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Tú eres como una isla desconocida y triste,
mecida por las aguas, que suenan, noche y día,
más lejos y más dulce de todo lo que existe,
en un rincón del alma con nombre de bahía.

Lo más mío que tengo eres tú.
Tu palabra va haciendo débilmente mi soledad más pura.
¡Haz que la tierra antigua del corazón se abra
y que se sientan cerca la muerte y la hermosura!

Haz de mi voluntad un vínculo creciente.
Haz melliza de niño la pureza del hombre.
Haz la mano que tocas de nieve adolescente
y de espuma mis huesos al pronunciar tu nombre.

El tiempo ya no existe. Solo el alma respira.
Solo la muerte tiene presencia y sacramento.
Desnudo y retirado, mi corazón te mira.
Es verdad. Tu hermosura me borra el pensamiento.

Tengo aquí mi ventura. Tengo la muerte sola.
Tengo en paz mi alegría y mi dolor en calma.
A través de mi pecho de varón que se inmola
van corriendo las frescas acequias de tu alma.

La presencia de Dios eres tú.
Mi agonía empieza poco a poco como la sed.
¡Tú eres la palabra que el Ángel
declaraba a María,
anunciando a la muerte la unidad de los seres!

~Leopoldo Panero

La poesía del pensamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora