Dos

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La casa de la muchacha era pequeña y estaba un poco desordenada. Ella se disculpó diciendo que no había tenido tiempo de limpiar esos días. A Whis no pareció importarle. Su atención estaba puesta en la cesta que ella le había dado y que tenía al borde del vacío. No fue hasta que tomó la penúltima galleta que el ángel notó que se había comido prácticamente todo ofreciendo una disculpa a la muchacha.

-Esta bien- contestó Bell mientras se ataba un mandil a su cintura- Yo te la dí. Además no puedo comer cosas dulces.

Ella le había prometido una cena y él había aceptado a cambio de entender mejor que sucedía en el mundo ese día, pero durante el trayecto no hablaron mucho y en ese momento se sumergieron en el silencio. Whis dio un vistazo a la casa. Era acogedora. Tenía un toque confortante al mismo tiempo era un sitio sencillo. Algo muy diferente a lo que él estaba habituado. Su señor siempre terminaba en palacios o mansiones donde los lujos podían llegar a ser exagerados y las atenciones un tanto desmedidas. Las mesas se llenaban de toda clase de alimentos para la degustación del dios y la suya. Decenas de sirvientes les rendían honores y se esforzaban por dejarles una buena impresión, pero en esa casa no había nada de eso. Solo una mujer que le ofreció una cena posiblemente austera y hecha para alguien a quien llevó allí para no estar sola esa noche. Porque algo que Whis había observado con mucha atención era que los humanos se estaban reuniendo a raíz de los festejos. En todas partes habían grupos de personas o al menos dos individuos. Fueron pocos los que vio solos y esa muchacha era uno de ellos.

Después de un rato y atraído por los aromas que salían de la cocina, Whis se levantó para ir a ver qué estaba haciendo aquella muchacha a la que oía murmurar. La encontró hablando por teléfono en voz muy baja. Al verlo se despidió y colgó rápidamente.

-Era mí tía preguntando si iría mañana a almorzar con ellos- le dijo Bell volviendo su atención a las verduras que había estado cortando- Las familias siempre se reúnen para estás fechas.

-Así veo- comentó Whis con los ojos puestos en una olla sobre la estufa de la que se desprendía un aroma dulce, muy agradable- ¿Esto es un postre?- preguntó con bastante curiosidad y reclinandose sobre la estufa.

-No- contestó Bell medio riendo- Es un licor típico de esta festividad. Lo llamamos cola de mono.

-Que nombre tan... pintoresco- comentó Whis cubriendo su sonrisa con su mano.

-Es gracioso. Incluso raro, puedes decirlo. Yo también lo pienso- le dijo Bell esbozando una cálida sonrisa mientras iba a la nevera- ¿Quieres probarlo? Sabe mejor bien frío.

-Sí, me gustaría- contestó con un tono algo extraño y siguió a la muchacha con la mirada.

Whis la vio sacar una botella y tomar un vaso de la repisa que limpio cuidadosamente antes de echar en el aquel licor, del color de el pelaje de los monos, que le acercó con amabilidad. Listo olía todavía mejor. Aún no lo probaba y Whis sabía que su sabor era dulce.

-Es solo un cóctel- le dijo la muchacha al ver la forma en que el ángel veía el vaso.

Definitivamente lo era, pero su sabor no podía compararse a nada que Whis hubiera probado antes. Lo bebió con elegancia, pero un poco más rápido de lo que hubiera querido, pues la textura y su toque dulzón cautivaron su sentido del gusto. Verlo hacer todos esos gestos que ese ser hacia en televisión fue extraño para Bell. Nunca hubiera podido decidir si se sintió incomoda o le fue cómico, pero le dejó una sonrisa por un rato.

-¿Te gustó?- le preguntó.

-Es una de las bebidas más exquisitas que he probado ¿me daría un poco más?

-Claro, pero bebe con cuidado- le advirtió Bell al darle la botella.

-No se preocupe, tengo una increíble resistencia al alcohol- le dijo Whis al recibir el licor.

Una Navidad Egoísta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora