Quieres

66 10 10
                                    

Sirius recorrió toda la habitación con calma, como si estuviera visitando un museo, todo ello sin soltar la mano que lo unía a Moony. Rozaba las paredes con delicadeza, como si quisiera cerciorarse de que no era un sueño, y de vez en cuando suspiraba como un cachorrito enamorado (palabras de James hace unos meses). Apenas prestó atención a las mantas del suelo y al extraño bulto tapado con una manta en medio de la habitación. Más tarde empezó a fijarse más en las constelaciones, y tuvo que reconocer que cada constelación estaba en su sitio. Ahí estaban Leo, Orión, Tauro, Sagitario, la Osa Menor... Todas las constelaciones estaban ahí. Todas salvo dos, que no podía encontrar por ningún sitio. Las buscó por todo el cielo/techo estrellado hasta que Remus, que ya se había divertido lo suficiente viendo a Sirius buscar con ansia sus constelaciones favoritas, decidió intervenir.

—Creo que sé lo que buscas —dijo intentando ocultar la risa.

—Está claro que no, porque se te han olvidado —respondió Padfoot intentando no hacer un mohín, antes de esbozar una sonrisa maliciosa—. Me parece la razón que necesitábamos para tirarnos horas aquí hasta que te enseñe todo lo que sé de astrología. Y tengo el nombre de una estrella, ten por seguro que no sé poco.

—No, por favor, ten piedad —contestó Moony, con la voz temblorosa de estar intentando aguantar la risa, sin mucho éxito.

—Veamos pues... si contestas esto te salvas. ¿Qué es lo que busco?

—Esta es fácil —aseguró el ojimiel con una sonrisa traviesa—. Buscas Canis Maioris y Lupus. Tu constelación y la mía. ¿Estoy en lo cierto?

Sirius no pudo ocultar la sorpresa, y asintió muy despacio, mientras Remus sonreía triunfante y señalaba dos puntos del techo.

—Deberían ir ahí y ahí, si tus libros están bien, pero pensé que... —Hizo aparecer dos botes de pintura y pinceles con un accio y se acercó a su novio para darle el bote de pintura (y de paso un beso corto)—. Pensé que te haría ilusión pintarlas juntos.

Sirius se tapó la boca con una mano, entusiasmado, y sonrió de oreja a oreja antes de correr a un lado del techo para empezar a pintar Lupus.

—¿Pero lo vas a pintar así?¿Sin libro ni nada?

—Me sé cada constelación de memoria, Lupin, y la tuya aún más. Ahora ven aquí y ayúdame a llegar al techo.

Remus soltó una carcajada inesperada, y Sirius lo miró con los ojos entrecerrados y una sonrisa, sin decir nada.

—Sirius, ya sé que soy más alto que tú y que tú eres enano, pero tampoco mido dos metros ¿sabes?

—Pues dame un segundo que voy a por la escalera —dijo Padfoot, que ya corría escaleras abajo, entusiasmado hasta niveles insospechados.

Y así fue, media hora después, el techo estaba terminado, los chicos llenos de pintura (especialmente Black, no vamos a engañar a nadie) y todo recogido. Todo... salvo ese extraño (no tan extraño para Remus) objeto en el medio de la habitación.

—¿Qué es eso? —preguntó Sirius, que acababa de reparar en él por primera vez.

—¿Ah, esto? No, nada importante —dijo Remus con falsa modestia, justo antes de destapar el telescopio y, aún sin mirarlo, saber la cara que había puesto su chico, a la par que oía un grito ahogado.

—¡No te creo!¡No te creo, no te creo, no te creo! —gritó Sirius dando pequeños saltitos como un niño pequeño, mientras observaba con admiración cada minúscula pieza del objeto. Y luego, más bajo, prosiguió con asombro—. Es una réplica del telescopio de Galileo.

—Ah, pues eso no lo sabía. Yo solo lo vi en una tienda de Londres y pensé que te encantaría, así que te lo compré. En cualquier caso, ¿quieres probarlo? —preguntó, cada vez más nervioso.

Prométeme Que Me QuieresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora