Ícaro de metal

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"Nunca me ha interesado jugar en gravedad cero, sin embargo, ahora siento curiosidad acerca de lo que harían los demás si estuvieran en mi situación. ¿Saltarían y harían cabriolas y volteretas?

Ignoro esos fútiles pensamientos y doy suaves botes mientras avanzo por los agarres de la nave.

Mi objetivo es una puerta que se hace visible al superar una redondeada esquina. Otra maldita curva. ¿Qué problema tenían las líneas rectas? Un pasillo recto es funcional. Miles de años de historia han dado fe de su eficacia. No obstante, de repente alguien decidió que las paredes curvas eran mejores... Hacedme caso, ¡no es cierto!

El sensor no funciona, como de costumbre, así que empujo la puerta una vez he desbloqueado el cierre de emergencia.

Me adentro en una estancia en la que tanto las paredes como el techo y el suelo son circulares. Una cristalera la cubre por completo, aunque unas persianas metálicas impiden contemplar el exterior. Al descubrirse, aquel lugar se convierte en un fantástico observatorio para el disfrute de los turistas.

La sala no está vacía. La señora Riddle descansa en un sillón antigravitatorio junto a su hija Misnilla. Los asientos están amarrados a la nave para que no se deslicen y colisionen con la cristalera. Hay otros cuatro asientos, los cuales están ocupados por los hermanos Bayl y James Muran, militares condecorados; la hermosa Verónica Nielsen, hija del diseñador del Crucero en el que se hallaban: La Estrella Polar; y Peter Bradvery, un afamado astrofísico.

Nadie me saluda, y no puedo reprochárselo.

¿Quién soy yo? Bueno... en pocas palabras, soy un maleante, un ladrón, un liante, y un bandido. Soy la clase de persona por la que te cambiarias de acera si la vieras paseando por la calle. El tipo de escoria a la que no invitarías ni a un vaso de agua en un día caluroso. La molesta araña a la que matarías nada más verla. En definitiva, soy un individuo con el que no querrías estar a solas en una habitación.

Es una fama bien merecida, desde luego. He cometido casi todos los delitos existentes: robo, chantaje, acoso, fraude, secuestro, agresión, asesinato... Además, he sido condenado por sedición, terrorismo, y magnicidio. Todos esos cargos son ciertos, por supuesto. Si no fuera suficiente, me buscan por escapar de la Prisión de Alta Seguridad Casiopea, situada en el asteroide Ceres 1. Incluso cometí desfalco y malversación de fondos públicos... esta última anécdota es bastante divertida.

Exacto, soy la clase de ser humano a la que no llamarías humano, y con buenos motivos. Soy consciente de que, si el coronel Bayl me llegara a reconocer, usaría su arma para abrirme un llamativo orificio entre las cejas. Es lo que yo haría en su lugar.

Reconozco que no me gusta la gente y, más en concreto, la clase adinerada, quienes solo ven los defectos ajenos. Me llaman criminal por incumplir unas normas, cuando otras fueron las que me convirtieron en lo que soy. Sin embargo, su volátil moral les impide reflexionar sobre la realidad que les rodea. ¿Pensarían alguna vez en los niños de Europa? Trabajando día y noche para confeccionar ropa y armamento con el que abastecer al Imperio. ¿Y cómo les pagan? Mandándoles a Plutón cuando alcanzan la mayoría de edad. Cuando se convierten en criminales, todos se sorprenden y les señalan.

Si, yo fui un niño de Europa, y cuando veo el uniforme del coronel Bayl rememoro el escozor de las pistolas eléctricas.

En una ocasión me preguntaron si nunca me he arrepentido de mis acciones. He pensado en ello, pero aún no sé qué responder. Los Exiliados de Plutón no tenemos una definición clara de lo que es la moral. Tomamos lo que queremos y no reflexionamos acerca del bien o del mal.

En fin... eso es el pasado, y ya aprendí que no sirve de nada pensar en ello.

Acciono un botón y la persiana comienza a abrirse. Suspiro de alivio al comprobar que todavía queda suficiente energía.

En cuanto la luz del Astro Rey llena el recinto, la temperatura asciende aún más, volviéndose insoportable.

Su fulgor es salvaje e intenso. Si no fuera por el material de los cristales, ya me habría quedado ciego. Observo el sol detenidamente, antes de volverme hacia los silenciosos, inmóviles, e inertes pasajeros.

El motor del crucero dio fallos desde el principio, cuando apenas estaba abandonando Marte. Primero fue un simple error mecánico, pero acabó tornándose en una explosión que nos dejó como estamos ahora: sin electricidad, sin agua, casi sin oxígeno, sin gravedad artificial y dirigiéndonos ineludiblemente hacia el letal abrazo de Helios.

En un arrebato, el coronel Bayl se quitó la vida, sabiendo que le quedaban apenas unas horas antes de morir calcinado. Los demás pasajeros no tardaron en seguir su mismo destino.

Así que aquí estoy yo. Un vulgar ratero, en el crucero más grande y lujoso que hubiera sido creado jamás, en completa soledad. La única alma que no ha sucumbido al miedo y a la desesperación. Quizás sea porque la sensación de peligro y muerte ya está impregnada en mi ser.

O quizás, simplemente estoy loco, tal y como atestiguan los tornillos que tengo en mi bolsillo.

Floto hasta el otro lado de la sala. En esa oscuridad se encuentra la Tierra, el hogar natal de mi especie, y uno de los pocos planetas a los que nunca llegué a viajar. Según se cuenta, allí se respira paz y tranquilidad... Es decir, toda la paz y tranquilidad que pueda haber en un cementerio nuclear.

Escucho cómo los cristales comienzan a agrietarse. En poco tiempo, el revestimiento se derretirá y la nave será un horno espacial.

Es irónico... el foco que ha mantenido con vida a la humanidad será lo que terminará con la mía.

Debería estar aterrado, pero no es así. Estoy en éxtasis. Viajé desde Plutón sin rumbo ni objetivo y, por azares del destino, me convertiré en la primera persona que morirá en el sol.

Un Ícaro con alas de metal."


FIN



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Un saludo y gracias por leerme.

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