A la mañana siguiente el despertador vuelve a sonar a las seis y media. Robert ya se ha acostumbrado a él y ni siquiera se despierta, pero yo me sorprendo al verle a mi lado, anoche no fue a ningún sitio, o eso parece. Detengo el sonido presionando, de nuevo, todos los botones y me giro hacia él para abrazarle. No huele a alcohol, sino al gel de ducha que usa, se duchó anoche antes de que yo lo hiciera.
Recuerdo que me dijo que, como mi coche está en el taller, le despertara a las siete para desayunar juntos y llevarme a trabajar.
Me levanto de la cama tras besar su mejilla y camino hacia el baño, donde me desnudo y me doy una relajante ducha de veinte minutos. Al salir miro el reloj, y me acerco al borde de la cama con una toalla liada al cuerpo. Me siento al lado de él, colocando mis manos sobre su pecho y acariciándolo con dulzura.
-Buenos días, ¿desayunamos? -Sonrío. Veo que él también lo hace, aunque no abre los ojos.
-¿Tú eres el desayuno? -Dice con la voz ronca y somnolienta. Me río en bajo.
-No, hoy no. Vamos, prepararé café para los dos.
Se gira hacia mí y abre los ojos, y se sorprende como si nunca me hubiese visto en toalla.
-Vaya, una pena que tú no seas el desayuno... -Me pega a él y me da un beso de buenos días.
Nos separamos y me pongo en pie para sacar ropa interior de la cómoda y el vestido de hoy del armario, y me visto delante de él sin importarme lo más mínimo.
-Abbie, sobre lo de ayer... -Es cierto, se me ha olvidado por completo todo lo que sucedió ayer. -Lo siento, lo siento de verdad. Sabes que no soy así...
Le miro a través del espejo y me mantengo callada durante unos segundos, sé que no debo dejar que escenas como esas se repitan, por lo que decido intentar poner las cartas sobre la mesa.
-Robert, se me empieza a hacer pesado que vengas tantas veces borracho a casa, y tarde.
-Trabajo mucho, Abbie. Necesito un descanso a veces. -Replica, y parece que su fácil mal humor empieza a salir a la luz.
-Pero es que tu "a veces" no es el mismo que el mío. Me paso la mañana fuera, cuando llego a casa no estás porque tú también trabajas y ya son pocas noches las que pasamos juntos, me siento sola. -Comienzo a maquillarme mientras hablo, intentando estar tranquila.
-¿Te sientes sola? Si quieres compramos un perro, o tengamos un hijo. -Dice, como si fuesen naturales sus palabras, y algo dentro de mí explota, provocando una gran furia.
Giro sobre mis pies, mirándole de frente, incrédula. Clavo mis ojos en los suyos, oscuros, y noto que se empieza a poner nervioso porque se toca la barba, y luego pasa las manos por su pelo.
-¿Te estás oyendo? ¿Crees que comprar un perro o tener un hijo va a hacer que deje de echarte de menos? Eres mi marido, Robert, y como tal deberías ejercer de ello. ¿Qué ha ocurrido para que ya no quieras pasar tiempo a mi lado?
-Nena, tranquilízate, no exageres. No puedo pasar más tiempo contigo del que ya paso, tengo mucho que hacer. -Suspira y evita mirarme a toda costa.
Noto mis ojos humedecerse, pero me prohíbo a mí misma darle el placer de verme llorar, y termino de arreglarme y peinarme frente al espejo. Cojo los tacones, mi móvil y mi pequeño bolso y bajo con todo en las manos. En el salón, me siento en el sofá para calzarme. Robert tarda poco más en bajar, y va directamente a la cocina.
Desayunamos con un incómodo silencio y bajamos al garaje para subir al coche. Una vez dentro, me mira y coloca una mano sobre mi muslo.
-Te quiero, ¿vale? -Suelta, y besa mi mejilla.
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Siete minutos en el cielo.
Novela JuvenilAbigaíl Jefferson, una joven vendedora inmobiliaria, casada, se encuentra en la difícil situación de elegir entre ser fiel a su estilo de vida o hacer una locura y comenzar a ser feliz. ¿Crees en las almas gemelas?