DIA 2

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Me dió un sobresalto y casi caigo de la cama. Me encontraba de nuevo en mi habitación, tan desordenada como siempre.

-¿Quién es Max? - dijo Andrew apoyado en el marco de la puerta. Puso la cabeza de lado, esperando una respuesta, y levantó las cejas.

-Solo ha sido una pesadilla- le respondí mientras me tapaba la cara con el cojín. -He soñado que venías con una de tus guitarras, y créeme, fue tan horrible....- riendo a carcajadas Andrew se fue por el pasillo hacia las escaleras.

-Vamos hermanita, que hoy te levantaste muy graciosa. ¡A desayunar! - Seguidamente, bajó  por la barandilla y entró en la cocina, dándole los buenos días a mamá. Todo fue tan extraño, tan real. Levanté la mirada hacia la pared del fondo y vi que ya eran las ocho y media. El reloj tenía forma de gato, las varillas eran los bigotes y su cola, bailaba de un lado a otro. Papá me lo regaló el día de mi cumpleaños, cuando abrí el paquete creí que era de verdad. Ilusa de mí. Me di una ducha rápida y bajé a desayunar.

-Buenos días mamá- Andrew estaba devorando una magdalena y ella tomaba su café, como cada mañana.

-Buenos días cariño- dijo mamá dejando la taza sobre el plato pequeño que contenía la cucharita. Los rayos del sol entraban por la ventana, atravesando las gruesas cortinas, e iluminando toda la cocina. Andrew llevaba puesto los auriculares, los que mas abultaban, negros y redondos que cubrian la oreja entera. Mientras movía su cabeza de un lado a otro, comenzó a quitar el envoltorio de su segunda magdalena. -Qué lástima lo del señor Aurelio - comenzó mamá. -Era un hombre muy educado, caballeroso como ninguno, de esos que ya no quedan - suspiró y terminó bebiendo el último sorbo que contenía la taza. El señor Aurelio fue un vecino muy querido por todo el vecindario. Era conocido por sus dotes de carpintería, fontanería, jardinería... fue todo un manitas, hasta que el corazón dijo basta. Recuerdo que una vez vino a solucionar un problema que tuvimos con la chimenea. Subió al tejado, con la intención de quitar un supuesto tapón de creosota, con tan mala suerte, que cayó la escalera abajo. El señor se encontraba solo ese día, y aunque parezca mentira, no pasó nadie en toda la tarde. Saltó, agarrándose a un árbol que quedaba cerca de casa e intentó deslizarse por él hasta el suelo, pero no fue así. Cuando llegamos a casa, después de hacer la compra, mamá, yo y Andrew, lo encontramos como un búho posado en una rama. Pobre señor Aurelio. Al día siguiente llevaba un resfriado de caballo.

Andrew salió corriendo de la cocina y recogió su mochila, que se encontraba tirada junto a la mía, en la puerta de casa. La lleva repleta de chapas de diferentes grupos, por supuesto, todas de rock.

-¡Vamos a perder el autobús! Date prisa hermanita - abrió la puerta y salió corriendo hacia la calle. El autobús siempre pasaba más tarde de lo previsto, pero a pesar de ello, cumplía con la hora de llegada, sin retrasos.

-¡Nos vemos luego mamá! - cerré la puerta, y antes de salir a la calle, revisé el buzón. Situado a un costado de la verja, en la entrada del jardín, podía verse a kilómetros con ese color rojo fuego. Una vez, cada dos meses, me llega una carta de tía Ingrid. Desde que se mudó con su nuevo amor a la otra punta del país apenas le vemos el pelo. Solo había un par de folletos medio arrugados.

Siempre me tocaban los primeros asientos, vacíos, pero limpios y sin papeles ni trozos de comida pegados al reposabrazo. La última fila parecía un local solo para vips. Donde no podía faltar Andrew, el graciosillo del grupo, y el creador de ideas. Para nada buenas, por supuesto. Giré la cabeza para ver qué estaban haciendo y uno de ellos, bailaba en medio del pasillo, mientras los demás le seguían la gracia, riendo como locos, Sara tuvo la desgracia de estar en medio. Ahora recuerdo, lo bueno que tienen, los asientos de la primera fila.

Andrew giró hacia la izquierda, en el pasillo de la primera planta, dirigiéndose a su aula. A mí me tocó subir otro piso más. Con esos interminables escalones gruesos recién pulidos que olían a cera quemada. El instituto, llevaba construido más de cincuenta años, pero antes de eso, era un castillo, de no sé qué, rey tercero. Aún mantenía los pilares intactos situados en la cocina, algún aula y el salón de actos. Incluso hay rumores de haber visto un fantasma andando por la noche, pero yo creo que es el conserje haciendo guardia.

Me dirigí hacia mi mesa, dejé la mochila colgada en la silla, saqué el estuche y los libros de la asignatura, y me senté. La maestra Rosa Fina nos daba clases de sociales. Era algo impuntual, pero también era cierto, que se explicaba muy bien, dando facilidad a la hora de coger apuntes. No era muy mayor, apenas tenía los treinta, y le gustaba mucho practicar deporte. Desde la ventana de mi habitación la veía pasar con su nueva bicicleta. Lleva una cesta en la parte frontal y casi siempre lleva a su perro dentro, con la lengua colgando de un lado a otro. Ojala mamá me dejara tener uno pequeñín, pero a papá le dan pánico.

A las once y media sonó el timbre. Era la hora del almuerzo, el mejor momento de toda la mañana. En la parte trasera del instituto había un callejón que llevaba a la pequeña casa del conserje. Tenía un precioso jardín, todo lleno de rosas, amapolas, un limonero enorme y algunos claveles. Una valla metálica lo dejaba bien protegido. Me senté en uno de los escalones de la casa, saqué el sándwich, me lo comí en un par de mordiscos y volvió a sonar la campana. Estaba muy bien en la sombra, el sol no quemaba, abrasaba.

Volvíamos a estar todos sentados en clase, escuchando al profesor como nos explicaba el resultado de cada uno de los trabajos, cuando me pareció ver de reojo, que algo pasaba rápidamente por el pasillo. Escuché unos pasos que se movían de un lado a otro. ¿Nadie se daba cuenta? Me incorporé disimuladamente hacia atrás y apoyé la espalda en el respaldo de la silla. Todos estaban atentos al profesor, bueno, todos no, alguno de la última fila llevaba un rato dormido.

-Así que esto es el colegio... Qué aburrido. ¿Dónde están los Misfots? - dijo una voz conocida. Giré bruscamente la cabeza hacia mi derecha y vi, encima de una estantería, a Max. Sentado en lo alto del todo, movía las piernas como un niño feliz. -Como tú estuviste en Dream pues me pareció buena idea venir a verte. Ah, por cierto, nadie puede verme, excepto tú, así que todos te están mirando ja, ja, ja -

-¿Estás bien Aila? - preguntó Sebastian.

-Si profesor, solo ha sido un mareo - retomando la lección, el resto de clase dejó de prestarme atención, Max seguía con su sonrisa, observando todo. Era tan surrealista que costaba creer que estuviera ocurriendo de verdad, pero allí estaba, tan real... Como si fuera un muñeco a pilas hablando solo.

Cuando quise darme cuenta había desaparecido.

DREAM. LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora