Antes de leer: Esta historia está ambientada en un universo alternativo y que, por así decirlo, estaría ubicada en el epílogo de Rey Busca Líos. Solo fue escrito para saciar mis ganas de escribir a esta pareja en un contexto cliché navideño, así que puede haber errores. Que lo disfruten.
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Max olfateó el gran árbol de navidad, sin ningún tipo de adornos o luces, tal cual había sido comprado días atrás por sus padres. Las cajas donde se encontraban las decoraciones seguían guardadas y el único indicio de que alguien esperaba la Navidad ahí eran los cinco regalos destinados al hijo de los dueños de esa casa.
A diferencia de muchas otras personas, para Rafael aquella fecha no significaba nada en absoluto. Solo una excusa para dar regalos y pretender que no habías sido una mala persona el resto del año; como una forma de enmendar los errores. Sin embargo, ni así sus padres podían quedarse en casa para estar con él.
Y, a pesar de que sabía lidiar con la ausencia de sus padres en cualquier otra época del año, ese día y durante Año Nuevo, le era imposible no sentirse mal. No podía salir con ninguno de sus amigos porque todos la pasaban con la familia, y él no tenía más personas con las que estar. Antes tenía a su abuela, quien era toda la compañía que necesitaba, pero ya no estaba y Rafael no podía cambiar el orden de las cosas.
Por lo que decidió mantenerse ocupado. Dispersos alrededor suyo, varios regalos para sus amigos esperaban ser envueltos. Para Víctor eran videojuegos que deseaba desde inicios de año, además de un mini dispensador de dulces con algunas de sus golosinas preferidas. En cuanto a Carlos, se esforzó en encontrar el lego del bloque de interrogación de Super Mario y calcetines de los Simpsons. Y, aunque estaba seguro que Diego se negaría a aceptarlo, le compró un Funko de Amy Winehouse, un kit de mantenimiento para instrumentos, una pijama (para que dejara de usar ropa vieja) y dos boletos para el próximo festival de música, pensado para que Alexander lo acompañara.
También compró regalos para Liliana, Nora (tendría que enviárselo junto al regalo de Mateo a la casa de su madre en Canadá) y Alexander. Pero el único que dudaba en dar era el de Mauricio, pues tenía miedo de despertar esperanzas en él; un regalo grande se malinterpretaría, pero uno pequeño sería un insulto para lo que sentía por él. Al final decidió que le regalaría una lámpara de Doctor Who y la pulsera que le había hecho cuando eran niños; esperaba que esta vez la recibiera.
De fondo, las películas navideñas aligeraban el ambiente, por lo que Rafael podía sentirse parte de una familia normal que se encontraba cenando y charlando.
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Mauricio tamborileaba los dedos sobre su pierna, ansioso de que terminara la cena. Así, entre las despedidas y abrazos, podría huir un rato.
—Casi no parece que tengas prisa, primo —murmuró Javier—. ¿Acaso piensas dejarnos esta noche tan especial?
—¿A ti qué más te da? —refunfuñó.
—No es mi intención entrometerme, querido primo, pero sin Diego, sin Enrique y sin ti, esta casa se sentirá vacía. Además, no hemos tomado en cuenta que mi tía se pondrá furiosa si te vas. —Su tono era de burla, ni siquiera le interesaba en realidad lo que sucediera con Mauricio, aunque le encantaba hacerlo chirriar.
Irritado y queriendo evitar que la atención se centrara en ellos, le dijo a Javier:
—¿Cuál es tu precio para mantener la boca cerrada? —Picoteó la comida.
Tanto su madre como su hermano estaban ocupados platicando; la primera con su hermano, tal vez reavivando viejas experiencias, y el segundo coqueteando. Desde que Alexander y Diego habían establecido su relación, Mauricio tenía que soportar sus cursilerías. Actuaban como si apenas se conocieran y quisieran enamorar al otro.