Capítulo 3

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Queda una semana para las vacaciones de Navidad. En siete días la mayoría se marcharía a pasar las fiestas en su casa, con familiares y amigos. Solo unos pocos preferirían pasarlas aquí. Y yo estaba entre ellos.

El día había llegado frío pero muy soleado, era uno de esos pocos días donde el cielo estaba despejado y a una le gustaba aprovechar la luz radiante del gran astro para estar en el patio durante el descanso.

Pero por desgracia tenían otros planes para mí.

En el momento en que me senté contra la pared del edificio de clases en el patio y me senté en el suave césped, repentinamente me cayeron varios litros de agua encima, empapándome entera, a mí y mi almuerzo. Cuando ya no cayó más agua todo quedo en silencio unos instantes, luego se oyeron risas y carcajadas en el patio y encima de mí.

Me puse de pie apartándome de la pared, sacudiéndome el agua de la ropa y los brazos, y alcé la cabeza para ver, para mi desgracia, a las abusonas de mi curso; Anastasia y Michelle. Una tenía el cubo de agua sujetó al borde de la ventana de la clase donde ambas estaban junto a otros estudiantes que se reían y me grababan con sus móviles.

Suspiré con resignación. De todas sus bromas, está era la más pesada hasta la fecha. Enseguida empecé a sentir frío y tuve que abrazarme para mitigar el frío, y cubrirme el pecho, ya que el frío me había puesto los pezones de punta.

—¡Ay, lo siento, Ginita! —dijo Michelle, disimulando disculparse cuando no lo sentía en absoluto—. No te habíamos visto allá abajo.

No, seguro que no, pensé con el ceño fruncido.

—Pero mira el lado bueno —dijo Anastasia con soberbia y ínfulas de reina, apoyándose sobre el cubo volcado en el bordillo de la ventana—, ahora estás más limpia que antes.

Los que estaban arriba con ellas se rieron de mal chiste, y algunos que estaban en el patio detrás de mí. Baje la cabeza, cogiendo valor e intentando hacer que no me afectara. No podía permitir que todo eso me afectara y todos lo vieran. Eso solo los animaría a seguir acosándome y molestándome.

Era fácil decirlo, pero muy difícil ponerlo en práctica. Pero debía hacerlo por mi bien.

Por ello, alcé la cabeza y las miré a la cara, directa y firme.

—Estoy bien. Nada de lo que hagáis logrará que me derrumbe.

Las dos me miraron molesta al ver que no lloraba ni salía corriendo. Vieron como recogía mis cosas y me iba de allí ante la mirada atónita y admirativa de algunos, y con la indiferencia de otros. Estaba segura de que se vengarían de esa humillación pública, pero por ahora debía ir rápido a mi cuarto para cambiarme de uniforme antes de las clases de mediodía.

Bueno, tampoco tenía porque apresurarme. Estos últimos días las clases eran más charlas y repaso de lo estudiado y un avance de los temarios que se darían en el siguiente trimestre. Podía atrasarme sin temor que me bajaran los puntos ni nada.

Al entrar, resguardándome del frío, me encontré con Sarah que iba a reunirse conmigo, y me vio toda empapada. No preguntó qué había pasado o quién fue. La cara de enfado que mostró ya dijo que sabía perfectamente quienes habían sido.

—Pero ¡¿qué se han creído que son esas zorras?! —exclamó ella furiosa.

—Estoy bien, Sarah. De verdad.

—¡Pues claro que no lo estás! Venga, vamos, antes de que cojas frío.


Debí imaginar que aquella chica sería de las que se convierten en víctimas del acoso de abusones idiotas. Pero no esperaba que estuviera en el punto de mira de Anastasia y Michelle.

Esas dos nunca dejan de asombrarme con sus ínfulas de superioridad, cuando apenas son más listas que un burro. Habían logrado entrar por su belleza, de eso no tenía duda.

De todas formas, lo que hicieran con esa chica no es asunto mío. Pero... no sé, hay algo en esa chica que me tiene en alerta. No esperaba que fuera tan... animada.

Por lo que recuerdo de aquella noche lluviosa, ella parecía triste y desconsolada.

¿Fue un mal día acaso?

Joder. ¿Por qué me preocupo por eso ahora? Aquella vez por suerte no paso nada que tuviera que lamentar. Debería olvidarla y seguir a mi aire.

Por más que me digo eso, no dejó de observarla a distancia, sin que noté mi presencia.

Justo en ese momento, veo a esas dos idiotas caminando refunfuñadas hacia mí. Perfecto. Así podría sonsacarles algo de información interesante. Eso espero, al menos.

Al verme, ambas sonrieron felices, como dos niñas ante su mayor ídolo. Eso era para muchos de los que allí asistían, tanto alumnos como profesores. Tanto humanos... como vampiros.

—¡Ángela! Que alegría verte —me saludó Michelle.

—¿Podemos almorzar contigo? —preguntó Anastasia con ilusión.

—Claro, con gusto —respondí con amabilidad y dulzura—. Siempre es un placer estar con vosotras dos.

A esas dos les encantaba que las elogiará de esa forma. No tenían remedio.

Fuimos a la cafetería, que a esa hora estaba llena de gente tomando un café y pastas. El bullicio y los diferentes olores al principio me molestaban, pero con el tiempo y paciencia podía ser incluso agradable.

Tras hablar de trivialidades sin sentido, por fin encontré ocasión para sacar el tema:

—Antes he visto lo que habéis hecho a esa chica.

Al escuchar eso las dos se miraron entre sí. Primero las vi algo incómodas, pero después se mostraron seguras y sonrientes.

—Era Gina Lara. Solo era para enseñarle a no ser tan listilla —comentó Anastasia.

Gina Lara...

Ese nombre resonó en mi mente, acariciándolo como su fuera terciopelo. Me relamí el labio superior.

—¿Y eso? ¿Se mete con vosotras?

—¡Qué va! Esa niñata no es rival para nosotras. Solo nos molesta que sea tan inteligente. No ha humillado más de una vez en clase. Debe aprender su lugar aquí.

Eso era interesante. Incluso entretenido. Que pena que no pudiera estar en su misma clase para verlo y reírme de esas dos viendo el ridículo que hacen.

—Es una zorra frígida que no sabe cuál es su lugar. Pero ya le haremos ver cuál es.

Esa amenaza no me gustó. Apreté las manos. ¿Por qué me molestaba tanto? No conocía a esa Gina Lara, y tampoco era asunto mío que esas dos la molestaran por puros celos por no ser tan inteligentes como ella.

Pero, aun así, me molesto. Y mucho.

Una vez en diciembre (Carmesí 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora