Uno

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Según el pez oráculo el dios despertaría en cinco meses dejando a Whis en uno de esos lapsos vacios en que se veía obligado a buscar algo que hacer. Ir a la Tierra era algo que no considero en aquella oportunidad. Hace tiempo que venía sintiendo deseos de otras cosas y una de ellas era disfrutar de un momento apacible sin tener que cumplir con sus obligaciones en ninguna forma. Whis quería tener eso que los humanos llamaban vacaciones, mas mientras permaneciera en su universo jamás podría escapar de su deber en alguna forma. Ir a otro universo podía ser motivo de conflictos con los dioses de cada esfera de la existencia así que después de un rato acabo resignado a buscar algún planeta tranquilo, pero no encontró ninguno que le agradece. La paciencia de Whis, cuando no lidiaba con un dios caprichoso o un guerrero inmaduro, podía ser infinita. Nadie creería las horas que se pasó observando su universo llegando, casi sin darse cuenta, a la frontera de su cosmos con el siguiente...

Si Whis o cualquier ángel miraba siempre a la derecha o la izquierda acabaría por dar la vuelta a los doce universos. Si lo hacía hacia arriba vería su propio mundo y el de Zen Oh Sama, pero y ¿si miraba hacia abajo? ¿Qué sucedería si veía hacia abajo? Se preguntó Whis aquel día. Nunca había visto en esa dirección porque...en realidad simplemente nunca se le había ocurrido y es que no podía haber nada ahí salvo por el vacío y la oscuridad. Por un buen rato Whis no vio más que tinieblas hasta que distinguió una pequeña esfera luminosa en lo más bajo del universo. Una cosa diminuta, remota y totalmente desconocida para él. Curioso decidió ir a averiguar de que se trataba, pues desde su cetro daba la impresión de ser una especie de orificio. Le tomó bastante tiempo llegar allí y cuando lo hizo miró a través de aquel hueco hallando un pequeño planeta que se le hizo muy familiar. Aquel mundo que flotaba en un universo diferente era semejante a la Tierra del suyo. Tras meditarlo un momento decidió intentar cruzar del otro lado logrando hacerlo casi sin esfuerzo y sin consecuencias.

Aquel planeta era una Tierra más primitiva que la suya y en la que parecían estar celebrando un fiesta de forma mundial, pues en gran parte de los territorios que observó habían decoraciones luminosas y todas repetían los motivos. Tras una rápida inspección decidió detenerse en una ciudad pequeña de la cual el aire estaba inundado de un aroma a canela, anís, café y licor. La mezcla era bastante agradable y le abrió el apetito teniendo que descender para mirar de cerca. Pronto se dio cuenta de que su aspecto y atuendo resultaban demasiado llamativos, pues todo el mundo se le quedaba viendo como si estuvieran en presencia de un loco o algo peor. En un callejón modificó su singular apariencia.

Un hombre de unos dos metros, albino y con tanta galanura seguía llamando la atención, pero mucho menos. De esa forma le fue posible mezclarse entre la gente, aunque conseguir uno de esos fragantes bocadillos expuestos en cada vitrina de la ciudad o puesto en la calle no fue algo que pudiera lograr con facilidad. Lo intentó un par de veces consiguiendo apenas unas muestras de degustación. No se molestó demasiado por ello. Su atención se la llevó descubrir que sucedía en ese pequeño y simple planeta. A donde quiera que mirase todo estaba decorado con colores verdes, rojos y dorados principalmente. Había árboles adornados de forma muy hermosa y todo el mundo iba de un lado a otro cargando todo tipo de mercancía. La palabra Navidad se repetía bastante entre las personas que iban hablando por sus teléfonos o con su acompañante respecto de una cena, de invitados, familia, obsequios y otras cosas que dejaban claro a Whis todo el mundo se preparaba para un banquete. Sin duda era una fiesta mundial que por su aroma, color y demás le causaba una sensación de ternura. Siguió caminando por las calles de la ciudad viendo con atención esos semblantes llenos de tan variadas emociones.

Como cada veinticuatro de diciembre, las tiendas estaban cerrando temprano. La vieja panadería, en cambio, extendía sus jornadas más allá de las nueve de la noche debido a la alta demanda de sus productos como lo eran los panes de navidad, las galletas y otras delicias. El sitio era célebre por la calidad de estos. Hubo fila fuera del establecimiento hasta pasado las diez cuando simplemente se quedaron sin nada que vender. El dueño del lugar cerró las puertas para entregar una canasta con golosinas navideñas a sus empleados que se marcharon rápido a casa para llegar a la cena familiar. Pero una muchacha dejó el establecimiento sin ninguna prisa. Muchos la llamaban Bell, aunque ese no era su nombre.

Una Navidad Egoísta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora