TRES: ángel en ruinas

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Día del atentado

15 de diciembre del 2020

17:47 p.m. – The Ramble, Central Park, NY

EVENGELIE

Había cosas que mamá dijo aquella noche que todavía no entendía del todo. Las llevaba conmigo como piedras en los bolsillos: pesadas, incómodas, siempre presentes e imposibles de soltar. Según ella, no todas las verdades están hechas para entenderse de inmediato. Algunas necesitaban tiempo, otras esperaban hasta que una situación las sacudía, las obligaba a salir y encajar en su lugar. Solo entonces, cuando dolían, es que revelan lo que realmente eran.

Durante días me descubrí repitiendo sus palabras una y otra vez en mi cabeza, como si hacerlo me acercara a descansar de todo lo que debía recordar. A veces, se sentía como un sueño. Como si mañana fuese a despertar en navidad, tener un desayuno con ella y días después volar al otro lado del mundo.

Ya no sabía quién era mamá ni mucho quién era yo.

Todo lo que me reveló me dejó vacía.

Fuera del planeta, del ring, en el piso, noqueada.

Y lo peor del asunto, es que aún debía tomar una decisión.

Una que no estaba lista para afrontar.

Hoy debía cumplir el primer paso de algo que aún no estaba muy claro.


—Conocerás a alguien en dos días —dijo—. Será quien te cuide en todo esto, según lo que decidas hacer.

—¿Y si me tardo en decidir?

—Él esperará pacientemente.


Me dejé ir por el camino sin seguir el mapa. No tenía ninguna indicación exacta. Mi madre estaba mañana solo apareció para indicarme que escapara como una vez lo hice cuando tenía catorce y que fuera a los mismos lugares.

Terminé el churro que llevaba en la mano y me quité los audífonos. Crucé un puente de piedra y bajé por un sendero que apenas se distinguía entre los árboles. Ahí todo cambiaba: la nieve se amontonaba sin pisadas, el aire se volvía más húmedo y espeso, y la ciudad parecía quedarse atrás.

Mamá me había prohibido una vez este lugar, usando un tono que no admitía preguntas.

El silencio era más denso en The Ramble. El sol estaba empezando a ocultarse, solo se oían algunos pájaros rezagados y el crujido de la nieve bajo mis pasos.

Me detuve en seco. No porque viera a alguien, sino porque lo sentí. Ya no estaba sola.

Me giré lentamente. Nada.

Seguí caminando, atenta, y fue entonces cuando lo vi.

Ahí estaba él.

Un hombre alto, con chaqueta oscura y las manos en los bolsillos.

Yo no lo conocía.

Pero sabía, confiada, que él sí me conocía a mí.

—Evengelie —dijo, como si mi nombre fuese una contraseña.

Parecía tener poco más de veinte años.

Tenía el cabello corto, la espalda recta, y esa mirada dura, vacía de emociones, que reconocí al instante. Militar.

Por un segundo, mis ojos se cruzaron con los suyos: negros. Serios.

Demasiado serios.

Tal vez incluso... enojados.

MORTAL (LIBRO I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora