2. Malentendidos

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Después del descanso me levanto del banco en el que estaba sentado escuchando música. Vuelvo a clase con Emma y cada uno se sienta en su lugar. Una vez más me siento en mi lugar al fondo, a mi lado, Axel ya está sentado y cotilleando su móvil por debajo de su pupitre.

Decido no decirle nada, recuerdo nuestra primera conversación, cuando me respondió de una forma un poquito borde.

Estudio la clase con la mirada, algunos de mis compañeros hablan entre ellos, otros se tiran bolas o aviones de papel y otra parte hacen garabatos tanto en una libreta como en la mesa.

Cuando la profesora llega, Axel guarda el móvil en el bolsillo de su suéter negro y se pone a prestar atención. Yo hago mismo, necesito pillarle el ritmo a las clases si no quiero terminar estirandome de los pelos hasta quedarme calvo.

La clase pasó bastante normal, al igual que educación física. Pero el problema llegó en clase de matemáticas. 

Una vez vuelvo a la clase, me siento en mi sitio, esperando a que la siguiente clase diera su comienzo como un estudiante responsable.

Puede ver de reojo como Axel rebuscaba algo en su mochila con rastros de ansia, como si necesitara algo desesperadamente. No le presto mucha atención, sin embargo, puedo escucharlo chasquear la lengua y maldecir en un murmuro.

Prefiero no preguntar, no quería conseguir un "¿Y a ti que te importa?" O un "métete en tus asuntos", la verdad.

Intento esperar a que empiece la clase sin tener nada mejor que hacer, veo a algunos de mis compañeros hablando en grupitos, pero yo no pertenezco a ninguna de ellos y me da vergüenza acoplarme, prefiero quedarme en mi lugar y esperar a que la profesora llegue.

De un momento a otro siento la mirada de Axel clavada en mí.

—Hey, tú —dice con un tono de voz algo molesto.

Mínimo podía llamarme por mi nombre, por algo mi madre me lo puso.

Lo miro con algo de curiosidad. Su mirada sobre mí no se suaviza, no me di cuenta antes de que tiene una cicatriz debajo del labio inferior.

Vuelvo a mirarlo a los ojos.

—¿Qué pasa? —pregunto, extrañado por su tono.

—Mi libreta. Devuélvemela.

¿De qué estaba hablando ahora?

—¿Qué?

—Lo que escuchaste. Devuélvemela.

Frunzo levemente el ceño con confusión, sigo sin tener ni idea de qué está hablando, yo nunca he tocado su libreta.

—No tengo tu libreta.

—Ajá, sí claro.

—Lo estoy diciendo en serio. ¿Qué te hace pensar que yo tengo tu libreta?

—Me lo han dicho, que cogiste mi libreta de mi mochila.

Pues o esas personas ven cosas que no hay o disfrutan inventando las cosas.

La segunda.

—Pues no es verdad.

Axel parece algo tenso, me mira de la misma forma y parece enfadarse más cada vez que escucha mis palabras. Entonces, apoya sus manos en la mesa y se levanta, mantengo mi mirada sobre él, siguiendo sus movimientos.

—Dame tu mochila entonces —dice finalmente mientras coge mi mochila sin permiso y la pone encima de nuestras mesas—. A ver si así terminamos antes todo esto.

La luz de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora