5. Confesiones en el Bosque de Dioses

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La Mano del Rey se dirigió hacia el Bosque de Dioses de la Fortaleza Roja sin saber porqué Rhaenyra le había citado allí. Su princesa no solía hacer las cosas con tanta formalidad, pero le había enviado a Millicent Tyrell con el mensaje que se encontraran allí por la tarde. Pensó que quizá quería guardar las apariencias ya que parecía que les vigilaban de cerca, pero eso era el pan de cada día en Desembarco del Rey: toda la corte vigilaba a toda la corte.

Rhaenyra ya estaba allí cuando él llegó, sentada con la espalda muy recta bajo el gran roble que era el árbol corazón del bosquecillo. Daemon conocía la historia, pero siempre le impresionaba que en las regiones más meridionales de los Siete Reinos aún se siguieran manteniendo aquellas formas de homenaje a los Antiguos Dioses. El príncipe Targaryen se sentó al lado de su prometida; le extrañaba que no le hubiera dedicado ni siquiera un saludo, la princesa siempre lo hacía.

- ¿Rhaenyra? - Preguntó Daemon, con cautela. - ¿Ocurre algo?

- Esta mañana, cuando mi padre nos llamó al Salón del Trono, te defendí de las falsas acusaciones que Alicent y los suyos estaban vertiendo contra a ti - empezó la heredera, sin volverse para mirarle. - Porque eran falsas, ¿verdad?

Daemon se cruzó de brazos, mostrando verdadera ofensa porque su amada pudiera preguntarle una cosa como esa.

- Mira, Rhaenyra - le espetó, indignado. - No voy a hacerme el santo diciendo que siento la muerte de la Zorra de Bronce, porque ambos sabemos que mentiría... pero... ¿de verdad me estás diciendo que crees que la maté yo? Tú misma lo dijiste, ni siquiera con Caraxes podría ir y volver al Valle en pocas horas y allí me detestan aún más de lo que yo los detesto a ellos... No tengo ningún contacto allí que me pudiera haber hecho el trabajo.

Las palabras de Daemon convencieron a Rhaenyra; sólo confirmaban lo que ella ya sabía: su prometido no había matado a Rhea Royce.

- Estoy acostumbrado que mi hermano dude de mí - continuó Daemon, poniéndose en pie. - A que la corte entera dude de mí... pero no me lo esperaba de ti.

Se dio la vuelta para marcharse, pero la princesa volvió a hablar para detenerle.

- ¿Dónde estuviste antes de venir a mis aposentos?

Daemon se quedó plantado en el sitio al escuchar esa pregunta. Había intentado mostrarse indignado ante lo que parecían unas razonables dudas por parte de Rhaenyra, pero no imaginaba que la princesa pudiera haber llegado a preguntarse donde había estado.

- ¿Daemon? ¿Ni siquiera me contestas? - Le retó Rhaenyra, acercándose a él. - ¿Dónde estabas cuando deberías haber acudido a la reunión del Consejo?

- ¿Es qué es tan importante, Rhaenyra? - Quiso saber Daemon, contrariado.

- ¡Claro que es importante! - Se sublevó la joven. - ¿No lo entiendes? La mitad de la corte conspira contra nosotros dos, y gran parte de la otra está esperando para vernos caer, sobre todo a ti... Si me ocultas cosas no vamos a poder prepararnos para sus ataques.

- Tsk - Daemon chasqueó la lengua con fastidio. No le molestaban los reproches de Rhaenyra, entre otras cosas, porque la princesa tenía razón, a pesar de que era demasiado orgulloso para reconocerlo; lo que realmente le molestaba era no haber tenido cuidado y haberse expuesto. Inspiró profundamente y se volvió hacia su princesa con una media sonrisa traviesa. - Estuve en la ciudad... en la calle de la Seda, para más señas.

El príncipe se preparó para la bofetada que sabía que se había ganado, pero Rhaenyra se limitó a mirarle con expresión tensa. Hubiera preferido que lo abofeteara.

- ¿Y qué hacías ahí exactamente? - Exigió saber la heredera, pero luego meneó la cabeza, y le dio un pequeño empujón para quitarle de su camino. - Da igual, no me lo digas, ya me lo imagino... supongo que esperaba que me fueras fiel al menos durante un día después de que mi padre anunciara nuestro compromiso... que tonta fui.

La Casa del Dragón: Dragones enamoradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora