Diciembre, 2009. Londres, Inglaterra.
Hans abrió la puerta del coche, un elegantísimo Rolls Royce Silver Cloud III, con energía sin esperar al chófer. Descendió con desenvoltura y se quedó quieto bajo los altos tilos. Observó el lúgubre lugar con rabia, se sentía impotente y detestaba no poder luchar contra algo tan incontestable como la muerte. Era un hombre de acción y quedarse quieto ante la adversidad le repateaba las entrañas. Rechinó los dientes, atormentado, y empezó a andar. Cuánto antes acabara con todo esto mejor.
Era un día gris, lluvioso. Triste y desangelado, muy apropiado para lo que estaba sucediendo en ese momento en el cementerio de Highgate, al norte de la siempre procelosa Londres.
El lugar permanecía en un distintivo silencio, en una calma densa como si esa zona fuera un tiempo para la espera.
Hans avanzaba por el estrecho sendero, entre las antiguas lápidas de gente famosa y no tan famosa que compartían el descanso eterno bajo losas cubiertas de hiedra, sin preocuparse por la humedad que lo impregnaba todo y que mojaba sus brillantes zapatos italianos.
Perteneciente a una de las familias más aristocráticas de Europa, sus raíces estaban diseminadas por todo el territorio continental. Su abuela materna era una conocida baronesa bávara, su padre un prestigioso magistrado italiano de la Casa de Ventimiglia. Su madre era una princesa búlgara y su abuelo paterno un gentleman inglés, descendiente de galeses irreverentes y pasionales.
Él se había asentado en Madrid, entre una casa de campo en la sierra madrileña, herencia de su abuela paterna, y un piso en el Paseo de la Castellana, en el popular barrio de Salamanca. Consideraba esa ciudad cosmopolita y cultural su auténtico hogar, cuando no viajaba por el ancho mundo para atender sus numerosas empresas dedicadas a la investigación de energías renovables, al comercio global sostenible, inversiones en bolsa, hostelería y su cadena de restaurantes: «Hans'5» de comida creativa, famosos en todo el mundo por la originalidad de sus menús únicos.
En ese momento no llovía en el camposanto, pero unas nubes plomizas, pesadas y oscuras advertían que dentro de poco descargarían un diluvio sobre los que se reunían en el enmudecido lugar.
Hans llegó junto a un sepulcro sobre el que vigilaba un ángel protector, con el triste rostro marmóreo inmortalizado para toda la eternidad, y se detuvo. Contempló, de lejos, a los congregados al funeral y el corazón se le contrajo, afligido, al descubrir a Ivy sentada en una silla, encogida sobre sí misma, entre los amigos de sus fallecidos padres.
La tragedia, en forma de un camión de cincuenta toneladas en una vacía carretera de montaña, se había llevado a sus dos buenísimos amigos de treinta y dos, Serena, y a Conrad, de treinta y tres años. La misma edad que tenía él. Y había dejado huérfana a una niña de catorce años que no tenía a nadie más en el mundo.
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Sé Mía y te daré el Mundo - El Tutor I
RomanceHans siempre tuvo muy claros sus sentimientos de Dominante y junto a su amigo Leandro recorrió, años atrás, los locales de un submundo lleno de magia y misterio, y llenó sus noches y sus días con juegos y prácticas no alcanzables a la mayoría de los...