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Demonio hermano mío, mi semejante,
te vi palidecer, colgado como la luna matinal,
oculto en una nube por el cielo.
entre las horribles montañas,
una llama a guisa de flor tras la menuda oreja tentadora,
blasfemando lleno de dicha ignorante,
igual que un niño cuando entona su plegaria,
y burlándote cruelmente al contemplar mi cansancio de la tierra.

Mas no eres tú,
amor mío hecho eternidad,
quien deba reír de este sueño,
de esta impotencia,
de esta caída,
porque somos chispas de un mismo fuego
y un mismo soplo nos lanzó sobre las ondas tenebrosas
de una extraña creación,
donde los hombres se acaban como un fósforo
al trepar los fatigosos años de sus vidas.

Tu carne como la mía
desea tras el agua y el sol el roce de la sombra;
nuestra palabra anhela
el muchacho semejante a una rama florida
que pliega la gracia de su aroma y color
en el aire cálido de mayo;
nuestros ojos el mar monótono y diverso,
poblado por el grito de las aves grises
en la tormenta,
nuestra mano hermosos versos
que arrojar al desdén de los hombres.

~Luis Cernuda.

La poesía del pensamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora