Salvaje, sin duda alguna era la palabra perfecta para darle nombre al efecto indómito que poseía Soonyoung el cuál atentaba sobre las sábanas que envolvían la cómoda cama de Jihoon justo en esos instantes.
— Da-daddy Soonie... Por favor— imploró en un alto gemido Jihoon cuando recibió otra fuerte nalgada por parte del contrario.
Estaba siendo castigado, ya ni podía recordar el motivo por el cuál otro azote fue estampado en su tierna piel. Lo que si recordaba perfectamente era en cómo el mayor le arrancó la ropa con agresividad y lo lanzó a la cama, estaba molesto por algo que el ocasionó pero, había realizado varias cosas que alimentaban la llama de los celos de su novio, entonces no era algún adivina para saber cuál de todas lo hizo explotar por fin para venir a imponerle disciplina, y por la situación en la que se encontraba lo mejor fue no preguntar.
Se hallaba totalmente desnudo y a completa merced de Soonyoung, atado con una cinta en un vivo color rojo que envolvían ambas de sus muñecas que a su vez, en el otro extremo estaba sujeta a la cabecera de la cama lo suficientemente fuerte cómo para no poder liberarse y también lo necesario para que la piel del menor se tiñera de un intenso carmesí en la zona alrededor de la cinta. Apoyando su peso en sus antebrazos y codos, mientras se sostenía con ambas rodillas sobre el colchón, con su espalda inclinada hacia abajo causando que su rostro tuviera un ligero toque con sus blancas sábanas, dándole así una fantástica vista a Soonyoung de todo su precioso y suave trasero dejando en completa exposición su rosada entrada y la tersa y exquisita piel de la parte posterior de sus muslos.
—Tu me provocaste cariño, así que no quiero oír ningún tipo de queja ni reproches de ti— le advirtió Soonyoung con un tono imponente, a lo que otra de sus manos aterrizó con presión en el glúteo derecho del menor. Provocando que el menor soltara un audible jadeo de dolor.
— Y tampoco quiero lloriqueos, a menos de que quieras que dé más fuerte— pronunció en una voz severa cuando de nueva cuenta le estampó una nalgada, pero está vez en el lado izquierdo.
Soonyoung portaba un pantalón simplemente, que abrazaban a la perfección sus tonificadas piernas, con todo su pecho y abdomen al descubierto, ya que el menor en algún momento antes de ser apresado, había logrado quitarle la camisa y lanzarla por alguna parte de la habitación; tenía únicamente las rodillas apoyadas en la cama, ubicado justo detrás de Jihoon. Se detuvo un momento para admirar lo que estaba justo frente sus ojos, se relamió sus carnosos labios al apreciar minuciosamente en cómo la antigua blanquecina y tierna piel que abarcaba el trasero y parte de los muslos del contrario se transformó en un rojizo intenso amenazando con tornarse a un carmesí más vivo. Una completa delicia.
A Jihoon le recorrió un escalofrío que le estremeció el cuerpo al sentir la tibia lengua del mayor acariciar la parte inferior de su muslo derecho, deslizarse e inciar un pecaminoso y húmedo recorrido ascendente hasta llegar su glúteo y encajarle los dientes al darle una buena mordida, cómo si fuera un salvaje animal hambriento. El menor emitió un siseo en respuesta, apretando su dentadura y tensando los músculos de sus piernas, soportando el dolor.
—Tu piel es tan delicada y sutil que parece un pedacito de algodón— susurró Soonyoung sobre la fuerte mordida que dejó marcada con gran evidencia, a cuál luego le dió una lenta lamida para aliviar un poco el ardor. Se daría su tiempo para degustar adecuadamente a su apetitosa presa.
— Y sólo puedo pensar en devorarla toda— confesó en un ronco suspiro, mientras acariciaba con su dedo pulgar aquella gran mordida roja; quería que se quedara allí para siempre incrustado en su piel, cómo si fuera un tatuaje, pero por desgracia la marca desaparecería con el paso de los días. Pero podía guardarla de recuerdo.