EL HOMBRE DE LA GABARDINA

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Cómo odiaba esa gabardina. 

No era su favorita ni por asomo. 

Le quedaba un poco corta, tenía una quemadura de cigarrillo en el puño izquierdo y era de un aburrido gris plomo, como el asfalto.

Mientras se contemplaba en el espejo del ascensor, este descendía velozmente.

Miraba nervioso el su reloj. Lamentaba tanto no haber tenido un poco más de tiempo.

Al abrirse las puertas, se encontró con el desagradable rostro del inquilino del departamento 2b.

 La mueca de fastidio era mutua, pero lo hizo a un lado, dejándolo atrás.

Atravesó el vestíbulo a toda prisa, ignorando a cuánta persona merodeaba por allí. No valía la pena ni mirarlos. 

Ya eran cosa del pasado.

Ya en la calle, se subió a su auto y condujo apresurado hacia las afueras de la ciudad.

Cuando el paisaje ya había cambiado y la tarde oscurecía, estacionó a un costado del camino y bajó del coche para contemplar la urbanización a lo lejos.

La alarma en su reloj sonó y en perfecta sincronía, se pudo escuchar un estruendo descomunal, seguido de un gigante ígneo al rojo vivo, creciendo imponente en la ciudad.

Supo entonces, que su edificio y todos sus demonios, habían desaparecido.

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