sangre y ojos mentirosos

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Desirée era una adolescente, pero su actitud la hacía parecer de todo menos eso.

Hacia el final de su carrera como espía... (o secretaria, como la llamaba su jefe), podía matar a quien fuera solo con que se lo ordenase la persona correcta, dejando su sed de venganza y su rabia adolescente de lado; pareciera como si su cuerpo se alternara entre ser dos personas totalmente diferentes; un lobo sediento de sangre guiado por su olfato animal...
y una serpiente fría, calculadora e impasiva.

Supongo que todos hemos oído los tres pilares que hacen de alguien un sospechoso en una investigación policial: Medios, motivos y oportunidad, y Desirée tuvo siempre lo primero y lo tercero, sin duda. Su organización se lo proporcionaba con grotesca facilidad.

Pero los motivos... la chica no tenía motivos para terminar con tantas vidas, para ninguna de ellas, de hecho. Y lo hacía de todas formas, Desirée era una máquina de impulsos.

Mataba por matar, porque se lo ordenaban o porque recibía el dinero que le parecía correspondiente.
No era un sacrifico, no lo hacía porque tuviese una familia a la que cuidar.
No lo hacía por cariño, tampoco. No estaba entre la espada o la pared. Simplemente, no lo hacía por ninguna razón.
Aunque mirando atrás, quizás desde los ojos de una adolescente encadenada a una historia de males y arrastrada a una vida de adultos, lo que sentía por Marcus era amor, quizás en sus ojos si lo era.

Nadie sabía su pasado tampoco, de donde venía era un total misterio.
No tenía un acento, un tatuaje, no había nada que justificara sus acciones.
Por eso estuvo el tiempo que estuvo haciendo trabajos para el jefe (y nadie sabía cuanto tiempo era a ciencia cierta).
Lo único que podía hacer peligrar su trabajo era su belleza.
No es, ni fue nunca una belleza física.
Es difícil de describir... Es como la belleza de Cleopatra.

La emperatriz egipcia, que no es como nos la pintan en las películas en blanco y negro, acumulaba la belleza en el cerebro. Era astuta y seductora.
Cleopatra demostró que es la actitud lo que te hace atractiva.

Y Desirée lo confirmaba, sin duda.

Recuerdo el trabajo que hizo justo el día de navidad.
Para que nadie sospechara de otra cosa, su coartada era la de una madre que iba a comprar regalos para su primer hijo.

En ese momento, sus ojos parecían estar vivos, iluminados por el amor a un hijo, la manera en la que sujetaba a su bebé (que no era más que un muñeco hiperrealista), como si mirara la cosa más bonita que jamás hubiera existido.

Su sonrisa tímida de quien aún no sabe lo que está haciendo y que aún no se cree que esté en una tienda Para Mamás.

Era de otro mundo.
Supongo que siempre lo será.

de Desirée 🫐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora