estoy harto, no puedo más, de verdad. Lo he intentado con todas mis fuerzas, pero soy débil. No sirvo para esto. No sirvo para nada.
Si digo la verdad no sé ni como conseguí levantarme por la mañana. O como llegué hasta el instituto.
Era lunes. Odio los lunes. Todo el mundo los odia, lo sé, pero yo no los odio porque se acabe el fin de semana, o por tener que trabajar. Los odio por tener que ver de nuevo a esos imbéciles. Esos hijos de puta que llevaban ya más de un año machacándome día sí, día también. Ahora, lo recuerdo, y no entiendo como aguanté. Algunas noches soñaba con matarlos a todos, sin ninguna piedad. También a los que solo animaban o a los que miraban y callaban. Pero sobretodo a los que hicieron que todo esto empezara.
Cuando llegué a la puerta ya me estaban esperando.
-¿Qué pasa, tío, un mal finde? te veo con mala cara ¿Lo has dejado con la novia? - Se rió y se giró hacia los demás - Ah, no, que es mariquita - intenté no mirarle y seguir caminando mientras los demás se reían, pero me tapó el paso - Eh, capullo, te hablo a ti.
Era varios centímetros más alto que yo, así que se agachó para mirarme directamente a los ojos. Intenté que no se me escapara una lágrima. Sabía qué venía a continuación.
-¿No sabes que es de mala educación no contestar? venid, chicos, le enseñaremos modales al rarito.
Otro chico se acercó a mi. Hizo ademán de ir a darme una colleja, pero le coji del brazo.
-¡Eh! ¡Mirad! ¡El rarito parece enfadado!
Todos me miraron, divertidos. Aún sujetaba el brazo del chico cuando este me dió una patada en el estómago. No pude reaccionar a tiempo. Caí de rodillas con las dos manos en la barriga.
-Ya no eres tan valiente ¿eh? - dijo el chico de la patada. Se acercó a mi y se agachó a mi lado. Luego me cogió del cuello y me levantó. Volvió a hablarme, esta vez mirándome directamente a los ojos - Ni se te ocurra volver a tocarme ¿me entiendes media mierda? en tu vida.
Después de decir eso me soltó y yo caí al suelo otra vez.