Diciembre, 2009. Madrid, España.
—¡No!
El ensordecedor grito proveniente de la habitación femenina hizo saltar a Hans de la cama. Descalzo, con el pantalón del pijama y una camiseta de algodón de manga corta, corrió por el pasillo. Al cruzar la puerta de la habitación de ella la encontró como cada mañana desde que habían regresado de Londres: sentada en la cama con los ojos muy abiertos, las pupilas dilatadas y los labios separados como si continuara gritando en silencio.
Freddo, el gato Bosque de Noruega tricolor* de un año que Conrad le había regalado a Ivy, poco antes del accidente, estaba junto a ella e intentaba tocar la cara de su dueña con una de sus grandes patas, como si quisiera consolarla. Al oír a Hans se giró hacia él y lo miró como si dijera: «¿A qué esperas? Corre, ella te necesita».
—¡Shhh! ¡Ya estoy aquí, rey!—manifestó Hans con suavidad. Corrió hacia la cama, se sentó junto a ella y la abrazó con dulzura—. Ya estoy aquí.
Ivy se agarró a sus anchos hombros con todas sus fuerzas y empezó a inhalar con rapidez. Él la acarició de forma tierna en la espalda, por encima de la densa mata de cabello rubio.
—Shhh, tranquila. No pasa nada, Shhh...
—Hans... Hans... —jadeaba ella, entre hipidos—. ¡Haz que pare, por favor! ¡Haz que pare! —suplicó temblorosa.
El corazón masculino zozobró de angustia y apretó el delgado torso contra sí con todas sus fuerzas.
—Agárrate a mí, pequeña. ¡No voy a soltarte! —susurró junto al oído femenino.
Ivy le hincó las uñas en la espalda y escondió el rostro en su cuello sin dejar de estremecerse con escalofríos de terror.
Durante las terribles primeras noches Hans llegó a temerse lo peor y a lo largo de las siguientes semanas la vigiló con suma atención, temeroso de un intento de suicidio por parte de ella, llevada por su desesperación.
Y en las madrugadas, cuando lograba calmarla, ella no quería volver a dormirse.
—Tienes que dormir, cariño —indicó la primera noche, al ver las ojeras azuladas bajo los inmensos ojos.
—No quiero. Quédate conmigo —rogó en voz baja, pero tan llena de súplica que él no tuvo corazón para negarse.
—Está bien —respondió, con un suspiro de conmiseración—. ¿Qué quieres hacer?
—No lo sé —contestó ella, con la mano sobre el cuerpo de Freddo, a su lado, como si quisiera asegurarse de que no la dejaría sola también.
Hans frunció el ceño mientras se devanaba los sesos para entretenerla y que no pensara en las pesadillas que la asediaban cada noche y en las que, según le explicaba algunas veces, buscaba con desesperación en la oscuridad, sin encontrar lo que perseguía jamás.
—¿Quieres que te lea algo? —preguntó, pensando que un buen libro podría abrir mundos en una mente atormentada y darle la posibilidad de recorrer nuevos caminos.
—No, eso no —negó. Entonces lo miró y pidió—: Pon «Estopa» y juguemos a algo, ¿tienes cartas o tablero de Ludo*?
Hans agrandó los ojos, estupefacto.
—¿Estopa? —preguntó inseguro. Se devanó los sesos de forma inútil. ¿Qué demonios era Estopa?
Ivy se volvió hacia su mesita de noche y cogió el móvil, seleccionó una carpeta y al poco tiempo empezó a sonar la voz de David con la canción: «Me quedaré».
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Sé Mía y te daré el Mundo - El Tutor I
Roman d'amourHans siempre tuvo muy claros sus sentimientos de Dominante y junto a su amigo Leandro recorrió, años atrás, los locales de un submundo lleno de magia y misterio, y llenó sus noches y sus días con juegos y prácticas no alcanzables a la mayoría de los...