1

45 6 37
                                    

Zheoricha

—Ophelia, Emery Dunkeld te tiene en la mira —me informa Sirel, mi mejor amiga y escolta de toda la vida—. Deberíamos irnos —hay un poco de pavor en su delicada voz.

—Es otro asesino del montón —replicó, negada a que un humano sea capaz de amedrentarme. Quiero disfrutar de la novedosa bebida que han lanzado los de Zhero, sería insólito retirarme por otro de ellos, y para variar, uno solo. Ya me he enfrentado a otros célebres asesinos, solamente porqué la población los tenga en gran estima no significa que sean unos genios en el esgrima, o al menos me demostraron todo lo contrario—. Una zheoricha, por favor —pido cuando al fin se presenta la mesera.

Sirel me apoya una mano trigueña en el antebrazo, con gesto angustiado. Alzo mi mirada pálida por encima de mi capucha roja para encontrarme con su ceño hundido. Claramente preocupada.

—Pero Ophelia, él es Emery Dunkeld.

Me pasó una mano por la cara, tratando de serenarme.

—Llevas repitiéndolo desde que entramos, ya te dije. —Dirijo mi mano a la suya para darle un apretón reconfortante—: En menos de un parpadeo puedo deshacerme de él.

Ella niega con la cabeza con tanta insistencia que unos pocos mechones cobrizos se escapan de su elaborada corona de trenzas.

—Él no es como los otros, es hijo de.... —Sus ojos se abren como platos— ¡Viene hacia aquí! ¡Ophelia, vámonos ya! —susurra.

Observó con el ceño fruncido como Sirel prácticamente de un salto se levanta de su taburete, me toma del brazo, clavando sus uñas en mi piel, e intenta tirar de mí.

No me muevo.

—Ve tú, te alcanzo en un rato cuando me entreguen mi zheoricha —replicó, zafándome con delicadeza de su agarre—. Ve —insisto cuando ella me devuelve un gesto de espanto.

Sirel siempre ha sido muy asustadiza, nunca le he dicho nada a mis padres por el simple hecho de que desde el inicio ha sido una agradable compañía. Por eso jamás hago caso a sus advertencias, suelen ser falsas alarmas, como la de ahora.

Sirel se marcha con la cola entre las patas. La sigo con la mirada hasta asegurarme que ha cruzado la puerta principal sin ser importunada.

Regreso mi mirada a la barra cuando la mesera deposita una bebida violeta frente a mis ojos. El vaso es grande, lo que me hace sospechar qué tan ciertos sean los rumores de su exquisitez.

La mesera se retira cuando le doy las yabes correspondientes.

Rodeó el frío vaso con mi mano.

Mejor que la ambrosía —murmuró lo que escuche de un grupo de borrachos.

—No creas todo lo que te dicen.

La voz de timbre sereno y varonil me hace reparar en él.

Ahí está, Emery.

Alzo las cejas y entreabro los labios antes de llevarme una mano a la boca, fingiendo sorpresa.

—¡No puede ser! —exclamó, ahogando un grito.

Emery se destapa el rostro, que había estado cubierto por la capucha que les corresponde a los asesinos.

Me regala una sonrisa amigable que junto a ese rostro agraciado da la sensación de ser alguien simpático, no un asesino de vampiros.

Mi sangre ruge de tan sólo pensarlo, pero me contengo dándome la libertad de distraerme con sus facciones, intentando ahogar el asco que se está encaramando a mi cuerpo: tiene pómulos afilados.

Jardín EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora