Parte 1

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- Despierta, amor... Mi niña... despierta...

Bella estaba tan cansada, tan necesitada de algunas horas de buen descanso, que no le oyó. Tumbada en la cama boca abajo, con la boca ligeramente entreabierta y los brazos bajo la almohada, estaba tan perdida en su mundo onírico como lo estuvo en el real al salir del psiquiátrico. Rumpelstiltskin sonrió dulcemente, mirándola, recién despierto y aún sintiendo que soñaba. Ella era un sueño, su sueño. Sólo podía ser éso, tras haberlo pasado tan mal sin ella, tras sentirla tan lejos, tras creerla muerta... Se acodó junto a ella, boca abajo también, y la rodeó con su brazo izquierdo, acercándola a él. Era simplemente perfecta. La noche anterior no se había atrevido a tocarla más allá de lo legal; acababa de salir de un lugar infecto y maldito, donde había comido mal, había dormido peor, y había enfermado en soledad. No parecía el momento idóneo para dejar suelta la correa de la pasión, pensó, así que cuando llegaron a casa su noche se limitó a ayudarla a ducharse, preparar la cena para ambos y dejarla dormirse entre sus brazos, apretándola fuerte contra él. No iba a permitir que la pasara nada malo nunca más, se juró antes de dormirse él también.

- Mi vida... es hora de despertar. - susurró en su oído. Ella se removió, en sueños, y tras hacer un gesto raro con el rostro, continuó durmiendo. Él no pudo contener otra sonrisa, hundiendo su nariz y su rostro entre el cabello enredado de ella. Aspiró su aroma, y besó suave la piel tras su oreja, sintiéndola estremecerse. Su mirada se volvió pícara. Sin dejar sobre ella peso alguno, se colocó sobre su cuerpo, entre sus piernas abiertas, de forma que el pequeño trasero de Bella apuntaba directo hacia sus caderas. Tenía hambre de ella, muchísima hambre, y no sólo física; necesitaba oírla, besarla, hacerla rabiar como a una niña, que jadeara su nombre, que le arañara la espalda. Añoraba sus gritos pidiéndole más y rogándole, añoraba su risa al hacerla cosquillas. Necesitaba ocupar cada segundo de su tiempo en, para, con y junto a ella. Volvió a hundir su rostro en su cuello, apartando sus cabellos despacio. Bien pensado, prefería despertarla así, con sus hechos, antes que con sus palabras. Empezó a apoyar despacio, con calma, su peso sobre ella, empezando por su pecho contra su espalda. Era tan frágil, la sentía tan desvalida... Y sin embargo, la sabía más fuerte y más valiente que él. No le cabía duda. Si él hubiera sido ella, jamás habría aceptado el trato propuesto; el nunca se habría ido con el Ser Oscuro, ese ser monstruoso, sanguinario y que despertaba pavor con sólo mencionar su nombre. "Bendita sea su valentía" pensó, mientras rozaba con sus labios su cuello expuesto y lo besaba con delicadeza "Si ella no fuera así, nada de ésto estaría pasando ahora..." Se acomodó sobre ella, dejando más de su peso sobre su cuerpecito adormilado; ahora era su estómago y aún su vientre el que reposaban sobre ella libremente. Sentirla así de indefensa, saber que podía hacer de ella en ése justo momento lo que quisiera, fuera lo que fuera, le hizo sentir tan poderoso como en sus mejores días; mordió con ganas su delicado cuello, mientras con una de sus manos comenzó a acariciar su costado desnudo. No pretendía más de lo que ella pudiera darle; es más, sólo con despertarla amorosamente le sobraba.

Bella se movió de nuevo, mientras su sueño se iba deshaciendo como una niebla al Sol. Alzó involuntariamente sus caderas, buscando una posición más cómoda, y encontró que éstas chocaban contra algo. Sin abrir los ojos, empezó a ser consciente del mundo que la rodeaba y sonrió mentalmente. Su pesadilla había acabado; lo que sentía era real. Podía sentir la gran almohada, blanda y confortable, aplastada bajo su mejilla; olía el perfume del suavizante que Gold... bueno, que Rumpelstiltskin, para ser más exactos, usaba para lavar las sábanas; incluso oía piar a los pájaros en el árbol cercano a la ventana. Pero sobre todo, sentía unos dientes, duros, recios, capaces de arrancar su piel de una dentellada si se lo proponían, y una lengua traviesa y húmeda buscando la parte más tierna de su cuello. Sentía su respiración, agitada, colarse hasta casi alcanzar su pecho; el peso de su cuerpo, tan conocido y tan protector, la hacía sentirse a salvo y a la vez la excitaba, no podía negarlo. Subió voluntariamente ahora su cadera, buscando provocarle con el roce de su trasero en su sexo. Él había iniciado ésa guerra, y guerra iba a tener, aún cuando sus mermadas fuerzas no le permitieran hacer todo cuanto ella quisiera ni con la fuerza que le gustaría. Pero como que se llamaba Bella que iba a entregarse como nunca lo había hecho.

amor raroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora