capítulo uno

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En cierta etapa de un adolescente, los cambios físicos empiezan repentinamente. El cambio de voz, los primeros signos de acné, la curiosidad de las relaciones románticas y en cierta medida, por esto, surge un gran interés por explorar su sexualidad.

Y ocasionalmente sucede que las discusiones con los padres son más frecuentes, pero tal no era el caso de Jimin, no tenía padres con quién discutir y más importante, no tenía alguien de su misma sangre que lo apoyara en cada momento de su vida. Hubo un tiempo donde realmente los necesitaba, y es que sentía la necesidad de buscar, buscar y buscar para caer en cuenta que no tenía a nadie.

Tenía catorce años recién cumplidos, y ya manejaba un departamento, claro que no con dinero suyo, pero al menos tenía la seguridad que estaba a su nombre. Fue un gesto generoso del director del orfanato donde vivía y agradecía haber sido la excepción del hombre que lo cuido prácticamente toda su vida.

Y ahora debía apurarse con el desayuno porque su turno empezaba a las ocho de la mañana, no quería llegar tarde cuando fue la única oportunidad que le habían dado. Su celular vibró con desespero, y con las manos ocupadas en una taza de café y un pan con mermelada a medio comer, cogió la llamada. — ¿Diga?

— Buenos días Jimin, cómo estás? — la voz del teléfono la reconocía muy bien, era el director del albergue. Ha pasado tiempo desde que hablaron por última vez.

— Buen día director — Siseó al mirar la hora, se estaba tardando demasiado. — Estoy bien, cómo le está llendo en el trabajo? —

— Va bien, aunque no puedo mentir del todo, algunos chicos ya están entrando a la adolescencia y es difícil manejarlo. — Jimin se limitó a asentir, sería descortés decirle que estaba muy ocupado como para responder la llamada. Entonces no tuvo más opción que tomar su mochila, ponerse el abrigo aún con el teléfono en su oreja y seguir escuchando.

— No hay suficiente personal para cuidarlos a todos. —

— Es complicado cuidarlos, también fui un poco difícil para usted —

— En teoría, pero los tiempos han cambiado —

— Afortunadamente no llegué a corromperme demasiado — sonreí, en los cuatro años que vivió en el orfanato no creo haber dado problema algunos. No uno difícil de solucionar.

Ya habían pasado diez minutos y estaba por llegar.

— Si gusta podría ir a ayudarlo, Señor — alzó su mano, y el taxista se estacionó segundo después. Con gestos le dijo al conductor que manejara hasta que le diera alguna señal para cambiar de ruta.

— No es necesario, ya conseguiré a personal especializado — al otro lado del teléfono se escuchó una pequeña carcajada.

— Claro, eso me hace sentir agradablemente rechazado — con una mueca le señaló al conductor seguir por el lado izquierdo de una curva, para avanzar hacia la primera vereda, volteando hacia el lado derecho pasando la primera manzana.

— No lo tomes personal, tampoco sé lidiar con los muchachos —

— Lo imagino — le pagó al taxista y atinó a despedir a su cuidador — Acabo de llegar a la escuela, hablemos más tarde.

— Claro, hablamos luego —

Al cortar la llamada, corrí hacia el centro comercial y con rapidez subí por las escaleras eléctricas, zancada tras zancada sin soportar la lentitud de la mecánica.

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