y Gacy no son exactamente la gente más adecuada para relacio-
narse. Y seamos sinceros: cuando hay varias docenas más espe-
rando para sustituirlos, es difícil ver lo positivo. Pero el Museo de
los Asesinos en Serie no cuenta toda la historia. De hecho, no
cuenta ni la mitad. Como explicó hábilmente Helen Morrison, el
destino de un psicópata depende de una enorme cantidad de fac-
tores, incluyendo los genes, el entorno familiar, la educación, la
inteligencia y la oportunidad. Y cómo interactúa todo eso.
Jim Kouri, vicepresidente de la Asociación Nacional de Je-
fes de Policía de Estados Unidos, lo explica de una manera si-
milar. Rasgos que son comunes entre asesinos en serie psicópa-
tas, observa Kouri, como un sentido muy elevado de la propia
valía, capacidad de persuasión, encanto superficial, intrepidez,
falta de remordimientos y manipulación de los demás, también
los comparten los políticos y líderes mundiales.
Individuos, en otras palabras, que no están acusados de
ningún cargo, sino que se presentan para ocupar un cargo. Un
perfil semejante, observa Kouri, permite a aquellos que lo tie-
nen hacer lo que quieran y cuando quieran, sin inmutarse ante
las consecuencias sociales, morales o legales de sus actos.
Si se ha nacido bajo la estrella adecuada, por ejemplo, y se
tiene poder sobre la mente humana, como la luna lo tiene sobre
el mar, se puede ordenar el genocidio de 100.000 kurdos y subir
al patíbulo con una misteriosa obstinación que podía provocar,
incluso por parte de los detractores más empedernidos, una de-
ferencia perversa y no manifestada.
«No tema, doctor», soltó Saddam Hussein en el patíbulo,
momentos antes de su ejecución. «Esto es para hombres.»
Si eres violento y astuto, como el «Hannibal Lecter» real,
Robert Maudsley, quizá podrías atraer a un compañero de cel-
da, romperle el cráneo con un martillo y probar sus sesos con
una cuchara, con tanta tranquilidad como si te estuvieras co-
miendo un huevo pasado por agua. (Maudsley, por cierto, lleva
encerrado en régimen de aislamiento los últimos treinta años,
en una celda a prueba de balas en el sótano de la prisión de
Wakefield, en Inglaterra.)
O si eres un neurocirujano brillante, implacablemente frío
y centrado cuando se te somete a presión, podrías, como James