Parte 2

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Rumpelstiltskin sintió una fuerte presión contra su entrepierna, que comenzó a reaccionar positivamente a la sensación y el roce, y sonrió con gesto felino. Bajó su mano, en silencio, hasta la cadera derecha de ella y la agarró con fuerza metiendo la mano bajo su forma suave y curvilínea. Intensificó su mordisco; parecía que a la hija del duque no le desagradaban sus formas toscas y a veces rudas; lo venía pensando desde hacía mucho, cuando ella aún no recordaba nada de sus vidas anteriores, pero ya se le daba como suya en cuerpo y alma. Movió su cadera, presionando su semierección con fuerza contra las braguitas rosa y el trasero pequeño y dulce que se le ofrecía, moviéndose a su mismo compás. Un gemido casi inaudible le confirmó que iba por el buen camino, ella le autorizaba a dar otro paso más. Cosió una cadena de besos desde su cuello hasta su nuca, apartando más su cabello largo y castaño, subió su mano izquierda hasta apresar la de ella entrelazando sus dedos largos y blancos con los suyos, gruesos y hábiles, sin dejar de mover sus caderas contra ella, con una cadencia lenta e intensa. Ella gimió de nuevo, dejando que el aire se escapara de sus labios y un segundo después conteniéndolo, como si la hubieran pillado en falta. Él, con la sapiencia que da la experiencia, comenzó a besar su espalda, despacio, bajando poco a poco hasta llegar a entre sus omóplatos donde se quedó quieto, besando y haciéndola sentir su aliento cálido y su lengua perversa mientras sus caderas aumentaban la velocidad muy, muy despacio.

Bella soltó la mano de Rumpelstiltskin, giró la suya propia y volvió a entrelazar sus dedos con los de él fuertemente, ahora palma con palma. Cada beso de sus labios, cada caricia de su mano, cada insistente roce de su sexo contra su cuerpo la despertaba electricidad en la piel. Era indescriptible para ella el placer que sentía, no encontraba palabras. Tenía la piel de gallina en la espalda, sintiéndole bajar por ella y recrearse en su camino. Cada vez que él dejaba que sintiera su aliento, enfriando un beso cálido y húmedo con él, y luego jugueteaba con su lengua en ésa misma zona, o sus dientes amenazaban con clavarse dulcemente en ella, sentía como si un rayo corriera desde los labios de él a su espalda y de ahí al interior de su cuerpo, llegando hasta sus piececitos incluso, haciéndola cerrar la presa de su mano más fuerte algunos segundos. Se acomodó bajo la cada vez más intensa y necesitada erección que él guardaba aún pudorosamente dentro de su ropa interior, deseando que se deshiciera de ella pronto. Acababa de percatarse de que sus ganas de él eran brutales, tan enormes que en comparación todo se quedaba pequeño. Le daba igual estar exhausta, le daba igual necesitar mil horas más de sueño y le daba igual estar más débil de lo que podía recordar jamás. Lo necesitaba, no había cosa en el mundo que necesitara más que éso. Hundió de golpe su rostro en su almohada, aún cuando se vio privada de oxígeno al hacerlo. La mano derecha de él, aventurera y atrevida, se estaba colando bajo su cuerpo en busca de sus pequeños pechos, y acababa de dar con su ansiado premio. Alzó el rostro sacándolo de la almohada, con la boca abierta, aspirando aire con fuerza, llenándose los pulmones. Sus hábiles dedos rodeaban delicadamente su diminuto pezón rosado, casi tan duro como la ya fuerte erección que él seguía rozando contra ella; lo aprisionaba entre su índice y su pulgar con fuerza un segundo, para luego liberarlo y acariciarlo con la yema de sus dedos, una vez sensibilizado. Así una vez, otra, y otra más. Apretando los dientes para no jadear, acabó gimiendo, y su voz se escapó húmeda y deseante.

Por su parte, Rumpelstiltskin también estaba conteniéndose. Si por él fuera, le arrancaría las rosadas braguitas de un tirón, y sin siquiera preguntar, sin mirar su precioso rostro, se clavaría en su cuerpo una y otra vez, sin descanso, hasta explotar de placer en su interior; pero bien sabía él que hasta entonces no había sido ni quería ser así de egoísta. No con ella. Era fácil, en sus días de Ser Oscuro, obtener cuanto quería de cualquiera, y éso también incluía placer físico si él así lo deseaba; aún cuando no fuera una de sus prioridades nunca, la posibilidad existía y él, de tarde en tarde, la aprovechaba. No era algo romántico, ni conllevaba sentimiento alguno por ninguna de las partes. Era un mero intercambio de fluidos, algo deshumanizado y frío; algo que no podía catalogarse ni como sexo siquiera, si lo pensaba bien. Otro trato más que apuntar en su larga lista, nada más. Sin embargo, con ella todo era calidez y sentimientos, amén de una coordinación entre ambos como en su larga vida había soñado. Con ella había conocido cotas del placer que hasta el momento ni había pensado que existieran. Soltó su mano izquierda de la de Bella, y levantando el cuerpo de ella como si temiera quebrarla cual cristal delicado, introdujo su mano hasta dar con su otro pecho, imitando el movimiento que con la derecha hacía. Pronto Bella no pudo contener los gemidos y jadeos, tirando su cabeza hacia atrás y hacia delante contra la almohada según sus hábiles dedos de tejedor se hacían con el control de sus pequeños pechos blancos. Mordió la almohada, intentando no gritar, cuando él se agarró firmemente a ellos con las manos cubriéndolos por completo para hacer aún más intenso el movimiento de su sexo endurecido contra su trasero. Rumpelstiltskin subió los ojos en el mismo momento que ella dejaba la huella de sus dientes en la suave almohada, y comprendió que ése era el punto de no retorno. Soltó sus delicados pechos tras una última caricia gemela en sus pezones, hundió su cara en su cuello besando y mordisqueando, y apoyó su peso en su mano derecha, mientras con su mano izquierda la hizo rodar hasta quedar boca arriba. Era suya, sólo suya, y que ella le permitiera hacer con su cuerpo lo que él y su perversa mente dictaran, le volvía loco. Se tumbó dejando todo su peso sobre ella, miró un segundo sus ojos azules, entrecerrados de placer, y sus labios rojos por la excitación. Besó su mejilla, primero suave, y luego con más intensidad según bajaba hasta la curvada línea de su sonrisa; no la besó en los labios, sin embargo. Con la punta de su lengua, lentamente, haciéndola sentir de verdad, acarició el contorno de sus labios, primero el superior y luego el inferior, de comisura a comisura y vuelta. Luego besó su barbilla, dio un pequeño mordisquito en ella y otro beso, y volvió a lamer sus labios, con ansiedad contenida. Necesitaba besarla, pero aún más necesitaba verla disfrutar. Nunca había sido un hombre especialmente generoso con nadie, pero en la cama y con ella, su egoísmo desaparecía del mapa inexplicablemente.

amor raroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora