajan directo hacia mis labios—. Es más, puedo acompañarte, si quieres.

Su mirada sube hasta la mía, y me es imposible no quedarme impresionada con sus ojos.

Mi madre dice que los extraños pueden ser malas personas, pero no creo que Volk lo sea. ¡Vamos! Me contó sobre el atajo. Si él fuera alguien malo, no me hubiese dicho nada acerca de eso, y hubiera permitido que siguiera por el otro camino. Volk es la prueba de que mi madre puede equivocarse algunas veces.

—Me encantaría que lo hicieras —digo sin apartar la mirada. Él sonríe aún más, pero estoy demasiado embobada en sus ojos como para notar que la sonrisa que me da no es buena. 



Ada y el lobo (Retelling de Caperucita Roja)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora