I: Una decisión cobarde y honorable.

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En cualquier momento vendrán a buscarlo.

Ha escuchado los susurros entre los empleados, ha visto a su madre caminando por los pasillos más estresada de lo usual y la tensión en el aire se siente tan espesa que lo hace sentir asfixiado.

Aegon podrá ser un borracho sin salvación pero no es ningún estúpido, sabe lo que está sucediendo.

Llegó el momento.

Su padre debe de estar muerto.

El rey se ha ido y ahora necesitan uno nuevo.

Y el primer pensamiento del príncipe es que debe huír.

Toda su vida ignoró lo que le aguardaba, a pesar de ser consciente de que su familia jamás vería a su hermana Rhaenyra como legítima heredera y que desde el momento en el que él nació ambos estuvieron destinados a ser rivales por la corona.

Pero Aegon nunca ha querido ser rey.

Nadie lo preparó para eso y su padre jamás lo miró ni lo trató como a un heredero.

De hecho, dudaba que su padre alguna vez lo hubiese mirado como a un hijo.

La única digna de su atención siempre fue Rhaenyra. Rhaenyra, a quien su madre detestaba y temía.

En su juventud, a Aegon no podía importarle menos, que su media hermana, la mujer que jamás le había dirigido la palabra, tuviera el trono si quería y sentase su culo gordo donde quisiese, le daba igual.

Lo único que envidiaba de Rhaenyra era el amor y la atención que recibía de casi todos.

Hasta que su madre, Alicent, ingresó a su alcoba una vez, sorprendiéndolo, asustándolo, envenenando su mente con palabras para hacerle entender que no podía ser amigo de sus sobrinos bastardos.

Que estaba destinado a vivir con el miedo de que Rhaenyra le arrebatara la vida a él y a sus hermanos para fortalecer su propio derecho al trono y con la carga de ser el único con la capacidad de protegerlos.

Todo empeoró cuando Aemond perdió un ojo e incluso Aegon alcanzó a temer por su vida aquella vez, vio el desprecio en los ojos de su padre, su favoritismo hacia su hermana.

De repente los temores de su madre comenzaban a cobrar sentido.

Pero creyó que podría ser diferente.

Por años, a pesar de no ser un creyente sino un pecador lujurioso, Aegon rezó y suplicó a los cielos que aquella enemistad tuviera fin.

Y sus preocupaciones también.

Que llegase el día en el que su madre y su abuelo se dieran cuenta de que él nunca nació para ser rey y simplemente se arrodillaran ante la idiota de su hermana y aceptasen sus tratados de paz.

Una promesa dorada | Aegon II x RhaenyraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora