Capítulo 1

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El día llegó nublado y con los primeros copos de nieve. Era la primera vez que veía la nieve además de en la tele. Era muy hermoso. Lo veía estando sentada en mi pupitre en la segunda clase de la mañana, en la cual había entregado el último dossier que me quedaba por entregar para aprobar el primer trimestre de mi primer año en la Academia Carmesí.

Todavía no podía creer que hubiera entrado. Que hubiera podido venir.

Estaba muy contenta. Ahora sí.

No podía decir lo mismo de mi primer día. Mi primera noche...

Sacudo mi cabeza de lado a lado, quitándome ese pensamiento. Ese... sueño.

Ahora estoy bien, mejor que bien. Este lugar me hace sentir libre, ser como soy y estar con la gente que realmente me quiere y me acepta. Especialmente Sarah.

Ella esta sentada a mi lado con la cabeza apoyada en los brazos cruzados sobre el pupitre, claramente sintiéndose aliviada de que haya terminado por fin la etapa de entregar trabajos y hacer exámenes. No le gustaba mucho tener que estudiar para tener un futuro, un propósito en la vida, pero no por ello es menos lista.

De ser así, no habría podido entrar en esta academia conmigo. Y eso me aliviaba.

No habría podido soportar los primeros días aquí, sola. Sin conocer a nadie.

—¿Qué pasa? —me preguntó ella de repente—. Te veo muy seria.

—No es nada. Solo pensaba que... —me tomé un momento, entonces la miré con una sonrisa sincera—, me alegro mucho de tenerte aquí conmigo.

Sarah me sonrió al oír ese cumplido y me cogió la mano apretándola para animarme.

—Era imposible que estuvieras separada de mí tanto tiempo. Habría vuelto conmigo a las pocas horas.

—¡Oye! —exclamé disimulando estar ofendida—. Tampoco soy una chica desvalida.

—Eso es discutible.

Me mostré ofendida cuando en realidad me hizo gracia la forma de ser de Sarah, con ese humor y desparpajo que tenía. Le di un empujó en el hombro y ambas nos reímos mutuamente. De verdad, tenerla conmigo me hacía sentir segura. Sé que algún día tendré que espabilarme sola, pero por ahora disfrutaré mientras pueda.

Aquí, en la Academia Carmesí, está a salvo con Sarah. A salvo de Él.

Al menos... por ahora.


Veo a Gina más animada que antes. Y eso me hace sentir feliz. No soportaba verla tan apagada y callada cuando entramos en esta peculiar academia donde solo aceptar a los más listos y bellos de todo el mundo. Yo me considero guapa y lista, sí, pero no sé... es raro.

A pesar de ese detalle me alegra que ahora mi mejor amiga este radiante y feliz. Parece que haber tomado espacio con su familia le ha sentado bien. Me preguntó sí ha pasado algo. No me atrevo a preguntarle por sí parezco demasiado cotilla.

Bueno, no importa. Ahora estamos las dos aquí, a punto de superar el primer trimestre en nuestro primer año. Será coser y cantar, más para Gina que para mí, la verdad.

Será una aventura inolvidable. Estoy segura.

En ese momento suena la campana. Por fin termina la clase tan aburrida que llevaba aguantando durante toda una hora. Ahora tocaba una que me gustaba. Por fin tocaba algo interesante y entretenido: ¡Arte artístico!

Un año más en esta academia, creada por mis padres por un sueño ambicioso pero noble: la coexistencia entre nuestra raza con los humanos. Yo antes compartía ese sueño con ilusión y alegría, pero ahora... aquella chica recién convertida en mujer desapareció. O mejor dicho, se la llevaron muy lejos para no volver jamás.

Y todo por culpa de esa zorra de Karmila. Todo es culpa suya y de su obsesión.

—Ángela.

Sabía que mi padre llevaba un tiempo esperando en el umbral de la puerta a que me diera la vuelta y le mirara, pero no lo hice. Ni antes ni ahora. Seguía mirando por la ventana, contemplando la nieve caer desde el suelo nublado hasta caer a la superficie terrestre y derretirse. Tendría que nevar mucho para que cuajara y creará una superficie blanca y blanda para que uno pudiera cambiar sobre ella y jugar, ser libre como un niño.

Y pensar que hace poco tiempo, siglos para los mortales, yo también jugaba en la nieve con mis padres y hermanos. Parece que haya pasado una eternidad.

—¿Qué pasa, padre? ¿He hecho algo malo, otra vez?

Pude escuchar el suspiró que él soltó con la boca cerrada, resignado a mi actitud por lo que me paso. A veces odiaba esa compasión que todos, o casi todos, tenían conmigo. Me hacía enrabiar. Me daban ganas de romper cosas... o a personas.

—No. Todo está en orden —respondió él, sonaba preocupado. Como siempre—. Oye, yo... me gustaría que fueras más social con los demás estudiantes.

—¿No lo estoy siendo ahora?

—Sabes a qué me refiero, Ángela.

Sí, lo sabía muy bien. A él no le gustaba nada mis actividades extraescolares que había empezado a practicar con los alumnos humanos en los últimos años, donde todos eran sumisos y obedientes a mí en todo momento, encantados de entregarme sus cuerpos y su sangre. La mayoría de las veces jugaba con ellos en compañía de James y de otros vampiros, pero en ocasiones me divertía en soledad, para desahogarme por completo.

—Nadie está obligado, padre. Son libres de rechazarme.

—Te lo pido por favor, Ángela —ahora él sonaba serio y autoritario, como el director de la Academia, como el Rey consorte de los vampiros—. Para ya esto. No lo volveré a pedir.

Con eso dicho él se marchó. Lo escuché irse cerrando la puerta. Chasqueé la lengua entre los dientes. Me fastidiaba un poco que él me controlara todo el tiempo, pero era lo que tocaba aguantar hasta que asumiera el trono. Con suerte eso tardaría otros cientos de siglos en pasar.

Yo ahora no quería ser la Reina de los vampiros. Ni la de nada. Solo quería ser yo misma. Recuperar el control de mi existencia que era zorra pelirroja tuvo el descaro de quitarme cuando cumplir la mayoría de edad vampírica.

¿Era eso pedir demasiado?

Cansada de estar allí metida decidí dar un paseo. Quizás encontrara un aperitivo por ahí.

Una vez en diciembre (Carmesí 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora