Sacrificarás a los tuyos pero el karma te regresará el mal cometido.

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El desierto del norte es un lugar frío y solitario como sus habitantes. Muy pocos cultivadores se atreven a explorar aquellas tierras, tanto porque son habitadas por seres salvajes como por el hecho de que es díficil entre las tormentas de nieve encontrar tu camino de regreso.

Solo las criaturas más fuertes pieden salir de este lugar tan helado y proclamarse como los dueños del lugar. Entre estas están una clase de demonios humanoides que visten ropas como si aquel clima no los afectará, siempre mostrando grandes extensiones de piel donde lucen radiantes sus cicatrices de batalla. Después de todo, para ellos cualquier instante puede convertirse en una.

Aquella raza, al igual que muchas otras de seres demoníacos puros, poseen un gran orgullo que esta por encima de todo, incluso de su propia sangre. El resentimiento lo guardaban y la venganza se la tomaba sin importar si a quien iba dirigido estuviera muerto.

Los de más alta posición y poder tenían una gran astucia. Así que oír al hermano del recién fallecido rey sugerir sacrificar a su sobrino, era algo que muchos ya pensaron que sucedería.  Desde el momento que aquel se puso delante del trono y recordó los antiguos y olvidados rituales de sacrificio realizados hace un tiempo ya no recordado, rememoraron tanto la astucia de aquel demonio de apariencia afeminada como el odio hacia el antiguo gobernante.

Aquel joven demonio vestía una tela envuelta a su alrededor que lo dejaba casi desnudo solo cubiertas sus partes nobles y su pecho con diseños de un sol cosidos con tela de un demonio araña albino. Caminaba con la cabeza baja debido a que en su cuello colgaba un collar de un pesado metal azul marino con la misma forma que los adornos de su cuerpo. Aquel adorno absorbía su poder dejandolo más debil que un humano incluso haciendole experimentar la sensación del frío quemando su fornido cuerpo haciendolo tiritar sin poder controlarlo.

Su mirada expresaba todo su enojo, sus ojos azules  se reflejaban en el hielo que conformaba el sendero por el que caminaba. Lo habían envenenado y aprisionado como un esclavo, sin respetar su derecho al poder de quien le dio esta vida maldita. Su corazón quemaba con el odio pero su cuerpo solo seguía las cadenas que lo aprisionaba como un vil muñeco sin voluntad propia.

Subió hasta donde el día anterior se encontraba imponente el trono que yacía ahora destruido como un superviviente de algún tipo de pelea. Ahora en aquel lugar había un tipo de larga mesa donde podía seguir viendo su reflejo, como su cabello caía desordenado y como su cuerpo fue reducido a una simple burla, hasta que empezaron a hablar y lo empujaron para caer de cabeza hacia aquel mueble.

Cuando su cabeza rebotó contra el objeto, la sangre que fluía calentó su rostro dandole un poco de movilidad para alzarla. Allí frente a él había una estatua de un humano escribiendo en un extraño objeto. Era algo indecifrable pero eso no le importaba cuando más allá su vista reflejaba a aquellos que le traicionaron y las cabezas de los demonios que estuvieron de su lado. Todo dispuesto para "satisfacer" la voluntad del Dios Creador.

Tomando todas sus fuerzas empezó a moverse, tratando de sacar sus garras incluso si estas se hallaban limadas hasta el punto de ver la piel debajo de estas. Sus extremidades amoratadas se sacudieron y de su boca gruñó como un animal salvaje dando su última pelea.

Pero todo fue en vano cuando lo levantaron sin miedo a que el sacrificio peleará por escapar. Ellos no eran humanos, sus corazones no se asustaban con facilidad cuando reconocían la debilidad de su enemigo. Aquel degradado principe solo podía ver como sus brazos fueron estirados, al igual que sus piernas, en dirección a las esquinas de la mesa. Su espalda quemaba, dandose cuenta que en esta se encontraban diseños con relieve del mismo símbolo que todo este ritual decoraba. Sentía un odio por este Dios que ni conocía, y siguió con ese pensamiento incluso cuando abrieron su boca a la fuerza y metieron una mano en esta para forzar a tragar una sustancia pegajosa que era el último paso de aquella ceremonia.

Su cuerpo se sentía bastante ligero. Su poder recorría todo su ser volviendoló alerta y, sin saber dónde estaba, fue corriendo hacia la primera figura que vio. Su espada de fino hielo se clavó cerca del cuello de aquel desconocido que solo chilló peor que un ratón.

- Perdoneme la vida.. príncipe.. por favor, se lo ruego.

Oyó decir a la rata con cara humana que se desplomó en el suelo sujetandose directamente con sus piernas. No tardó mucho antes que agitará su piernas para quitarse a la alimaña de encima.

Aunque tardó, aún estaba recuperando su fuerza, logró hacerlo rodar por aquel suelo de aparente inexistencia. Su cara se le hacía conocida, y solo la resentía, pues esa era la misma tallada en esa extraña estatua para un raro dios.

- Debes estar confundido.. yo también lo estoy, pero son pequeños detalles.

Continuó, y cuánto más lo oía hablar su cabeza se sentía apunto de explotar. Se alejó del sujeto siguiendo apuntandole con aquel arma que poco a poco se derretía antes de, sin aguantar más le gritará que se callará. Interrumpiendole lo que le estaba diciendo.

Se frotó sus sienes antes de empezar a interrogarlo. No era su modo de hacer las cosas, pero aún no tenía ni la energía para matarlo ni la necesidad de hacerlo gracias a que aquel "dios" se comportaba con una gran cobardía que rivalizaba a cualquier oponente que se había enfrentado.

Averiguo su nombre, Shang Qinghua, al igual que trabajaba como escritor independiente aunque estaba atrapado hace demasiado tiempo allí. No tenía sentido, así que intensificó su  aura amenazante agarrandole del cuello. Pero tampoco sirvió, ni siquiera para matarlo pues cada que lo intentaba su cuerpo comenzaba a quemarse de nuevo vivo.

Solo vio a aquel ser extraño arrodillarse de rodillas prometiéndole servidumbre a cambio de dejarlo vivo. Patético, cuando aquel es, al parecer, la única razón por la que aún tenía vida.

Después de tanto forzar sus poderes cayó nuevamente al suelo. Todo su cuerpo se sentía renovado y sus heridas desaparecerían pero aún era débil. Aquel humano, o deidad, fue lo último que vio antes de cerrar nuevamente sus ojos.

Al abrirlos estaba en un lugar distinto siendo vigilado por unos ojos cafes cubiertos por una especie de hielo. Aquel se alejó de nuevo asustado repitiendole que le dará su lealtad. Estaba cansado, pero aún debía regresar todo lo que le hicieron.

Así que en vez de lealtad, le exigió que  cumpliera con su responsabilidad y le diera poder para regresar esta humillación. Su propia voz era profunda, aquello que le hicieron pasar era una traición demasiado rastrera para aquel demonio que aún podría considerarse joven.

El humano lo observó, primero confundido antes que que aquellos ojos se iluminarán y se fuera de la habitación, pronto regresando con algo en sus manos. Alegando que no era mucho pero al sostener el mismo peso, se sentía como algo que no debía tocar. Aquel libro con una portada de un humano portando victorioso una espada, era pesado y abundante.

- No es mucho. Pero servirá. Si quieres recuperar tu trono usemos esto. Yo.. yo te daré información. Lo más importante en el mundo es la información.

Oyó nuevamente su balbuceo, ignorándolo a medias. Aún odiaba al dios pero su orgullo le impedía tratar de ,nuevamente ,matarlo cuando lo salvó. Y aún más cuando le permitió regresar a su mundo, aunque viendo el fantasma del ratón siguiendolo como un cobarde sirviente.

Y solo fui un simple sacrificio, o tal vez noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora