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LIAM

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Al contrario de lo que pensaba, el trayecto de vuelta no se hizo incómodo. Jessica había entablado conversación con Maia, interesándose por el trabajo, y ella también había estado simpática. Aquello me había tranquilizado... Aunque no fui capaz de ignorar la mano de Jess sobre mi muslo, gesto que no hacía nunca y que, por desgracia, no pude disfrutar.

Entramos al piso pasadas las doce y Jess colgó el abrigo en el perchero de la entrada. Maia fue a su cuarto a dejar el suyo y a cambiarse de ropa. En cuanto cerró la puerta, Jessica se acercó a mí, colocando los brazos sobre mis hombros.

—Me encanta que me hayas invitado a pasar la noche. —Sonreí de lado y la agarré por la cintura—. Últimamente siempre estamos en mi casa...

«Mierda, golpe bajo.»

Era plenamente consciente de ello, pero tenía mis razones; razones que quizás a ella no le pareciesen suficientes, pero lo eran. Como, por ejemplo, que sus compañeras de piso trabajaran en una discoteca y muchos días no apareciesen por allí hasta bien entrada la mañana. Entonces yo ya no vivía solo, estaba claro cuál de los dos apartamentos prefería para pasar la noche con mi novia.

—Ya sabes que allí podemos estar más cómodos, Jess.

A pesar de no parecer muy conforme, acabó asintiendo. Quise añadir algo más, pero Maia abrió la puerta y me separé. A Jessica le costó un poco más, aunque sonrió cuando lo hizo.

—Yo me voy ya a la cama —dijo ella, jugueteando con las mangas de la sudadera; ya me había dado cuenta de cuánto hacía aquel gesto—. Que descanséis.

—Igualmente, Maia.

—Hasta mañana.

Dibujó una tenue sonrisa y volvió a meterse en la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Jess también volvió a envolverme con los brazos.

—¿Qué te apetece hacer? —le pregunté, a pesar de intuir qué era lo que más le apetecía en esos momentos. Sin embargo, la evidente presencia de alguien más al otro lado de la pared me hizo ignorar su pestañeo coqueto y proponer otro plan—: ¿Quieres ver una peli?

Tal y como esperaba, negó con la cabeza.

—Prefiero irme a la cama yo también.

Conmigo, evidentemente. Y, como digo, no habría tardado nada en desnudarla allí mismo de no ser porque, esa noche, no estábamos solos. Pero entonces Jessica me besó, impidiendo que me echara para atrás. Su lengua se encontró con la mía y le mordí el labio. Ella sonrió y me obligó a pegarme más. Llevé una mano a su cuello y le rodeé la garganta con los dedos, consiguiendo que gimiera sobre mi boca.

—Liam...

Abrí los ojos, esperando una respuesta. Apreté un poco más.

—Liam, vamos a la cama —susurró entonces, aún con los ojos cerrados. Lo cierto es que estaba para comérsela, con los labios entreabiertos, el pelo enmarcándole el rostro, su piel, tan suave como siempre, y suplicándome. Cómo me gustaba que suplicase—. Por favor...

No me hice de rogar.

Entramos a mi cuarto sin dejar de besarnos. Cerré la puerta y Jessica aprovechó ese segundo para empezar a desabrocharme el cinturón. No dejé que terminara; la empujé hacia la cama y, sujetando sus muñecas con una mano, volví a agarrarla por el cuello.

—Túmbate.

En realidad fui yo el que la tumbó sobre el colchón, pero daba igual. Lo importante era que yo tenía el control, y no iba a malgastarlo. Me deshice de sus pantalones en lo que ella se quitaba la blusa. La torturé un poco por encima de las bragas; ver cómo se retorcía era una pasada.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora