10. Cassidy Jackson

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Cuando llegaron al pabellón para cenar, Cassidy le hizo un gesto a Annabeth antes de encaminarse hacia la mesa de Hefesto.

—¡Eh, Cassidy! —exclamó una chica en la mesa al verla.

—Hola, Nyssa, ¿qué tal van las heridas de Jake? —preguntó, sin sentarse en la mesa. Desde que Beckendorf había abandonado el campamento para irse con Silena a un viaje por tiempo indefinido (probablemente hasta que la hija de Afrodita comenzara a sentirse un poco mejor con respecto a lo sucedido con Cronos) la cabaña de Hefesto había caído en una especie de maldición: los hijos de Hefesto fallaban en cada ocasión que intentaban construir incluso al autómata más simple.

Y siempre resultaban heridos. En esta ocasión había sido Jake Mason, actual líder de la cabaña nueve, quien acabó enyesado de pies a cabeza tras un intento de capturar a Festus (un dragón de metal muy imponente que vagaba descompuesto en el bosque del campamento) para poder arreglarlo.

Nyssa Barrera hizo una mueca—. Por el momento sigue igual, pero pronto se recuperará… espero.

—Todo estará bien —suspiró Cassidy y miró al chico latino por un instante—. Ahora tienen un nuevo hermano —les hizo un gesto de mano a modo de despedida y se encaminó hasta la mesa de Poseidón.

Se sirvió en un plato y arrojó comida al fuego esperando que llegara a su padre incluso cuando él no la recibía ni le mandaba alguna señal de todo lo que estaba ocurriendo en el Olimpo.

Se sentía inquieta y con el ánimo a la altura del Tártaro; la soledad en la mesa de Poseidón (una soledad a la que no estaba acostumbrada porque sólo había pasado unos pocos días años atrás antes de que su padre reconociera a Percy y ambos se volvieran inseparables) le resultaba casi ajena pero sin duda en exceso abrumante.

Aún recordaba lo último que su hermano le había dicho: «Intenta relajarte, Cassidy, ya vencimos a Cronos… ahora sólo tenemos que derrotar a los temibles exámenes para poder entrar a la universidad», pero eso no la reconfortaba. Percy y ella habían pensado que tendrían al fin un poco de paz pues todo había sido una maravilla últimamente.

Continuaban cursando sus estudios en la Escuela Secundaria Goode, lo cual era un milagro pues habían iniciado un segundo año en la misma escuela por primera vez en sus vidas; ambos habían entrado al equipo de natación y se habían quedado con la capitanía pues ambos eran igual de buenos; y sus padres mortales, Paul y Sally, iban mejor que nunca demostrándoles todo su cariño incondicional a pesar que destruían el departamento en muchas ocasiones (por algún monstruo que atacaba o por una discusión entre ambos).

Extrañaba a Percy y apenas habían pasado nueve días desde la última vez que lo vio. Necesitaba escucharlo tararear la canción de La Sirenita antes de dormir, que le peleara por quién se comía la última galleta azul…

Sintió sus ojos picando otra vez pero para su propio alivio había llegado la hora de la fogata. Se dirigió donde Annabeth y juntas guiaron a todos los mestizos hasta el anfiteatro, con Jason pisándole los talones a ambas, donde los hijos de Apolo comenzaron con el coro usual.

Incluso en invierno, cuando antes no superaban la docena de mestizos, ahora eran más de sesenta. Los sátiros habían pasado mucho tiempo buscando mestizos y llevándolos al campamento, y los dioses no habían dejado de reconocerlos: uno tras otro permitiendo que los chicos de Hermes tuvieran más sitio en su cabaña y que nadie se sintiera abandonado por su padre divino.

Cassidy Jackson y los Héroes del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora