Ariadna

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Abrí los ojos. Lo primero que vi fue a Leandro. Se revolvió entre sus mantas y, cuando rozó ligeramente mi piel, pude sentir como el miedo volvía. Aquel miedo que me acechaba, que me llevaba acechando semanas. Leandro aun estaba desnudo. Yo también lo estaba. Quería levantarme, pero no quería despertarle. Sin embargo, sabía que mi madre volvería en cualquier momento y, aún no podía confesar que aquel chico de tan solo un año mayor, abusaba de mí y llevaba haciéndolo 3 semanas. Le desperté cuidadosamente, intentando no enfadarle.
-¿Qué hora es?- gruñó, e hizo que mi piel se erizase.
-La hora de que marches, mis padres están al caer.-espeté con el corazón en la boca.
A veces, por mucho miedo que tuviera, no podía controlar lo que decía.
-Mmm...vale, pero mañana repetimos.-dijo levantándose de un salto.-¿Quieres en el cine?
-Directamente no quiero...-susurré para mí.-Bueno, me da igual mientras sea rápido.-respondí ya en voz alta.
Se vistió. Mientras que lo hacía, yo cerraba los ojos. Verle desnudo me hacia recordar la mala noche que me hizo pasar. Y no solo esta, sino la de anteayer, la de el sábado, la del martes...y así todas las semanas. A veces dos veces a la semana, otras veces cuatro.
Cuando se fue de casa, bajé a la cocina a por un vaso de leche. Mis padres habían estado de nuevo de viaje y no volverían hasta la diez de la mañana. Miré por la terraza que daba a la gran casa de Gavi. Pablo Martín Páez Gavira. El famoso futbolista que todos conocían...al parecer. Había visto muchos partidos en los que él jugaba, pues mis padres eran del Barça. En cambio, yo era del Real Madrid y no me interesaba lo más mínimo aquel jugador del que todas las adolescentes estaban enamoradas. Muchas probablemente sueñan con vivir en esta gran casa en frente de la suya, sin embargo, a mi me da exactamente igual. A mí solo me interesa Benzema, Courtois, Vinicius...es decir, jugadores de un equipo de verdad.
Después de acabar mi vaso de leche, salí de casa. Al mismo tiempo, vi como Gavi también salía o, al menos, intentaba hacerlo. Miles de chicas y chicos de la urbanización o de urbanizaciones cercanas acorralaban al culé. No le pude ver bien la cara, aunque me la imaginaba. Esa cara de desesperación absoluta que ponía en cada partido que jugaba. Me quedé viendo cómo se peleaban por saltar la valla o apartar los guardias. De repente, escuché un sonido secó y un silencio de unos segundos. Al ver a Gavi en el suelo no pude evitar reírme. Sin duda, esto me alegró la mañana. Lo mejor es que sabía por qué se había caído, y es que, el gran culé no sabía atarse los cordones. Pensar en el ello me hacía reír aún más y hasta él pudo oírme, aunque la distancia que nos separaba fuera bastante amplia.
Al ver que me miraba, sentí que mi corazón dejaba de latir unos segundos. ¡Que vergüenza! Me fui de allí lo más rápido que pude.

El fútbol nos separó...el amor nos unióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora