1.

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Sonrió.

Oh.

Sonrió con sus labios a la par que lo hacía con sus ojos. Sonrió de tal forma que de solo verlo, a la otra omega los huesos le rugieron, la garganta se le apretó y sus piernas entraron en estado de entumecimiento.

Mierda.

—Entonces... ¿Es así? —preguntó.

Su porte firme. Demasiado para ser exactos. Con ese aura que transmitía imposición y superioridad a medida que mantenía una calma externa que no lograba transitar a su mente.

Hm.

Y la miró, de cabeza a pies y viceversa. Nunca dejando hacer pasar desapercibido ese atisbo en sus ojos, que los hacían brillar, con aquel brillo extraño que obsesiona a todo receptor hasta el punto de hacerte temblar desde los hombros hasta la punta de los dedos de los pies.

—¿No piensas responder? —prosiguió, con su semblante serio. Siempre serio— Supongo que debo hacerte hablar ¿No es así?

Tembló.

Sentanda en aquella vieja silla de hierro que olía a óxido, sangre y muerte, aquella mujer tembló. Estaba asustada. Su olor haciéndose grueso, casi insoportable.

—Bien —afirmó el hombre de porte serio mientras asentía con la cabeza— no me dejas más opción —precisó culminar mirándola fijo.

—N-nosotros —inhaló temblorosamente—jamás tenemos otra opción aquí, mi señor.

Y lo vió sonreír.

Oh, jodida mierda. ¿Hasta cuándo?

El hombre caminó los dos metros de distancia que los separaban a medida que llevaba ambas manos al interior de los bolsillos de sus pantalones de traje negro.

—¿Sabes por qué la gente como tú nunca va a tener otra oportunidad? —preguntó, mientras la miraba desde arriba, en un intento de hacerla sentir inferior— por el hecho de que ni siquiera ustedes mismos supieron cómo darse una —hizo una pausa breve, llevando ahora una mano a su cabello blanco y plata para apartar algunos mechones que osaban interrumpir su vista— desde el momento en que tú y los tuyos decidieron morir encerrándose en su hueco mental lleno de ideas absurdas, perdieron todo aquello que pudieron haber conseguido —puntualizó.

—¿Sabes por qué la gente como tú nunca va a tener otra oportunidad? —preguntó, mientras la miraba desde arriba, en un intento de hacerla sentir inferior— por el hecho de que ni siquiera ustedes mismos supieron cómo darse una —hizo una pausa breve,...

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—Majestad —escuchó detrás de aquella puerta casi como un susurro— ¿Puedo pasar?

Dudó unos segundos, quizá solo un par. Quizá solo tres. De lo que estaba seguro, es que no duró más de cinco.

—Adelante —decidió. Sus ojos brillando en espera ansiosa.

La puerta que a veces servía como forma de resguardarse a sí mismo de vez en cuando, cuando buscaba estar solo en la inmensidad de aquel fortín donde pasaba la mayor parte de su tiempo fue abierta una mañana fría de diciembre. Ansioso por ver y no sólo sentir la presencia del otro, Jungkook pudo suspirar encantado al divisar entrar a aquel omega de tez blanca, casi pálida con subtonos rosas que lo hacían ver bonito.

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