Capítulo 9

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Cole sonrió mientras miraba a la mujer que dormía apaciblemente en su cama.

Elise estaba tan guapa y tan dulce que tuvo que hacer un gran esfuerzo para terminar de vestirse e irse. Elise necesitaba descansar y él tenía que volver a su investigación.

Mientras se dirigía al juzgado, pensó en la noche que habían compartido. Habían pasado toda la noche entregándose el uno al otro con tanta pasión que se habían olvidado incluso de cenar.

En algún momento, Elise le había dicho que le quería contar una cosa, pero, entre besos y caricias, lo habían olvidado.

Cole sonrió mientras aparcaba frente al registro de la propiedad. Ya tendrían tiempo aquella noche de hablar de todo lo que fuera necesario. Ahora, de momento, tenía que trabajar. Quería averiguar de quién era el almacén que había descubierto el día anterior, ir a ver al juez y conseguir una orden de registro y, para terminar, registrar los edificios en cuestión.

Veinte minutos después, salía de la oficina del registrador muy satisfecho y sonriente. No se había sorprendido lo más mínimo al enterarse de que Ricky Mercado había comprado aquellos viejos almacenes unos meses atrás. Había sido unas semanas después de volver de Centroamérica.

Sin embargo, mientras esperaba para ver al juez, se preguntó por qué demonios iba Ricky Mercado a comprar aquellos almacenes para esconder armas cuando sabía que tanto el FBI como la ATF lo estaban vigilando.

No tenía sentido. Mercado no era imbécil. Seguro que sabía que lo primero que harían sería registrar sus propiedades. No, no tenía sentido. Demasiado obvio. Cole estaba seguro de que, en cuanto entrara en los almacenes, iba a encontrar un arsenal completo.

Cole frunció el ceño. Eso quería decir que Mercado tenía razón, que alguien estaba intentando jugarle una mala pasada.

Claro que, si Ricky Mercado no era el responsable del tráfico de armas, ¿quién estaba vendiendo armas a El Jefe?

Sólo había una posibilidad.

John Valente.

Cole apretó los puños.

Tenía que encontrar las pruebas que culpabilizaran a aquel canalla.

* * *

Mientras entraba en Mission Creek, Ricky Mercado tamborileaba sobre el volante al ritmo de la música. A pesar de que su vida no iba muy bien, el viaje que había realizado a Nuevo Laredo, al otro lado de la frontera mexicana, había resultado satisfactorio.

No había tardado tanto como creía, había conseguido unos azulejos artesanales preciosos para la cocina y todavía tenía parte de la tarde para montar la nueva barandilla del porche de atrás.

Al llegar junto a los almacenes que había comprado unos meses atrás y ver un monovolumen negro, se quedó helado. Había visto aquel vehículo muchas veces y sabía perfectamente que pertenecía a Cole Yardley.

¿Qué demonios haría Yardley en aquellos viejos edificios? Llevaban años vacíos y dentro de una o dos semanas los demolería para construir almacenes nuevos.

A menos que los agentes federales hubieran descubierto algo que él no sabía, todo aquello no tenía sentido, así que Ricky decidió irse a casa y volver dentro de un rato para averiguar qué le parecía tan interesante a Cole de unos edificios que estaban a punto de desaparecer.

Cole maldijo cuando sonó su teléfono móvil. Debía de ser alguien del despacho de Las Vegas porque eran los únicos que sabían aquel número.

Eclipse de PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora