Prólogo

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Después de un largo verano, por fin llega Septiembre. Y este será el primer año de un curso escolar, que empezaré en el mismo lugar dónde lo dejé. Es el primer año que no tengo la sensación de empezar de cero, ni de caos. Soy sólo yo, y Barcelona.

La tranquilidad de saber dónde estaré en Septiembre y que todo seguirá igual a mi vuelta a casa, me ha permitido vivir los tres meses de verano con mis padres con mucha paz y tranquilidad. Incluso los pocos días de lluvia que he tenido los he vivido con una sonrisa.

Ni siquiera el eterno viaje de vuelta en coche cruzando la península ha conseguido cambiarme el ánimo, de hecho aún tengo humor de sobra para dejar a mis padres en el hotel en el que pasarán los próximos días, y cogerme el tedioso tren para llegar a mi casa. A pesar de las múltiples combinaciones que hay, y del horario no me libro de que el transporte público esté lleno de gente y huela fatal. Pero ni sumando eso a mi cansancio por el viaje puede ponerme de mal humor.

Lo único que puede enfadarme un poco, y de hecho lo hace, es llegar a casa, después de toda la odisea que he pasado, y que mi maravillosa compañera de piso me reciba de las mejores maneras posibles. Con la nevera tan vacía que no puedo hacerme ni un sándwich de cena.

-No sabía que regresabas hoy, hubiese hecho algo de compra. -Parece sincera cuando habla desde la culpabilidad, con temor de cruzar el umbral de la puerta ante mi inminente explosión de mal humor.

Pero no lo hago. Suspiro muy bajito y cuento hasta diez. No tiene la culpa, no avisé de que regresaría antes de tiempo. No es su culpa.

-¿Y cómo pensabas sobrevivir hasta mañana? -Pregunto mientras abro de nuevo los ojos y me encuentro con la nevera vacía, salvo por una botella de agua medio vacía, un paquete con dos lonchas de jamón cocido y un bote de kétchup.

-La verdad es que he merendado una buena pizza en una nueva pizzería que han abierto hace unas semanas. La verdad es que estaba buenísima.

Me giro rápidamente a mirarla, parece hacerse pequeña cuándo se da cuenta de que no debería haber mencionado lo estupenda que estaba la pizza que se ha merendado delante de una persona hambrienta que no tiene comida cerca.

Maya es una persona increíble, y no sé que sería de mi si no sería su amiga. Me ha salvado de ser una persona sin vida social, más allá de ir y venir de la universidad y rodearme de mis compañeros de clase. A pesar de ser una persona centrada en mi misma y con miedo de conocer a gente nueva, con su deslumbrante personalidad charlatana y simpática consiguió arañar mis barreras hasta que no tuve más remedio que ser su amiga.

Y la quiero muchísimo aunque ahora mismo desearía matarla.

-Perdona. -Se mete un mechón de su pelo rosa detrás de la oreja. -Pensé que mañana temprano podría hacer algo de compra. No pretendía dejarte sin nada de comida.

-No importa. -Respondo con rapidez.

No tiene sentido discutir con mi única amiga por algo que ha hecho sin ninguna mala intención y por desconocimiento. Además ponerme de más mal humor no solucionaría mi problema.

-Iré a comprar algo. Aunque sea algo que pueda cenar, y ya mañana hacemos la compra.

-¡No! -Maya sale rápidamente al pasillo y puedo escuchar como rebusca entre el perchero de la entrada. -Es culpa mía, deja que sea yo la que te compre algo de cena.

Miro el reloj en la pantalla de mi móvil. Sólo quedan quince minutos para las nueve de la noche, la hora en la que cierran todos los supermercados y tiendas de barrio. Y Maya ya está con el pijama puesto, no llegará a tiempo.

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